Opinión

África: Occidente y Rusia en búsqueda de aliados allí

photo_camera putin rusia africa

Esta semana, Rusia y Occidente han abierto un nuevo frente en su lucha por influencia desde el inicio del conflicto ucraniano. El escenario es África, siendo el objetivo conseguir aliados para sus intereses geopolíticos. Esta semana, el continente ha recibido la vista de dos personalidades relevantes: Emmanuel Macron, presidente de Francia, y Sergei Lavrov, ministro de Exteriores Ruso. El primero ha visitado Camerún, Benín y Guinea-Bissau, mientras que el segundo ha estado en Egipto, República del Congo, Uganda y Etiopía.

Los países visitados no han sido escogidos al azar. En el caso de Francia, centrarse en África occidental muy probablemente se deba al hecho de la cercanía de la región con el Sahel, cuyo terrorismo se acerca cada vez más a sus fronteras. Esto obliga a Francia, la cual se encuentra retirando su presencia militar en Mali, a reforzar su credibilidad como socio prioritario de los países de la zona, contrarrestando a Rusia. Moscú tiene a su favor la gran dependencia del continente en trigo y fertilizantes rusos, ambos bloqueados por las sanciones internacionales. Ejemplo de ello es Egipto, el mayor importador de trigo del mundo, mayoritariamente ruso. En este aspecto, es clave conseguir el beneplácito de la Unión Africana (UA), cuya sede está en la capital etíope.

¿Han conseguido ambos países sus objetivos?

En el caso francés, las visitas han estado marcadas por el dilema de qué debería primar en las relaciones entre Francia y África: La seguridad o la defensa de los derechos humanos y el reconocimiento del mal colonialista. La seguridad frente al terrorismo ha primado sobre los derechos humanos, aunque los líderes de Camerún y Benín sean autócratas. En ambos países Macron se ha comprometido a garantizarles la seguridad, prometiendo el envío de material militar para equipar las fuerzas militares de ambos países. Ha habido gestos simbólicos de “reconciliación” con el turbulento pasado colonial de Francia, como a inauguración en Benín de una exposición con obras restituidas por parte de Francia al país africano. Sin embargo, Macron no ha conminado a ambos países a respetar los derechos humanos. Esto último es relevante si tenemos en cuenta que ambos países poseen regímenes autoritarios y Camerún sufre un conflicto lingüístico entre las regiones angloparlantes del este y el resto del país, francófono. Tampoco ha habido avances en la revisión francesa de su legado colonial, en un país que vivió una brutal guerra civil por la independencia entre 1955-1971. A esto se le une la crítica de Macron a la presencia rusa en el continente en un país que firmó un acuerdo de seguridad con Rusia en mayo y se abstuvo en la votación de Naciones Unidas para sancionar a Rusia por la invasión de Ucrania. Tales críticas muy probablemente refuercen la decisión camerunesa de optar por Moscú como guardián de su seguridad, pues al contrario que Francia, Rusia no tiene pasado colonial en el continente. Respecto a Benín, habrá que ver cómo evoluciona la amenaza terrorista en el Sahel, especialmente si atraviesa las fronteras de Porto-Novo, para evaluar la eficacia de la ayuda militar francesa.

Para Moscú, su periplo por África tiene como objetivo principal convencer a los países del continente –dependientes del trigo y fertilizantes rusos y ucranianos para su subsistencia- de que Moscú no es responsable de su encarecimiento, algo que puede resultar en hambruna en el continente. También intentará ganarse el favor de los países visitados para que no apoyen las sanciones contra Moscú. En este punto, Rusia juega con la ventaja de explotar la abstención de los países del continente en el voto para sancionar a Rusia en las Naciones Unidas como prueba de la debilidad de la política exterior de Occidente. Sin embargo, la abstención de estos países es un arma de doble filo para Rusia, pues si bien no apoyan a Occidente, tampoco están interesados en apoyar a Moscú, en un continente donde la dependencia a Occidente y cada vez más hacia China en infraestructuras y desarrollo es muy grande. Rusia ha entendido este juego y se está esforzando por construir infraestructuras: en Egipto Rusia construirá una central eléctrica y en la República del Congo un oleoducto. En el terreno de los valores políticos, Moscú está más en sintonía con los países africanos que Occidente en la primacía de la seguridad sobre los derechos humanos, hecho clave para facilitar la diplomacia rusa en un continente donde el autoritarismo está en auge.

En conclusión, la guerra de Ucrania también se juega en el terreno diplomático, especialmente en la búsqueda de aliados según las visiones geopolíticas de Moscú y Occidente. África es el teatro de operaciones de estas maniobras, como hemos visto esta semana con las visitas de Francia y Rusia a países del continente. París prima la seguridad sobre los derechos humanos y la revisión del legado colonialista, además de criticar la presencia rusa. Tales críticas no harán más que reforzar la dependencia hacia Rusia de países como Camerún, que tiene un acuerdo de seguridad con Rusia. El envío de ayuda militar dependerá del terrorismo en el Sahel, especialmente si se expande a África occidental y cómo reaccionan las Fuerzas Armadas de esos países a la amenaza. Rusia cuenta con la baza de la dependencia continental sobre su trigo y fertilizante y la abstención a la hora de sancionarla por el conflicto ucranio. No obstante, no dispone de una política activa de inversiones en infraestructuras al nivel de Occidente y China, hecho clave a la hora de ganar apoyos en el continente. Moscú está orientando su política en este aspecto, invirtiendo en oleoductos y centrales eléctricas en Egipto y República del Congo.

La evolución de la guerra de Ucrania determinará el éxito o fracaso de la estrategia de Occidente y Rusia de conseguir apoyos en África. Las visitas de esta semana de París y Moscú demuestran que conseguir el apoyo de los países de la zona es clave en la lucha por la influencia global desatada por el conflicto ucranio.