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Riesgos geoeconómicos en la era de la COVID y capacidad para anticiparse a las crisis

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Los riesgos económicos no siempre se derivan de la actividad económica, sino que en multitud de ocasiones son consecuencia de eventos o situaciones a priori no relacionados con los aspectos financieros. Sin embargo, las consecuencias tanto de los primeros como de los segundos en el bienestar social, que se fundamenta en la capacidad de los Estados para sostenerlo, son nefastas desde el punto de vista de la seguridad.

En este artículo se analizarán los riesgos de carácter geoeconómico, presentes, probables y futuros, desde la perspectiva del corto, medio y largo plazo, a través de modelos lógicos en los que se actúa para remediar los efectos negativos una vez que se producen, o se anticipa un plan para preverlos y prepararse para enfrentarse a ellos. Es en el caso de esta última estrategia anticipatoria en el que se precisa de un arma como la Inteligencia económica y de una comunidad de inteligencia conectada y vigilante.

Bajo la hipótesis de una falta de previsión ante una eventualidad plausible, este artículo analiza la crisis en algunos de los ámbitos más relacionados con la economía y el bienestar social y, por extensión, con la seguridad y el equilibrio planetarios, para finalizar con una breve reflexión sobre nuestro papel en la UE y el de esta en el tablero geopolítico.IEEE

Introducción

Los problemas causados por la irrupción de la COVID son producto de una falta de anticipación de los Estados que, sin embargo, tenían suficientes elementos a su alcance para haber previsto la posibilidad de una pandemia y la poli crisis que su expansión podría suponer.

Si analizamos los documentos de análisis de riesgos anteriores a la pandemia, observamos que su difusión no ha hecho más que acrecentarlos, multiplicando las vulnerabilidades y debilidades, a fuerza de ponerlas de manifiesto, de la mayoría de los estados afectados por la crisis.

Consecuencias de la pandemia en el corto y medio plazo

La pandemia ha arrollado ofuscadamente el proceso de lenta recuperación económica posterior a la depresión de 2008, convirtiéndose en la peor crisis que se conoce vivida en tiempos de paz1 y la tercera peor de los últimos 150 años. A pesar de sus múltiples carencias, la senda de crecimiento lo era en muchas economías pese a no tratarse de una recuperación a gran escala ni ubicua. Sin embargo, la irrupción de la COVID en los primeros meses de 2020 ha exacerbado las dificultades preexistentes y creado otras de nuevo cuño, difíciles de tratar sin pasar por una resolución total o casi completa de la pandemia que permita ocuparse de reparar las crisis actuales al mismo tiempo que las sociedades se preparan para anticiparse a las venideras.

La intrusión de la COVID en un mundo claramente desigual ha afectado también de manera diferente a las economías. Por un lado, aunque la fiabilidad de las cifras de contagiados y muertos a causa de la COVID debe aceptarse con cautela, la pandemia ha dañado más a las sociedades envejecidas, como la europea, puesto que es más letal entre las personas de más edad. Sin embargo, son precisamente estas sociedades las mejor preparadas para someter al virus, tanto desde el punto de vista sanitario, con sistemas de salud universal, como desde el punto de vista de las estrategias de vacunación.

A pesar de la lentitud de los procesos de vacunación y de los problemas de producción, el mundo conoce ya varias vacunas probadamente eficaces en un tiempo récord.

Sin embargo, hoy por hoy, corremos el riesgo de crear una nueva desigualdad societaria: la de los ciudadanos del mundo vacunados y la de los no vacunados2. Las consecuencias económicas directas de dicha disparidad se reflejarían inmediatamente en el crecimiento económico. El despegue del PIB de las naciones «no vacunadas» se ralentizaría, como consecuencia de la propia parálisis económica que ocasiona el virus, la falta de inversiones tanto interiores como exteriores y la caída de la movilidad, con repercusiones para el turismo en aquellas sociedades en las que sea una importante fuente de ingresos, pero también en cuanto a los recursos humanos, juventud y talento, atrapados en los Estados no vacunados3.

Se prevé que muy pocos países emergentes estén vacunados a finales de 2021, lo que provocará una ralentización, si no caída en picado, de su PIB4. China, a pesar de un ritmo de vacunación sustancialmente lento y, gracias a su disciplina social, ha logrado ya alcanzar un crecimiento del PIB similar al que tenía antes de la crisis de la COVID.

EE. UU. y la UE necesitarán llegar al cuarto trimestre de 2021 y al tercero de 2022, respectivamente, con un alto porcentaje de la población vacunada para lograr situar su crecimiento en cotas similares a las alcanzadas antes de la pandemia5

Los países que no puedan salir a tiempo de la crisis de la COVID, que son potencialmente aquellos con los peores sistemas sanitarios y las menores posibilidades de ofrecer ayudas sociales a su población, constituirán un grupo heterogéneo de peligros socioeconómicos, con consecuencias devastadoras en las migraciones, que a su vez podrán pervertir el proceso de recuperación de aquellas sociedades con una estrategia de vacunación eficaz.

Por otro lado, la tardanza excesiva en el proceso de vacunación a nivel mundial puede tener como consecuencia el colapso de los sistemas sanitarios en aquellos países en los que no son robustos, y el debilitamiento profundo en aquellos en los que sí lo son.

La pandemia provocó durante el segundo semestre de 2020 unas pérdidas laborales equivalentes a una caída en el empleo de 495 millones de puestos de trabajo, lo que constituye el 14 % del total de empleados mundiales6. Los grandes perjudicados de este histórico desplome han sido los jóvenes, las mujeres y los trabajadores no especializados.

Como consecuencia de este hecho, otro riesgo probable se cierne sobre el frágil equilibrio societario: la desilusión de la juventud. El mundo que se dibuja frente a muchos de los jóvenes es poco prometedor, lo que puede desencadenar una polarización generacional con repercusiones en la seguridad y la gobernanza, al percibirse como culpables de los males del mundo a quienes efectivamente lo dominan y sobreviven en él7.

La pandemia también ha puesto de manifiesto las enormes desigualdades digitales. En una época en la que se ha hecho imprescindible el uso de la tecnología y la necesidad de su manejo con fines educativos y empresariales, las disparidades se han revelado de forma alarmante: el 60 % de los adultos del mundo carece de conocimientos digitales y el porcentaje de alumnos sin acceso a un ordenador oscila entre el 25 % de China y el 65 % de Indonesia8. El cierre de las escuelas en muchas regiones del mundo ha supuesto, además de un retroceso educacional sin precedentes, un aumento del hambre9 y del trabajo infantil10.

El gap digital puede comprometer una recuperación inclusiva y desconectar a las sociedades, creando mayores desigualdades y fracturando la cohesión social y la gobernanza. Por otro lado, las perspectivas de automatización del mercado de trabajo no auguran un futuro prometedor para los trabajadores menos cualificados digitalmente.

En el orden puramente económico, la propia respuesta a las consecuencias inmediatas en el estado del bienestar de los países azotados por la pandemia ha obligado a un endeudamiento sin precedentes. A pesar del predecible aumento de la presión fiscal en los próximos años para paliar las consecuencias de la deuda, lo cierto es que no se podrá recurrir de nuevo a ella para avanzar en políticas de sostenibilidad, inversiones en nuevos mercados o investigación y desarrollo. Se trata de una herencia que las nuevas generaciones percibirán como inicua, con las posibles consecuencias sociales y políticas que el sentido de la injusticia en ocasiones propicia.

El Foro Monetario Internacional considera como candidatos probables a una crisis de deuda pública a siete países con bajos ingresos y a veintiocho con un PIB medio11.

Las consecuencias de la pandemia no constituyen los únicos riesgos en el corto y medio plazo. El propio foro económico mundial contempla el cambio climático, por segundo año consecutivo y a pesar de la irrupción de la COVID, como el riesgo más elevado al que se enfrenta el mundo, para el que no existe vacuna12. Aunque la paralización sin precedentes de la actividad económica con el advenimiento de la pandemia provocó un descenso notable en las emisiones de CO213, los últimos datos extraídos de Google Mobility Data reflejan un aumento de las emisiones en la segunda mitad de 2020 y una leve paralización durante la segunda ola sucedida a principios de año, lo que parece demostrar que una vez que la actividad económica se normalice, los niveles de CO2 volverán inevitablemente a sus ratios habituales14.

El índice Carbon Monitor, que refleja las emisiones casi en tiempo real, indica principalmente un descenso de aquellas correspondientes a los transportes de mercancías y domésticos15, lo que refuerza la perspectiva de una vuelta a la adversa normalidad pre-COVID cuando la movilidad personal, principalmente en los países más desarrollados, se logre como consecuencia de la vacunación masiva y el control de la enfermedad.

Sin embargo, conviene añadir que ya en el año 2019 se observaron descensos notables en el gasto energético. El anuario de la Revista Estratégica de Energía Mundial mostró que el consumo de energía previo a la crisis decreció un 1,3 % con respecto a 2018. En particular, el consumo de carbón descendió a su nivel más bajo en 16 años16.

Relacionado con el cambio climático y acrecentado por la policrisis de la COVID, el eterno problema de la seguridad alimentaria ha degradado aún más la ya precaria situación de millones de personas. La resolución tardía de la crisis puede amplificar esta tendencia hasta un punto en el que las consecuencias sociales trasciendan al ámbito de la seguridad. La evidencia histórica nos demuestra que la alimentación y la agricultura son factores esenciales para la paz. Cuando la una o la otra escasean, el conflicto es inevitable17.

Con una población mundial que ha doblado en número en los últimos 50 años y países desarrollados con una dependencia alimentaria casi total de otros que, como consecuencia de ello, ven remunerado el producto de la tierra, el problema de la producción y el abastecimiento devienen cruciales. Los sistemas alimentarios están hoy en día mundializados y el consumidor demanda todo tipo de bienes durante todo el año. Existen cultivos, como el café o el tabaco, cuya producción es consumida casi en su totalidad en países ajenos a su obtención.

Desde la crisis de la COVID, el precio de los alimentos base ha aumentado un 27 %18. El aumento se debe en gran medida al acaparamiento de China, con el que ha querido remediar su insuficiencia alimentaria y securitizarla. Por otro lado, el propio aumento de los precios y los efectos sobre la movilidad tanto de los productos como del personal necesario para recolectarlos, a causa de la pandemia, han aumentado sensiblemente los costes de las cadenas logísticas de suministro, lo que ha propiciado en algunos países productores reticencias a la exportación, con el objeto de asegurar su consumo local19.

Ya sabemos que, en economía, una oferta inferior a la demanda provoca bien una subida de precios, bien un intento de comprar los bienes y almacenarlos para protegerse de subsiguientes aumentos de estos. Si esta dinámica continúa, nos enfrentamos a una situación en la que los más pobres tendrán aún menos poder adquisitivo para poder subsistir y los más ricos una inflación en productos básicos que, entre otros efectos, puede tener el de provocar desabastecimiento y pobreza alimentaria, incluso en las sociedades en las que el problema ha sido tradicionalmente residual.

En Europa, la importancia recobrada de la Política Agraria Común (PAC) pone de manifiesto hasta qué punto la seguridad alimentaria ha pasado a constituir un eje estratégico y un elemento clave de resiliencia20.

EE. UU., China y la UE

La crisis del multilateralismo a la que ya asistíamos antes de la pandemia pone en el punto de mira la seguridad de los llamados «poderes medios»21. Con una marcada capacidad de influencia en asuntos de comercio, diplomacia y salud mundial y un poder económico conjunto superior al de las dos economías más prósperas del planeta22, estos estados deben aumentar su capacidad de resiliencia para constituir el pivote de las relaciones internacionales y fortalecer las instituciones que arbitran en el tablero geopolítico.

La rivalidad China-EE. UU. puede polarizar las relaciones de estos poderes medios, en el sentido de obligarles a aceptar estar de una parte o de la otra, en lugar de constituir alianzas que les permitan mantener su independencia. La UE, tercer bloque comercial mundial, parece haberse fortalecido desde el inicio de la pandemia y ampliado su influencia a los países orientales fronterizos, posibles candidatos a formar para de ella en el futuro23. Sin embargo, el fantasma del proteccionismo como consecuencia de las 

medidas restrictivas derivadas de la pandemia, como el cierre de las fronteras, ponen en riesgo el futuro de las actuaciones conjuntas. El comisario europeo de Comercio, Phil Hogan, subrayó hace ya casi un año que el acaparamiento de stocks y las políticas autárquicas no debían sino constituir un recurso excepcional y temporal24.

Una reforma de la Organización Mundial de Comercio parece inevitable, de modo que el mecanismo de arbitraje favorezca la recuperación del comercio mundial y las cadenas de valor y disminuya las tensiones polarizadoras creadas por la guerra comercial China- EE. UU. y las dinámicas proteccionistas derivadas de la pandemia.

La UE debería promover el recurso a la «diplomacia temática»25, para suscitar intereses comunes con otros poderes medios, y fortalecer de este modo su rol de bridge-builders, que tan necesario se hace para generar una mayor cohesión multinacional26.
Volviendo al punto de vista puramente económico, la pandemia ha supuesto una bajada de los índices económicos similar a la que resultó del final de la Segunda Guerra Mundial27. La volatilidad de los índices bursátiles y la amplificación de los problemas preexistentes, tales como la sobredimensionada economía financiera o los efectos de las políticas monetarias sobre el funcionamiento del mercado bancario, no han hecho más que acrecentarse en el último año.

Deuda, PIB y desigualdad

La crisis de la COVID ha llegado en un momento en el que un gran número de países influyentes se hallaban ya considerablemente endeudados, como consecuencia de la pasada crisis de 2008, y con serios problemas en los ámbitos financiero y comercial, aún sin resolver o con tendencia a su amplificación.

Antes de la pandemia de la COVID-19 y desde el año 2010 se produjo una cuarta ola de acumulación de deuda mundial que supuso el más rápido y amplio aumento de la deuda sucedido en cinco décadas. Esta nueva oleada fue precedida por tres anteriores, que comenzaron en la década de los 70 con la crisis del petróleo. La característica común a todas ellas es que terminaron convirtiéndose en crisis financieras generalizadas y casi ubicuas28. La historia económica reciente nos muestra que después de una época de endeudamiento estatal, si este no se resuelve, una gran debacle económica sobreviene indefectiblemente.

Sin embargo, es conveniente reseñar que ya antes de la diseminación de la COVID en el primer cuatrimestre de 2020, la evolución real del PIB en los países pertenecientes al G20 había empezado a decrecer lenta pero sostenidamente. De hecho, el crecimiento en 2019 bajó al 2,9 %, con respecto al 3,7 % que se había obtenido en 201829. También las tasas de inversión, ya desde el inicio de la recuperación económica, permanecieron a la baja.

Algunos economistas establecen paralelismos con la gran quiebra del 29, en particular en lo concerniente al desplome tanto del empleo como del PIB de gran parte de las economías mundiales, y en particular de las más avanzadas. No es inusitado encontrar titulares en las revistas especializadas que hablan del «peor PIB desde la invención del PIB». Salvadas las distancias respecto a las diferentes formas de medir el crecimiento de un país, no ha habido en la historia moderna un solo momento en el que la riqueza haya descendido tanto en un solo año.

Los indicadores de desigualdad actuales son similares a los registrados en la década de los años 30. Pero, sobre todo, existe una clara y devastadora coincidencia entre estas dos crisis mundiales: su carácter sistémico, que sobrepasa largamente los matemáticos índices económicos para arremeter contra el estado del bienestar en todos y cada uno de sus aspectos esenciales, en particular el sanitario.

Sin embargo, las diferencias entre estas dos crisis mayores también son notables. Si en la gran depresión la acción del gobierno fue más bien tardía (el New Deal en EE. UU. comenzó en 1933), lo que provocó que la salida de la crisis costara un largo decenio, en la provocada por la COVID la respuesta estatal, con incrementos de gasto público sin precedentes, ha sido casi inmediata.

Algunos de los efectos a medio plazo de la policrisis de la COVID son discutidos por los analistas como riesgos muy imbricados en las dinámicas económicas esenciales, como, por ejemplo, el posible incremento de la inflación a nivel mundial. A pesar de la tasa de interés del dinero y de la volatilidad de los precios del petróleo, no se descartan altas cotas de inflación como consecuencia de las políticas monetarias expansivas llevadas a cabo por la mayoría de los gobiernos30.

Modelos económicos e inteligencia económica

El Banco Mundial ha modelizado, en el documento Global economic prospects31, el futuro del crecimiento económico mundial, en función de la previsible capacidad para controlar los contagios y el ritmo y eficacia de la vacunación. Los modelos oscilan entre el optimismo y el pesimismo realista, analizando las consecuencias sociales, incluidas las relacionadas con la gobernanza; culturales, sanitarias y, evidentemente, económicas de todos ellos. Estos modelos se han creado utilizando datos reales de todos los ámbitos que configuran el llamado estado del bienestar; estimaciones, asunciones de expertos, matemáticas avanzadas y combinaciones de múltiples aspectos macroeconómicos. Los modelos no pretenden otra cosa que prepararnos para los posibles escenarios venideros.

A pesar de encontrarnos inmersos en una crisis sin precedentes y poner todo el empeño posible y los medios disponibles en salir de ella, para retornar, cuando menos, a una realidad similar a la anterior, lo cierto es que el futuro mundial se está formando delante de nosotros. Los nuevos retos, riesgos y oportunidades se encuentran en proceso de formación mientras solventamos los problemas del presente.

Seguida de una crisis, sea del tipo que sea, la normalidad anterior se ha visto siempre sucedida por algún detalle de nuevo cuño con resistencia a desaparecer. De la misma forma que contamos con alcantarillas para evitar las enfermedades asociadas a la falta de higiene pública, muchas de las costumbres a las que nos ha forzado la pandemia se establecerán como permanentes. Sin embargo, es necesario anticiparse a las consecuencias de lo que está sucediendo en la actualidad y las que resultarán de las diferentes aproximaciones a su resolución, a través de un sistema de inteligencia económica que englobe a todos los actores sociales.

Asociado al siempre ubicuo problema de la seguridad individual, que se deriva de casi todos los demás problemas existentes, los Estados deben anticiparse a los riesgos y amenazas, modelizando, recabando inteligencia en todos los ámbitos; creando una cultura de esta, organizada, que responda a una estrategia enfocada a adelantarse a las crisis venideras y prepararse para ellas.
España, como poder medio, debería hacerlo de la mano de la UE que, por primera vez en mucho tiempo y a pesar de las dificultades, muestra un empeño innegable en reaccionar ante una crisis de forma conjunta. No es, por tanto, la capacidad de reacción lo que debería ambicionar únicamente, sino la de resiliencia, para lo que deberá implementar una estrategia futura, construida desde el presente, que permita un crecimiento sostenible y la facultad para afrontar los retos que se le presenten, a través de la innovación, la inversión productiva, las políticas migratorias unificadas… y una sólida comunidad de inteligencia económica que observe los indicios existentes, antes de que estos se transformen en una crisis como la actual.


Belinda Romero Pedraz, profesora de ESFAS DPLD

Referencias 
 
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