Opinión

AUKUS: jugando al mikado en el Pacífico Sur

photo_camera Joe Biden

Poco se podía imaginar Francisco Silvela cuando rubricó la venta de las islas de los archipiélagos de las islas Carolinas y las Marianas al Imperio Alemán en febrero de 1899 la importancia geoestratégica que esa parte del mundo cobraría 120 años después.

Y, sin embargo, nada hay más cierto. Tras un estentóreo preliminar en forma de abandono formal de Asia Central el pasado día 11 de septiembre, Washington y sus aliados más incondicionales no han tardado en subir la apuesta en el sur de Asia, una vez desembarazados de 20 años de anclaje militar en Afganistán y zonas próximas.

Como en el popular juego de destreza chino llamado mikado, al manipular elementos superpuestos en una determinada configuración geopolítica se corre el riesgo de provocar el colapso del conjunto, bien por error de cálculo, bien por exceso de autoconfianza. La historia está repleta de tales casos, siendo uno de los más destacables el que cometió Kruschev, cuando en octubre de 1962, en vísperas de unas elecciones de mitad de mandato que no se auguraban particularmente prometedoras para   John F. Kennedy, tomó la decisión de instalar misiles dotados de cabezas nucleares en Cuba, en parte como reacción a la reciente instalación de análogos misiles nucleares norteamericanos en Turquía.  

Si bien desde un punto de vista estrictamente militar, el despliegue de los misiles rusos no cambiaba un ápice la capacidad de destruirse mutuamente de rusos y americanos -tal y como hizo notar el propio  Kennedy a su gabinete- el coste político de permitir la existencia de los misiles soviéticos era inaceptable para el presidente norteamericano, que a la postre demostró un inmensa talla como hombre de Estado, negociando secretamente con Kruschev la retirada de los misiles rusos en Cuba con luz y taquígrafos, a cambio de la retirada subrepticia de los misiles americanos en Turquía. 

Todo y con ello, sólo el temple de unos pocos militares y el coraje político de algunos civiles a ambos lados evitó un Armagedón a causa de percepciones equivocadas y malentendidos. Sin ser comparables las situaciones, el hecho de haber materializado un acuerdo para transferir tecnología de Estados Unidos Gran Bretaña para desarrollar una flota de submarinos de propulsión nuclear a Australia, rompiendo un contrato con Francia; manteniendo a la Unión Europea en la inopia; y a siete meses de las elecciones presidenciales francesas,  no ha sido una maniobra particularmente hábil por parte de la Casa Blanca, y está por ver cuánto de pírrica tiene esta batalla por el control del Mar de China Meridional, en términos de deterioro de las relaciones transatlánticas y el riesgo de una potencial  carrera armamentística con China, que difícilmente puede tolerar cualquier modalidad de intervencionismo occidental que despierte la más mínima reminiscencia del Siglo de Humillación. Con todo, Pekín es más que consciente del resultado que tuvo para la URSS dedicar ingentes recursos a contrarrestar el vasto programa tecnológico llamado 'Iniciativa de Defensa Estratégica' que anunció Reagan 1983 -la célebre ‘Guerra de las Galaxias’ que nunca llegó a realizarse. Tampoco se ignoran en Pekín las consecuencias que para el Imperio Japonés tuvo su reacción militar contra la confiscación de todos los activos japoneses ordenada por Franklin Delano Roosevelt al alimón con el Imperio Británico, que eliminó de la noche a la mañana el 75% del comercio exterior japonés, así como el 90% del crudo que importaba. 

Por consiguiente, es poco probable que China sobrerreaccione ante el envite anglosajón en los términos en los que a éstos les convendría, por ejemplo, recuperando Taiwán ‘manu militari’. Es más plausible esperar que actúe sacando partido de las grietas que ha abierto el acuerdo entre EEUU, Reino Unido y Australia, al que significativamente no se han sumado ni Canadá ni Nueva Zelanda, y que ha desairado a la Unión Europea al agraviar a Francia, principal actor estratégico de la UE en la región.   

Todos estos actores internacionales saben que lo que realmente está en juego es una guerra comercial entre los dos gigantes económicos, que ha recobrado intensidad  como consecuencia del efecto que la pandemia ha tenido en el suministro de los derivados de tierras raras que son fundamentales para fabricar los componentes electrónicos en los que se basa la economía digital, lo que ha agudizado un encarecimiento de estos materiales que ya se había producido en el contexto de la mencionada guerra comercial. Una de las claves para entender este conflicto es que China controla el 55% de la capacidad de producción global de metales de tierras raras además del  85% de la refinación de los mismos (incluyendo las 50.000 toneladas anuales de concentrados obtenidos extraídas en EEUU, que se envían a China para su procesamiento final). China impuso en junio de 2021 controles de exportación sobre estas actividades, que suponen el 95% del suministro mundial. No en vano, Deng Xiaoping dijo en su día que Oriente Medio que el petróleo de China eran las tierras raras. Hoy por hoy, el Occidente industrializado es tan dependiente de China como en los años 70 lo fue de la OPEP, por lo que la diplomacia de las cañoneras corre el riesgo de ser percibido antes como una muestra de impotencia que de fortaleza. 

Significativamente, el primer movimiento de China tras la puesta de largo del trío AUKUS no ha sido hacer ruido de sables, sino presentar su solicitud oficial para unirse al Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica, decisión esta que ha sido públicamente bienvenida por el ministro de Comercio neozelandés, Damien O’Connor, cuyo Gobierno no parece estar por la labor de sumarse a una política exterior concertada en clave anglosajona y basada en la beligerancia.

Del mismo modo, la iniciativa AUKUS supone un incentivo añadido para que la UE avance hacia la autonomía estratégica tanto de EEUU como de China, algo que precisa primero modificar los tratados de la unión en aspectos clave como defensa y sanidad, para después crear nuevos marcos normativos, una tarea monumental que excede con mucho la modesta ambición plasmada hasta la fecha en los prolegómenos de la ‘Conferencia sobre el Futuro de Europa’.  Al salir el Reino Unido de la Unión Europea, se llevó consigo las coartadas que permitían a los líderes europeos evitar coger por los cuernos al toro de la unión política de Europa. Con el AUKUS sobre la mesa, ya no hay excusas.