Avis

Bilateralidad

José María Peredo Pombo. Catedrático de Comunicación y Política Internacional de la Universidad Europea de Madrid

En Francia el 14 de julio conmemora la toma de la Bastilla, representa el espíritu de la libertad del pueblo francés y exalta la grandeza de la República. Para el majestuoso, aunque republicano acontecimiento, Emmanuel Macron ha invitado al presidente de Estados Unidos, Donald Trump. Le Monde se lamentaba del hecho, pero la habilidad política de Macron queda expuesta en la repercusión que ha tenido el día del orgullo nacional francés, multiplicada por los 140 caracteres que cada frase de Trump revienta las redes y los papeles tradicionales.

Pero si las reuniones bilaterales que organiza el presidente francés no han dejado claro que Francia tiene la voluntad de volver a convertirse en una gran potencia global tras la crisis, quizá es que no hemos reparado en la evidencia que el mundo de este tiempo de Trump y Macron, es un mundo definitivamente bilateral. Vladimir Putin y el presidente norteamericano acapararon la atención en su reunión mano a mano durante el G20. Aunque en la cumbre multilateral no hubo apenas acuerdos remarcables, la intensa actividad bilateral satisfizo a la mayoría de los asistentes.

La negociación con el Reino Unido sobre el Brexit y el futuro comercial con cada socio europeo y global; el repliegue y la incertidumbre de la política exterior norteamericana en este periodo; el creciente papel de China. Todos ellos son argumentos para certificar que las relaciones internacionales se reconfiguran desde la bilateralidad. Pero el argumento probablemente más sólido es el de que nos encontramos en una nueva fase de la globalización, en la cual el protagonismo de las grandes potencias, se ha visto reforzado, tras la crisis, la guerra, la lucha contra el terrorismo y la economía abierta.

Entre ellas, Estados Unidos sigue siendo la única superpotencia con territorio continental, fuentes de energía, presencia global, armamento atómico, población, dimensión económica y estabilidad. Las tres aspirantes a compartir mesa y hegemonía, la Unión Europea, China y Rusia, presentan alguna debilidad en sus capacidades. Los europeos en la defensa y la política exterior común; los rusos en la población y la presencia global, los chinos en el armamento nuclear y en la sostenibilidad del sistema.

Las potencias tradicionales, Francia, Reino Unido, Alemania y Japón, por su parte, buscan la manera de hacer valer su know how en el liderazgo internacional. Francia con una visión diplomática alternativa que le ha permitido históricamente hacerse imprescindible; Reino Unido iniciando su viaje hacia el encuentro con su pasado y espléndido unilateralismo, negociando para salir reforzado de Europa y no caer en la marginalidad continental. Alemania, siendo fiel a sus patrones de crecimiento. Japón, caminando de la mano de los Estados Unidos en Asia.

Las restantes potencias emergentes, Brasil, Suráfrica y sobre todo la India; las potencias regionales islamistas o islámicas: Turquía, firmando acuerdos con Qatar y con 30 embajadas en África; Arabia Saudí, satisfecha de haber reconducido la primavera árabe y la desafección americana; Irán, líder del chiismo y de la energía. Y otras, en proceso de presentación de credenciales en esta nueva república global en la que para ser invitado no es necesario ni que seas demócrata, ni que protejas los derechos humanos, ni que toleres a la oposición.

Pero el escenario idílico e imposible de la bilateralidad, no puede producirse en un mundo donde el clima cambia de manera global, no bilateral, y donde otros muchos actores no se resignan a quedarse fuera de la sala Ballroom de Buckingham. Precisamente allí, la Reina de Inglaterra ofreció un majestuoso y selecto banquete a los Reyes de España en una manifestación más de la tendencia que se refuerza en este tiempo. Mientras, los Trump y los Macron, cenaban en un espléndido restaurante de la Torre Eiffel. Bis a bis.