La población de Ucrania es la principal víctima, la paz y la estabilidad previsiblemente también

¿Por qué a Rusia le interesa tanto Ucrania?

Rusia Ucrania
Introducción

Desde 2014, con la anexión de Crimea por parte de la Federación Rusa y la guerra en Donbas, Ucrania se ha convertido en el principal escollo del panorama de seguridad europeo. En esta primavera, el despliegue de una potente fuerza rusa junto a la frontera ucraniana ha vuelto a poner de relieve la relevancia estratégica de este conflicto envenenado.IEEE

En lo que va de siglo, la evolución de los acontecimientos en la relación este-oeste ha vuelto a situar a dicho país en su posición histórica de territorio fronterizo, a lo que debe precisamente su nombre en la lengua eslava. Colisionan dos enfoques distintos y en gran parte contrapuestos, en lo que se puede definir como un diálogo estratégico de sordos, y donde la víctima principal es la propia población ucraniana. Si EE. UU., como líder de la OTAN, protege unos principios que han guiado a las naciones occidentales desde el final de la Guerra Fría, el Kremlin tiene una perspectiva típicamente geopolítica que defiende unos intereses percibidos como vitales, al tiempo que entran en juego arraigados sentimientos de identidad nacional.

Moscú se ha enrocado y no tiene la intención de permitir que el país vecino entre en la esfera de influencia occidental por medio de su ingreso en la OTAN o cualquier otro medio que lo facilite en el futuro. Tal desenlace convertiría a Ucrania en un Estado hostil a Rusia en estrecho entendimiento con los otros países antirrusos del este de Europa. Además, supondría la aceptación por parte de la Federación Rusa del dictado norteamericano y la consiguiente renuncia a su rango de gran potencia.

Por otra parte, el presidente Biden, con su eslogan America is back, quiere recuperar para EE. UU. el liderazgo de las democracias y poner unos límites claros al aventurismo ruso. La experiencia de los anteriores presidentes, todos los cuales intentaron el acercamiento con la potencia euroasiática y terminaron más lejos de ella de lo que estaban al llegar al poder1, ha hecho que el inquilino de la Casa Blanca haya desechado todo camino de apaciguamiento y ha preferido el insulto como medio para poner las cartas sobre la mesa antes de iniciar la partida.

Ninguna de las partes parece pues dispuesta a buscar una solución que resuelva la situación en términos aceptables para la otra y el enfrentamiento tiene un cariz cada vez más ideológico y pasional.

Hay que contar con la hipótesis de que Rusia, que tiene una larga experiencia en convivir con problemas enquistados, dejará correr el tiempo, tendiendo sus redes de influencia, impidiendo la estabilización de Ucrania y reaccionando cada vez que vea la situación comprometida y que un Kremlin a la defensiva seguirá practicando su agresiva estrategia híbrida que aprovecha los puntos débiles del adversario. Así mismo, la estrategia de la OTAN tiende a empujar a la Federación Rusa hacia una entente chino-rusa cada vez más reforzada en el contexto de un orden internacional multipolar que se sigue fracturando y polarizando.

La política exterior cada vez más asertiva del Kremlin, incluida la anexión de Crimea, en 2014, y su intervención en Siria, en 2015, cogió a muchos por sorpresa. No obstante, este modo de actuar fue la consecuencia de la cosmovisión del presidente ruso Vladimir Putin fundamentada en más de dos décadas de insatisfacción con Occidente, así como en la experiencia acumulada en su empeño por impulsar sus objetivos centrales: la preservación del régimen, el fin de la hegemonía estadounidense, y el restablecimiento de Rusia como potencia global. En Washington, se había llegado a creer que el breve periodo de sintonía con Moscú desde mediados de la década de 1980 hasta mediados de la siguiente se había convertido en la nueva norma para la relación con Rusia. Sin embargo, este periodo constituyó una anomalía2. La política exterior de Putin, similar a la histórica de Rusia, es en lo esencial asertiva, circunstancia agravada por la falta de sintonía con Occidente.

George Kennan en su famoso artículo The sources of Soviet conduct afirmaba que “Si bien el Kremlin es básicamente flexible en su reacción a las realidades políticas, no es en modo alguno ambiguo a las consideraciones de prestigio. Como casi cualquier otro gobierno puede ser colocado por gestos sin tacto y amenazantes en una posición en la que no pueda permitirse ceder a pesar de que esto podría estar dictado por su sentido del realismo3.

Esto sigue siendo válido hoy y ha sido en parte ignorado por Washington creyendo que trataba con un rival menor, habiendo pasado por alto que «Rusia no es tan fuerte como parece cuando parece fuerte, ni tan débil como parece cuando parece débil». Así fue el caso de cuando el presidente Obama declaró, en marzo de 2014, que
«Rusia es una potencia regional que amenaza a algunos de sus vecinos inmediatos, no por su fuerza sino por su debilidad»4. La reacción de Putin ha sido proclamar: «¡Nadie nos escucha, ahora nos vais a tener que escuchar!» y demostrar con hechos que la Federación Rusa tiene la voluntad de hacer respetar sus intereses geopolíticos y su rango de gran potencia, con la pretensión de no aceptar de EE. UU. otro trato que el de iguales.

Este documento pretende exponer las razones por las que el liderazgo ruso otorga tanta importancia a la cuestión ucraniana y pone de relieve las enormes dificultades con que los países occidentales se van a encontrar para que una estrategia de presión y aislamiento de Rusia lleve a un desenlace favorable a los propios intereses de la OTAN.

La historia y la identidad vienen a complicar las cosas

Ucrania es un Estado hecho de retales tanto territoriales con históricos. Su tormentosa historia sirve tanto para defender una posición favorable como contraria a las pretensiones rusas y cuesta ordenar los acontecimientos que la constituyen de una manera coherente, sin caer en simplificaciones maniqueas. En cualquier caso, en el pueblo ruso domina el sentimiento de ver en Ucrania una prolongación de su propia nación5 y, ciertamente, no es fácil trazar una línea que separe nítidamente lo ruso de lo ucraniano, sobre todo en los territorios más cercanos a la Federación Rusa. Las fronteras de Rusia han sido siempre dinámicas y el propio Estado Ruso es una realidad compuesta por elementos tan diversos que el concepto de nación y de soberanía tradicionales no sirve para resolver esta ardua ecuación. En el fondo, en Moscú se piensa que si por tres siglos Ucrania formó parte del Imperio ruso, incluida la etapa soviética, nada debe impedir que en el futuro pueda volver a tener algún tipo de vínculo que le una a Rusia.

Sea como fuere, se debe evitar que el cemento se seque trazando una frontera definitiva que sitúe a la nación hermana en alianza con un Occidente que desea —según el liderazgo ruso— una Rusia débil y marginada.
Para el historiador británico Geoffrey Hosking, «Gran Bretaña tuvo un imperio, pero Rusia fue un imperio y quizás lo siga siendo»6. No cabe duda de que la actual élite que dirige el país siente una fuerte nostalgia imperial, ya que en su mayoría formó parte de la maquinaria estatal soviética. Mark Galeotti se refiere a ello caracterizando a Vladimir Putin como «homo sovieticus», no por la ideología marxista entonces imperante, sino por la impronta que dejó en él haber servido en una Rusia que era una potencia dominante y, a su manera, respetada7.

En noviembre de 2016, Putin inauguró en el centro de Moscú una estatua de 17 metros de altura del príncipe Vladimiro I, conquistador y unificador de la Rus de Kiev, bautizado en Crimea en el año 988, equivalente ruso de la combinación de los reyes visigodos Leovigildo y Recaredo en la historia medieval española y a quien el patriarca Kiril definió como «padre del pueblo ruso y símbolo de la unidad de todos los pueblos de la Rusia histórica»8. Con ello trasmitía un doble mensaje: el esencial vínculo fundacional que une a ambas naciones y las raíces culturales propias de la nación rusa a las que no piensa renunciar en favor de la percibida imposición de los valores de las sociedades occidentales.

Aquella primera gran Rusia sucumbió por la embestida tártara del siglo XIII. No fue hasta finales del siglo XVII cuando, con Pedro el Grande, el Imperio zarista inició la incorporación de Ucrania. Las dos guerras mundiales dieron lugar a variaciones de fronteras y a sucesivas oleadas de conflictos internos y externos con brutal represión que cada cual interpreta a su manera.

En 1903, en el segundo Congreso del Partido Obrero Socialdemócrata de Rusia, Lenin había propuesto el reconocimiento del derecho a la autodeterminación de las naciones oprimidas por Rusia. Con ello se establecieron las bases con las que en el futuro se resolvería la cuestión de la integración territorial de las repúblicas de la URSS, las cuales en el artículo 72 de la Constitución tenían reconocido el derecho de separarse libremente de ella.

Durante la Guerra Fría, la posibilidad de que una república soviética se independizara parecía una quimera. Sin embargo, los acontecimientos de 1989-1991 llevaron al desplome de la URSS con el desmembramiento de todas sus repúblicas.

Al día siguiente de producirse el intento de golpe de Estado en agosto de 1991, Ucrania había declarado su independencia, con un cierto periodo de punto muerto, y decretado la suspensión de la actividad del Partido Comunista. El deseo de buscar un futuro mejor desvinculado de la caduca URSS se sumó a la corriente independentista de carácter nacionalista. El día 8 de diciembre, Ucrania, Rusia y Bielorrusia acordaron crear la Comunidad de Estados Independientes (CEI).

La cuestión más delicada en aquel momento era la de las armas nucleares desplegadas en territorio ucraniano, el tercer arsenal del mundo después de EE. UU. y Rusia. Pero las presiones internacionales y el recuerdo del accidente de Chernóbil facilitaron que, en 1992, Kiev entregara a Moscú todas sus armas tácticas que, posteriormente, entregara también las cabezas nucleares estratégicas, que en noviembre de 1994 firmara el tratado de No Proliferación y que Ucrania se declarara Estado desnuclearizado9.

El asunto territorial de Crimea, que había sido transferida en 1954 por Kruchov de Rusia a Ucrania y tenía el estatus de república autónoma, era otro importante reto que fue zanjado en marzo de 1994 cuando Moscú firmó con Kiev un compromiso que reconocía que Crimea formaba parte del territorio ucraniano, así como la inviolabilidad de sus fronteras. Desde el punto de vista de la Federación Rusa, se sobreentendía que la OTAN había dejado de ser un rival estratégico y no sacaría provecho de esta circunstancia — compromiso verbal que no se materializó documentalmente—, ya que la principal base naval rusa se encontraba en dicha península. Así, en 1995, Rusia y Ucrania firmaron un acuerdo para que una parte de la flota rusa del mar Negro pudiese permanecer en el puerto de Sebastopol.

Evolución de la estrategia rusa respecto a Ucrania

Desde el principio, en Moscú se consideró que una cosa era la disolución del Pacto de Varsovia e incluso la separación de las repúblicas no eslavas de la URSS y otra la ruptura con Ucrania y Bielorrusia, territorios unidos a Rusia por varios siglos de historia, cultura, tradiciones y vínculos familiares comunes. Además, se pensaba que estas repúblicas nunca podrían sostenerse de forma completamente independiente de Rusia. Si para Kravchuk la CEI representaba un divorcio civilizado, para el Kremlin la independencia de Ucrania era interpretada como una aberración.

Con Ucrania existía una estrecha interdependencia energética, de finanzas, industrial — un caso particular era la industria militar, con casi un tercio de la que había pertenecido a la URSS— y de modelo económico, reforzada por los intereses de quienes se beneficiaban de esta relación en Ucrania. Más sutiles y también más fácilmente penetrables por Rusia eran las relaciones comerciales irregulares y parcialmente criminalizadas que se desarrollaban a la sombra de las estructuras oligárquicas. La interacción de todas estas circunstancias hizo que la influencia rusa no solo fuera significativa, sino sistémica actuando como un factor estructural en los asuntos internos de Ucrania10.

En los primeros años de Yeltsin, se llegó a pensar que la integración con Occidente y la CEI eran objetivos complementarios y que la interdependencia haría imposible una independencia de Ucrania en el sentido estricto. Esta visión idílica se disipó pronto y con el nombramiento de Primakov como ministro de Exteriores en 1996 volvió la desconfianza hacia Occidente11. A partir de entonces, y más aun con la llegada de Putin, en el Kremlin se pensaba que Rusia se debía recuperar de su debilidad para establecerse de nuevo como una potencia global y promover un nuevo orden internacional con Rusia como igual y no como subordinado de los EE. UU. No obstante, Putin pensaba que el entendimiento con Washington era posible, algo que el 11-S y la lucha común contra el terrorismo debía facilitar.

Aunque la soberanía de los nuevos estados independientes parecía ya «irreversible», el liderazgo ruso pensaba que las áreas clave de la soberanía debían ser «delegadas» a Rusia. Desde entonces, en Moscú siempre se ha subestimado la importancia del sentimiento nacional ucraniano muy reforzado por la seducción que ejerce la pujanza occidental y el rechazo de un pasado soviético vinculado a Rusia, sin olvidar la propia crisis en que había caído el gran vecino del este.

Las élites políticas e industriales ucranianas, incluidos los poderosos oligarcas, aprendieron a obtener beneficios de la integración con Rusia, minimizando los compromisos políticos con Moscú. Sin embargo, con la llegada del nuevo siglo, al restaurar la vertical del poder en la Federación Rusa, Putin hizo esta dinámica mucho más difícil. No solo coordinó y subordinó a los actores económicos que habían estado privatizando Rusia, sino que utilizó la presión económica para obtener concesiones políticas de Ucrania. El gas y el petróleo rusos se convirtieron en el principal instrumento coercitivo. El nuevo Concepto de Política Exterior de junio de 2000 afirmó la necesidad de «un cinturón amistoso en el perímetro de la frontera rusa». En 2003, Ucrania, Bielorrusia y Kazajstán se adhirieron a la Unión Económica Euroasiática, iniciativa sobre la que debía pivotar la integración regional que Putin pretendía.

Sin embargo, la sociedad civil ucraniana no entró en la ecuación por lo que la Revolución Naranja de 2004-2005 fue una completa sorpresa para el Kremlin y el triunfo de Yúshchenko un sensible contratiempo. De repente, las esperanzas ucranianas de adhesión a la OTAN y a la UE adquirieron un aura de realismo. Putin interpretó las revoluciones de color como un método encubierto de Occidente para desestabilizar a la Federación Rusa y declaró el estrechamiento de relaciones entre la Alianza Atlántica y Ucrania y Georgia como una amenaza12.

La relación con Washington se hizo muy tensa, Putin no consiguió arrancar a las potencias occidentales un acuerdo para detener la expansión de la OTAN. La integración de las repúblicas bálticas en la Alianza Atlántica en 2004 era el último avance hacia el este que el Kremlin estaba dispuesto a encajar. Para Moscú se trataba de una línea roja, al tiempo que la economía rusa se recuperaba y Putin había devuelto la ambición y la confianza a la Federación Rusa.

Sin embargo, la teoría del fin de la historia había dado gran confianza en la resiliencia y la autoridad moral del orden internacional liberal presidido por EE. UU. y en Washington se pensaba que el resto de los países, incluida Rusia, terminarían sometiéndose a él.

Al final, resultaría una partida estratégica del «siete y medio» mal jugada por no reconocer que, tras lo mucho ya conseguido, lo más prudente era no subir más la puja.

En 2007, en la Conferencia de Seguridad de Múnich, el presidente ruso subió el tono de su discurso y expresó su decidida oposición a dicho orden hegemónico norteamericano, «un mundo donde hay un señor y soberano… Esto es perjudicial no solo para todos los que forman parte de él sino también para el propio soberano… La expansión de la OTAN tiene como intención rodear a Rusia».

En la cumbre de Bucarest, en abril de 2008, se consideraron las peticiones de Ucrania y de Georgia para ingresar en la OTAN, aunque se aplazara la decisión. En las capitales occidentales se pensaba que Rusia no tenía capacidad para impedirlo y habría de conformarse con la decisión que tomasen unas naciones soberanas. Como afirma Thomas P. Ehrhard, EE. UU. se sentía vencedor, y Rusia como país débil no solo debía sufrir lo que le correspondía, sino que además era ignorado. Rusia, para dejar claro que no iba a aceptar dicha lógica, respondió con la breve campaña militar de Georgia de agosto de aquel año que tuvo una respuesta muy tímida de Occidente y fue seguida por una rápida recuperación de las relaciones entre ambas partes. El Kremlin pensaba que el mensaje había sido comprendido y que su estrategia estaba dando resultados. No obstante, a la espera de lo que pudiera ocurrir en el futuro, inició una profunda reforma militar de unas Fuerza Armadas que se habían mostrado obsoletas.

Por otra parte, las crisis del gas de 2006 y 2008-2009 habían infligido un gran daño económico a Ucrania. La mala gestión de esta última crisis también supuso un lastre para su liderazgo político y prestigio internacional. Sumadas las pérdidas derivadas del colapso financiero mundial, Ucrania perdió el 15 % de su PIB en 200914.

Todo ello permitió a Moscú retomar la iniciativa. La victoria de Víktor Yanukóvich en 2010 pareció favorecer los propósitos del Kremlin. El objetivo primordial del nuevo presidente ucraniano era hacer inexpugnables su propia posición interna y los intereses de su familia oligárquica. Al abandonar toda intención de integrar Ucrania en la OTAN, esperaba asegurarse una mano libre con la UE. Moscú no tenía la intención de aceptarlo y aumentó en exceso la presión sobre el país vecino, exigiendo la plena integración sectorial y la «sincronización» de las relaciones socioeconómicas. El Acuerdo de Asociación UE- Ucrania se convirtió en el nuevo casus belli, si Kiev se abría a la UE, el comercio ruso- ucraniano quedaría muy limitado y la Unión Económica Euroasiática languidecería. El presidente de Ucrania tuvo que ceder, pero una vez más, la sociedad civil de Ucrania cambió las tornas y, en noviembre de 2013, estalló la revolución de Euromaidán. Después de haber conseguido todo lo que buscaba de Yanukóvich, Putin perdió a Yanukóvich y también perdió Ucrania.

En febrero de 2014, juzgando la situación muy peligrosa para sus intereses con la probable perdida de la base naval de Sebastopol y el ingreso de Ucrania en la OTAN, el Kremlin, desplegó fuerzas militares en Crimea, organizó un referéndum de adhesión a Rusia y cogió de nuevo por sorpresa a Occidente. A continuación, Moscú empezó a maniobrar en Ucrania occidental para tomar el control de los territorios más prorusos. En abril estalló un conflicto armado en Donbas que a estas fechas contabiliza más de 14 000 víctimas mortales.

La guerra que comenzó en 2014 marcó el final de un esfuerzo de 25 años para «sincronizar el desarrollo» de las relaciones ruso-ucranianas por medios pacíficos, aunque indirectamente coercitivos. En los meses posteriores a la elección de Petró Poroshenko como presidente, la cooperación militar-industrial se detuvo, los bancos rusos fueron sancionados, el comercio se redujo drásticamente y las importaciones de gas se redujeron casi a cero15.

Desde entonces, no se ha producido ningún avance diplomático y, más allá de unas u otras iniciativas y compromisos, por parte rusa se trata de impedir que el país vecino termine por ingresarse en la OTAN o la UE. La relación con Occidente ha sufrido un gravísimo deterioro muy difícil de revertir. Todo parece indicar que la única solución que el Kremlin aceptaría sería la neutralización de Ucrania. Por otra parte, la retórica del Kremlin pretende dejar claro que la reincorporación de Crimea en la Federación Rusa ya es irreversible. Putin cuenta con que mientras el conflicto se mantenga activo en el nivel actual la posibilidad de que Ucrania forme parte de la Alianza Atlántica es nula. Eso le basta además para garantizar que su palabra sea escuchada en Kiev16.

Consideraciones estratégicas

Ninguna de las medidas tomadas por EE. UU. y sus aliados ha cambiado en lo esencial la actitud o los puntos de vista rusos. Al contrario, para defender unos intereses considerados esenciales, el liderazgo ruso ha endurecido sus posiciones, se ha vuelto mucho más agresivo y ha dado el salto a una estrategia de mayor alcance. Gracias a sus éxitos en Siria, ha recuperado una posición preeminente en Oriente Medio, ha afirmado su condición de gran potencia y ha empezado a actuar en teatros alejados de sus fronteras, particularmente en el Mediterráneo y África. Allí donde la Casa Blanca adopta una posición, como es el caso en Myanmar, el Kremlin apuesta por la contraria.
Toda estrategia debe ir dirigida a la consecución de un objetivo. No se trata de reforzar con argumentos las razones que a uno le impulsan, sino en reflexionar si la línea de acción escogida contribuye o no al fin perseguido y cuál será el escenario resultante. Como en una partida de ajedrez, hay que intentar prever cuáles serán los movimientos del otro jugador para buscar el mejor desenlace en el tablero. Pues bien, en pocos años se ha pasado de un contexto de entendimiento que la liquidación de la Guerra Fría había propiciado a una relación de abierta confrontación.

Al tomar la OTAN la decisión de seguir extendiéndose hacia el este, a pesar de conocer las expresas objeciones del Kremlin, se minusvaloró al rival ruso, se pensó que sería suficiente con que el orden internacional existente amparase los puntos de vista occidentales y se apostó por una línea de acción que, aunque defendía unos principios importantes, no contribuía a la seguridad de los miembros de la Alianza que es su fin primordial. Sin embargo, en la balanza de intereses estratégicos en juego había un enorme desequilibrio entre lo que la ampliación de la Alianza Atlántica representaba para ambas partes.

El liderazgo ruso ha asumido un altísimo coste —con una determinación y un desafío estudiados, ha soportado el oprobio, la exclusión de los mercados de capitales, las restricciones a las importaciones de alta tecnología, las medidas disuasorias de la OTAN e incluso el posible fracaso de su proyecto económico más preciado en Europa, el gasoducto Nord Stream II— y ha estrechado aún más su asociación estratégica con China para terminar de dar la puntilla al orden internacional en cuyo nombre se impulsaba una estrategia que, con razón o sin ella, el Kremlin percibía como una seria amenaza para sus intereses vitales.

La pretensión de seguir expandiendo la OTAN ha arruinado Ucrania, ha elevado notablemente la inseguridad en el este europeo, ha contribuido a la configuración de un orden internacional multipolar y se ha pasado de una Rusia mal armada que reclamaba un área de influencia inmediata a otra más agresiva y con un potente perfil militar que ha ampliado notablemente su ambición y radio de acción estratégicos17. Ahora, ¿cómo se hace para que el genio vuelva a la lámpara?

En el seno de los aliados existen distintas sensibilidades sobre la cuestión que Moscú querría explotar teniendo en cuenta la importancia de la firmeza y de la unidad frente a un asunto tan sensible. Más de lo mismo no parece la solución. El dilema está servido.

Conclusión

La relación entre la Federación Rusa y Occidente es por naturaleza difícil, a ambas partes le separan culturas estratégicas muy distintas y Moscú no acepta un orden internacional presidido por EE. UU. en que a Rusia no se le reconoce el rango de potencia de primer orden.

En la actualidad, las relaciones pueden considerarse rotas con tendencia a seguir deteriorándose. El principal escollo ha sido el intento de ampliación de la OTAN hacia el este y, muy en concreto, la incorporación de Ucrania, más allá de la línea alcanzada en 2004 con la incorporación de las repúblicas bálticas.

El Kremlin ha visto en ello una amenaza a intereses esenciales y el deseo de Washington de debilitar y marginalizar a Rusia.

Para impedirlo, Putin ha asumido graves riesgos y perjuicios para su país y ha estrechado la relación entre Moscú y Pekín en un esfuerzo exitoso por clausurar el orden liberal internacional presidido por Washington.
Al no serle reconocida a Rusia una esfera de influencia en el espacio postsoviético, ha roto el percibido cerco de la OTAN, interviniendo con gran habilidad en la guerra de Siria. Desde su posición de privilegio en Oriente Medio, ha ampliado su ambición geopolítica para demostrar con hechos que el Kremlin no está dispuesta a ser ignorado en el concierto de las principales potencias.

Henry Kissinger no estaba tan desencaminado cuando afirmaba que Ucrania debía haber servido de puente y no de puesto avanzado de una parte en relación con la otra18.

Ahora nos encontramos con un escenario que no beneficia a ninguna de las partes y, sin embargo, resulta muy difícil retroceder de las posiciones alcanzadas. Rusia se ha enrocado y no tiene la intención de soltar la presa. En el seno de la Alianza hay distintas sensibilidades y, no obstante, es importante mantener la cohesión. China ve con satisfacción cómo la brecha se ahonda. Es más fácil hacer un juicio sobre el estado de la cuestión que encontrar una solución. Quizá la próxima cumbre de Ginebra entre Biden y Putin nos ofrezca alguna clave.


José Pardo de Santayana*
Coronel de Artillería DEM Coordinador de Investigación del IEEE

Referencia Bibliografía
  1. 1 GRAHAM, Thomas. “Let Russia be Russia. The case for a More Pragmatic Approach to Moscow”, Foreign Affairs, noviembre/diciembre de 2019, p. 134.
  2. 2 BUGAYOVA, Nataliya. “How We Got Here With Russia: The Kremlin's Worldview”, ISW, marzo de 2019. Disponible    en:
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  4. _March%202019.pdf
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  6. 5 SHERR, James. “Nothing New Under the Sun? Continuity and Change in Russia Policy towards Ukraine”, International Centre for Defence and Security, Julio de 2020. Disponible en: https://efpi.icds.ee/wp- content/uploads/sites/18/2020/07/ICDS_EFPI_Report_Nothing_New_Under_the_Sun_Sherr_July_2020.p
  7. 6 HOSKING, Geoffrey. “The Freudian Frontier”, Times Literary Supplement, 10 de marzo de 1995, p. 27.
  8. 7 GALEOTTI, Mark. We Need to Talk About Putin. Ebury, 2019.
  9. 8 “Putin inaugura un monumento a Vladímir, el príncipe que cristianizó Rusia en 988”, EFE, Moscú
  10. 9 CHARAP, Samuel, COLTON, Timothy J. “Everyone loses, the Ukraine crisis and the ruinous contest for
  11. 10 SHERR, James. Op. cit.
  12. 11 RUMER, Eugen. "The Primakov (Not Gerasimov) Doctrin in Action”, Carnegie Endowment for international    Peace,    junio    de    2019.
  13. 13 EHRHARD, Thomas P. “Treating the Pathologies of Victory: Hardening the Nation for Strategic Competition”, Heritage.org, 30 de octubre de 2019. Disponible en: https://www.heritage.org/military- strength/topical-essays/treating-the-pathologies-victory-hardening-the-nation-strategic
  14. 16 NÚÑEZ VILLAVERDE, Jesús. “Ucrania, un conflicto no tan congelado”, Real Instituto Elcano, 14 de abril
  15. 17 PARDO DE SANTAYANA, José. El desencuentro con Rusia y las claves de su estrategia militar. Documento    de    Análisis    IEEE    22/2020,    17    de    junio    de    2020.
  16. 18 KISSINGER, Henry. Entrevista de Jeffrey Goldberg en The Atlantic, 10 de noviembre de 2016

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