Así es Johns Hopkins, la universidad del informe fantasma

Johns Hopkins University

No tiene fuera de Estados Unidos la fama de Harvard o de UCLA, ni la solera de Oxford o Cambridge. Pero dentro de su país, la tan mencionada estos días en España universidad de Johns Hopkins es una de las más respetadas. No hay medio de comunicación que no la haya mencionado en sus titulares y en muchos de sus textos informativos, al hilo de la polémica por el falso informe al que el gobierno español sigue apelando para intentar demostrar que España está en quinto lugar en número de test de coronavirus realizados en todo el mundo. La insistencia en esgrimir ese informe provocó la pregunta de una periodista de la CNN solicitando sin éxito al mismo presidente Pedro Sánchez que los servicios de comunicación de La Moncloa difundieran el trabajo de los investigadores de la Johns Hopkins. La información posterior de esa cadena norteamericana afirmó que el presidente no pudo probar la existencia del informe. 

Se trata de una institución universitaria con 144 años de trayectoria, enclavada en el corazón de Baltimore, la ciudad más poblada del estado de Maryland, y situada a media hora en coche del Distrito de Columbia. Es uno de los centros investigadores más potentes del mundo, sus presupuestos en este campo son multimillonarios y es un verdadero oasis (privado, por supuesto) para los investigadores que tienen la fortuna de poder trabajar en sus laboratorios y despachos. Su especialización en investigación fue expreso deseo de su fundador, Johns Hopkins, un industrial que contribuyó al apogeo y crecimiento de Baltimore en el siglo XIX. La ‘s’ final de su nombre de pila que tanto confunde y tan pocas veces de pronuncia correctamente, recuperó el apellido de su bisabuela Margaret Johns. Su familia, abolicionista y cuáquera, había prosperado con negocios de alimentación en el condado de Anne Arundel, actualmente conocido como Davidsonville, donde las tradiciones son aún tan arraigadas que la comunidad no tiene actualmente conexión a servicios públicos de agua, gas o alcantarillado.

El campus de Homewood es el principal foco académico, una auténtica ciudad universitaria con decenas de acres de terreno y con todas las instalaciones y servicios imaginables. Pero la Johns Hopkins tiene además otros dos campus universitarios en Washington D.C. y en Montgomery, Maryland. Fuera de Estados Unidos, sus cátedras se han instalado en la ciudad italiana de Bolonia y en la china de Nankín. La Escuela de Artes y Ciencias de la universidad lleva el nombre de Zanvyl Krieger, empresario de las destilerías de la ciudad de Baltimore de origen judío. Y alberga igualmente la mayor y más importante escuela de salud pública del mundo, la Bloomberg School of Public Health, fundada por Nelson Rockefeller, pero impulsada por el exalcalde demócrata de Nueva York. La colaboración entre lo público y lo privado es determinante en la educación norteamericana, y así lo entienden todos los actores que participan en el proceso educativo y académico. La otra joya del legado del fundador de esta catedral del saber y del interés colectivo es el Hospital Johns Hopkins, encuadrado también en Baltimore, la otra institución que da empleo a la mayor parte de los habitantes de la ciudad. Fue inaugurado en 1889 y es muy respetado en los círculos médicos de todo el mundo sobre todo por sus avances en cirugía de mínima invasión para el tratamiento de diferentes tipos de cáncer. 

Pocos saben que, en la Universidad Johns Hopkins de Maryland, foco de polémicas a miles de kilómetros por la mención constante a sus informes del presidente español, germinó la semilla del pensamiento político neoconservador, en el vivero de ideas que constituyó la escuela de estudios internacionales que pertenece a su estructura. Paul Wolfowitz fue decano de la Paul H. Nitze School of Advanced International Studies (SAIS) durante siete años, hasta que George W. Bush le nombró en marzo de 2001 subsecretario de Estado de Defensa, mano derecha de Donald Rumsfeld en la guerra de Irak. Durante el discurso de despedida, el presidente de la Johns Hopkins William R. Brody afirmó que “la mala noticia es que Johns Hopkins está perdiendo un gran decano. La buena noticia es que el país está ganando un líder muy inteligente, muy centrado y claro como subsecretario de Defensa. Paul Wolfowitz servirá bien a la nación”.

Durante los años que fue decano, Wolfowitz mantuvo estrechas relaciones con algunos de los neocon que luego tomarían la Administración Bush como Richard Perle, Robert Kagan o Paul Bremer, y sobre todo con Francis Fukuyama, catedrático de Economía Política de la SAIS e ideólogo del neoconservadurismo. La doctrina defendida por Bush para responder a los atentados del 11-S con las operaciones militares de Afganistán e Irak fue obra de Wolfowitz. Entre esos nombres de los halcones liberales tan denostados en muchos países como España, están los grandes defensores de la invasión de Irak en 2003. Postulaban desde los despachos de la universidad lograr la paz mediante la fuerza militar y un duro rechazo al comunismo, con las teorías de Ronald Reagan como base de apoyo. Todos son contrarios a la nueva izquierda y defensores de Israel en el conflicto de Oriente Medio. Los neocon solo ven posible el libre mercado como teoría económica, el capitalismo y el conservadurismo fiscal, con una mínima influencia del gobierno en la sociedad. Alguien lo bautizó como el “conservadurismo compasivo”, que iluminó la primera victoria electoral de Bush en 2000.

Aunque hay que recordar que las posiciones a favor de la toma unilateral de decisiones ya venían del antecesor de Bush, Bill Clinton. Madeleine Albright, su secretaria de Estado, defendió una frase que hoy sería proscrita: “Multilateralismo si podemos, unilateralismo si debemos”. Y Anthony Lake, el asesor de Seguridad de Clinton durante el primer mandato de su presidencia, justificó en un discurso en septiembre de 1993 una postura agresiva en la política exterior para la Posguerra Fría con una ponencia titulada ‘De la contención a la ampliación’. Aquellas palabras no fueron pronunciadas en cualquier lugar elegido al azar. Se escucharon en la escuela SAIS perteneciente a la Universidad Johns Hopkins, en su edificio situado en Massachussets Avenue en pleno centro de Washington, a apenas cuatrocientos metros de la Casa Blanca. (Mencionado en Casus Belli: cómo los Estados Unidos venden la guerra, de Achin Vanaik). 

La universidad del informe fantasma ha nombrado hace algunos años al expresidente español José María Aznar “miembro distinguido”. Junto a todo ello, es obligado consignar que los estudiantes se organizan para protestar airadamente en el campus principal cuando aparece un conferenciante no deseado, como el exasesor presidencial Karl Rove, otro de aquellos halcones neocon.

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