Amenaza populista

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Las democracias liberales tenemos el enemigo dentro. La excesiva generosidad del concepto y del término democrático permite que en su interior nazcan y crezcan elementos muy tóxicos que únicamente utilizan las herramientas de la democracia para alcanzar el poder y a partir de ahí lucrarse personalmente, tanto en los aspectos políticos, como en los económico-comerciales y en los sociales. 

La amenaza populista se ha convertido en el mayor enemigo de las democracias liberales que desde la Segunda Guerra Mundial han proporcionado seguridad, estabilidad y progreso a los países que lograron consolidar un sistema que, como dicen algunos, es el menos malo, pero que se ha demostrado el mejor para los intereses de las personas. 

Claro que las democracias liberales tienen sus magníficas luces y sus maléficas sombras porque las instituciones que las conforman están regidas por personas que no siempre responden al compromiso que exige su responsabilidad, ni su capacidad política e intelectual da la medida necesaria para afrontar las decisiones tan trascendentes que comportan sus cargos, tanto en el poder ejecutivo, legislativo y judicial. 

A partir de la ineficacia, incapacidad y falta de categoría de aquellos que medran desde jóvenes en los partidos políticos convertidos en maquinarias electorales para alcanzar el poder a cualquier precio y de la corrupción que provoca una degeneración mortal aparecen los supuestos salvadores de la Patria, los populistas autoritarios oportunistas sin escrúpulos que prometen lo que los ciudadanos necesitan y quieren oír para lograr sus votos. Después, no cumplen sus imposibles promesas y buscan los chivos expiatorios a quienes culpar de todos los males. Por desgracia, son tantos los ejemplos que estamos viviendo y sufriendo que sería injusto centrarnos sólo en unos pocos, pero es obligado centrarnos en los que tienen más influencia al conseguir el poder en grandes potencias. 

Los casos más desastrosos están en Rusia con Vladimir Putin, que disfraza su férrea dictadura con tintes democráticos totalmente bajo su control, y en Estados Unidos con Donald Trump. Podemos pensar en el peronismo argentino de los años 50 para coincidir en que el fenómeno no es novedoso, lo que permite a los populistas autoritarios tener más incidencia en la población y más rápido son las nuevas tecnologías, la televisión y las redes sociales. Putin ha ido labrando su poder durante estos años, al abrigo de las democracias liberales que no lo cuestionaban mientras obtenían gas y petróleo a buen precio, y con el apoyo de otra gran amenaza para la gran democracia americana como es Trump, quien ataca a las instituciones para intentar evitar sus cuentas económicas y comerciales con la justicia, además de los documentos secretos robados. Y el dictador chino moviendo sus hilos en todo el mundo, según construye su hegemonía. Mientras tanto, cada país sufre sus propios engendros populistas.  

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