Opinión

Abdelaziz Buteflika, el último símbolo de la Revolución argelina

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A sus 84 años, Abdelaziz Buteflika, abandona el escenario de la política mundial, dejando un legado controvertido, polémico y lleno de altibajos. Símbolo de la joven Revolución argelina en la que se enroló desde muy joven y de la que fue su más famoso representante en política exterior durante 15 años, llegando a ser presidente de la Asamblea General de la ONU en 1974, murió en su residencia de Zeralda, a las afueras de Argel, solitario y abatido. 

Desde 2013, en que sufrió un accidente vascular isquémico que le dejó semiparalizado y sin habla, el viejo tigre tlemceniano no perdonó nunca a su pueblo, a sus amigos y a sus numerosos cortesanos, que le hubieran abandonado y que le sacaran del poder por la fuerza. El movimiento popular Hirak contribuyó a arrinconarle, pero su caída fue “una traición de los suyos” como recuerdan todos los que de cerca o de lejos tuvieron relación con el veterano estadista. 

Buteflika pasará a la Historia como el más controvertido presidente de los países colonizados que se libraron del yugo de las metrópolis en los años 50 y 60 del siglo pasado. No fue un dirigente de la Revolución, pero se sumó a ella y puso a su servicio el brío de su verbo y la astucia de una juventud que aspiraba a cambiar el mundo. Siendo entonces miembro del Consejo de la Revolución dirigido por  el coronel Huari Bumedian, Argel fue conocida como “la Meca de los revolucionarios”, albergando una gran cantidad de movimientos de liberación anticolonialistas, de movimientos revolucionarios y por la que pasaron todas las figuras prominentes del Movimiento de los No Alineados.

Tras una larga travesía del desierto de 20 años, provocada por las luchas internas en el seno de la jerarquía político militar de Argelia, Buteflika volvió al país en 1999 para ofrecer paz y reconciliación nacional. El pueblo argelino lo aclamó y eligió presidente, cargo en el que se mantuvo dos decenios, aunque en los últimos años gobernaba por personas interpuestas: su hermano Said y el jefe del Estado mayor del Ejército, Ahmed Gaid Salah.

Sin embargo, su sueño de renacimiento de Argelia, fracasó al no conseguir imponerse a la cúpula militar y a los servicios de inteligencia, que habían sido, eran y siguen siendo, la espina dorsal del poder. Buteflika quiso recomponer las relaciones con Marruecos y resolver definitivamente la cuestión del Sahara Occidental,  en base a un acuerdo entre los Estados involucrados apadrinado por Arabia Saudita, y no lo consiguió. Asistió en persona a los funerales de Estado del rey Hassan II en Rabat, en los que participaron una gran mayoría de reyes y jefes de Estado de todo el mundo. Incluso llegó a desfilar detrás del féretro real, junto al entonces Príncipe Heredero y hoy rey, Mohamed VI. Su esperanza de reconciliar los dos pueblos y los dos Estados, fue truncada por la intransigencia interesada de la élite castrense. 

Deja un legado cargado de incógnitas: hay quien defiende que merece funerales de Estado; otros, que su legado socio-económico ha sido catastrófico; otros más, que fomentó la corrupción, el nepotismo y la dilapidación de bienes públicos en todas las esferas del poder.

Con España, sus relaciones fueron como su reinado, cargadas de ambigüedad. Fue defensor de una política de dureza entre Argel y Madrid, al acoger a la ETA, al Partido comunista internacionalista, al MPAIAC de Antonio Cubillo, a defensores de la Tercera República española, pero también, una vez llegado al poder en los años 2000, fue “el mejor amigo de España”, propulsor de ampliar las relaciones económicas y financieras, hasta el momento monopolizadas por Francia, Rusia y los Estados Unidos  . 

El actual poder argelino, Presidencia, Servicios de seguridad y Fuerzas Armadas, se encuentra frente aun dilema: ¿qué hacer con la figura del fallecido? ¿Funerales de Estado o enterrarle discretamente en el cementerio de El Alia, junto a otras viejas glorias de la Revolución?