El país magrebí entra en una etapa inédita. El nuevo presidente ha tendido la mano al Hirak, que se muestra por ahora inflexible en sus reivindicaciones

Argelia: ¿y ahora qué?

REUTERS/RAMZI BOUDINA - Manifestaciones contra el régimen en las calles de Argel registradas el pasado día 17 de diciembre

Desde el pasado día 13 de diciembre Argelia tiene nuevo presidente pero el mismo descontento en la calle que los últimos diez meses. ¿Será la elección -en unas presidenciales que han contado con casi un 60% de abstención- de Abdelmadjid Tebboune el primer paso para una transición política? ¿Habrá finalmente interlocución del poder con el Hirak, movimiento de protesta que durante 44 viernes consecutivos y de manera pacífica exige cambios profundos en el sistema? Una cosa parece clara para todos: militares y nuevos movimientos sociales y partidos que se han erigido contra el sistema tendrán, antes o después, que sentarse a negociar. 

“Será difícil convencer a la calle si no hay un compromiso claro de la parte del régimen con una transición democrática. La crisis continuará”, asegura a Atalayar Madjid Makedhi, veterano reportero del diario argelino El Watan, uno de los pocos críticos con ‘Le Pouvoir’.

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Lo cierto es que, como era previsible a tenor de las manifestaciones de los portavoces del Hirak en las vísperas, la mano tendida de Tebboune -que se expresó en un pulcro árabe clásico en su discurso de investidura- y la designación, por parte de este, de un nuevo primer ministro interino en la persona de Sabri Boukadoum, antiguo ministro de Exteriores han sido acogidas con indiferencia entre la parte de la sociedad argelina movilizada. Las protestas han continuado.

“Las gente va a seguir protestando y pidiendo las mismas cosas, reivindicando libertad y democracia”, asegura la joven activista argelina Hanane Semane, residente en Francia, a Atalayar. Este viernes Argel y Orán registraban nutridas manifestaciones. Y el mismo día 19, jornada de la toma de posesión del nuevo presidente, se producían marchas de rechazo en ciudades como Constantina, Orán, Annaba, Tremecén o Mostaganem. En la manifestación de Argel de este viernes podían verse en las pancartas frases como “Nada de diálogo contra los estafadores” y “Estado civil y no militar”. Gran parte del movimiento de protesta ve al nuevo presidente, de 74 años y antiguo primer ministro de Bouteflika, como una mera “fachada” del poder, que sigue en manos del jefe del Estado Mayor del Ejército Ahmed Gaid Salah.

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¿Qué debe ocurrir ahora para que Argelia abandone la pantalla actual y entre en la siguiente? 

Para la investigadora argelina Dalia Ghanem, del ‘think tank’ Carnegie Middle East, el régimen tiene en estos momentos tres opciones: 1. Seguir despreciando las exigencias populares y esperar a que el Hirak vaya perdiendo fuerza. 2. Usar medidas coercitivas y reprimir con dureza a los manifestantes. 3. Comenzar un proceso de negociación con el movimiento de protesta. 

“Tienen que pasar ahora dos cosas: el Hirak debe elegir sus mejores representantes y por parte del régimen tiene que haber compromisos”, asegura Makedhi a Atalayar. A juicio de Ghanem –en un artículo en Middle East Eye-, abrirse a negociar sería para los líderes político-militares una manera de “crear un mínimo de legitimidad para un presidente que carece de ella y para evitar una represión violenta que sumiría al país en un ciclo de violencia”. 

Cambio de estrategia

“El Hirak tiene que cambiar de estrategia. Estar en la calle cada martes y cada viernes no es suficiente”, admite Soumeya, una activista argelina afincada en Vizcaya a Atalayar.  “En algún momento tendremos que dialogar y negociar la transición democrática con el gobierno y el actual presidente. Pero necesitamos unas garantías mínimas: libertad de expresión, asociación y circulación y libertad de los presos y fin de la represión”, asegura la activista. Se cifran en dos centenares los ciudadanos argelinos detenidos por su participación en las protestas. 

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“El diálogo debe establecerse, es imprescindible para el futuro de Argelia. Pero para que ese futuro sea auténtico, los responsables de la toma de decisiones deben participar plenamente en él. Durante décadas, los generales que detentan el país han presentado una fachada civil para no asumir las consecuencias directas y públicas de sus actos. Poner a Abdelmajid Tebboune delante para que diga cosas bonitas y sin mucha sustancia será inútil", aventuraba a la cadena francesa Europe 1 el experto francés en mundo árabe y autor del nuevo ensayo ‘Algérie, la nouvelle indépendance’ Jean-Pierre Filiu.

“Va a ser complicado para Tebboune calmar y convencer a la calle. Va a tener que dar pasos muy significativos para lograrlo. Hay una gran brecha de confianza entre la gente y el poder”, advertía en Al Jazeera la economista argelina Tin Hinane el Kadi, investigadora en el ‘think tank’ británico Chatham House. “¿Va a durar el nuevo presidente mucho tiempo en el poder? No lo sabemos. Argelia ha demostrado que es un movimiento inédito en nuestra historia y en el mundo. Yo tengo fe en nuestro pueblo”, explica Hanane Semane a Atalayar. 

Al principio y al final, el todopoderoso general Ahmed Gaid Salah. “Es siempre Gaid Salah, el verdadero maestro del país, del que el pueblo argelino espera un gesto con la apertura de la vía de la salida a la crisis. No se puede esperar sino que el gesto llegue cuanto antes, bajo la forma de una liberación incondicional de los detenidos de opinión y de garantías efectivas de las libertades fundamentales”, escribía Filiu en las páginas del diario Le Monde. 

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Con unas condiciones materiales y sociales similares a los de otros países de la región MENA que experimentaron masivas protestas a partir de 2011, ¿por qué en Argelia se ha tardado 8 años? “La situación estaba ya lista cuando empezaron las Primaveras Árabes. Ahora se ha dado una combinación de factores. La burla para los argelinos del cuarto mandato de Bouteflika. El régimen quiso un quinto mandato. Una situación surrealista. La toma de conciencia de la juventud y el factor tecnológico, el 4G y las redes sociales. Todo eso provocó una reacción sorprendente e inesperada”, sintetiza Makedhi, que lleva más de una década contando y analizando para El Watan la realidad social de un país en ebullición. 

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Por ahora en el exterior se prefiere mantener cautela. Desde España se ha felicitado al nuevo presidente. "El Gobierno confía en seguir profundizando las relaciones con Argelia en esta nueva etapa de reformas que permitan satisfacer las aspiraciones legítimas del pueblo argelino y asegurar la estabilidad del país", aseveraba la nota del Ministerio de Exteriores de nuestro país. En el vecino magrebí, Marruecos, el rey Mohamed VI llamaba al mandatario electo “abrir una nueva etapa” entre ambos países. Desde Francia, antigua potencia colonial, irradia frialdad. “Tomo nota de que el señor Tebboune ha ganado las elecciones en la primera vuelta. El diálogo entre las autoridades y la población debe abrirse”, instó el presidente galo Enmanuel Macron al economista argelino. Y el nuevo mandatario magrebí no tardó, con tono desafiante, en contestar: “Es libre de vender la mercancía que quiera en su país, pero yo he sido elegido por el pueblo argelino y no reconozco a nadie más que al pueblo argelino. No le responderé”. La nueva etapa entre Argel y París no comienza bien. 

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Con todo, en un país lastrado por los enfrentamientos civiles y la violencia durante gran parte del pasado siglo XX y donde más de la mitad de la población tiene menos de 30 años, hay espacio para la esperanza. “Es claro que ahora el reto en Argelia es que las nuevas generaciones aprendan a constituir partidos políticos de oposición, movimientos de oposición fuertes, a debatir ideas, conquistar los derechos humanos”, afirma Hanane Semane. En su discurso de toma de posesión, Tebboune reivindicó su llegada al poder como un éxito del movimiento popular, pero este no parece para nada convencido. El reto que afronta el país magrebí es ingente, pero un rato optimismo parece haberse apoderado del vecino magrebí. El país tiene por delante un gran compromiso social por alcanzar, una democracia por pactar y construir, un país por hacer. 

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