Opinión

Biden, caída y estrategia

photo_camera Atalayar_Joe Biden

Alimentar los fundamentos de la fortaleza interna de América, entre otros, la sociedad, la economía, la defensa nacional y la democracia. Promover una distribución favorable (no igualitaria) del poder y defender los intereses de Estados Unidos y sus aliados frente a las amenazas por el control (o el deterioro) de los bienes globales comunes (clima, recursos, derechos, valores), o por el dominio de regiones concretas. Liderar un orden internacional estable, abierto y sostenible a partir del refuerzo de la colaboración entre democracias, las instituciones multilaterales y la gobernanza basada en normas. Ésta es la prioridad, o mejor dicho las prioridades, del documento que ha puesto en circulación la Casa Blanca para que sirva como guía para la reforma de la estrategia de seguridad nacional. Y que de paso pueda servir como guía de la nueva doctrina Biden, que se convertirá en tal concepto si las condiciones del ambiente internacional no la desenfocan en los próximos meses, si los conflictos actuales no permanecen abiertos e irresolubles y si el presidente Biden no tropieza por cuarta vez en la escalinata de subida al Air Force One, debilitando con sus caídas la imagen que la gran potencia necesita para hacer creíble su vuelta al tablero de las relaciones internacionales en pie, no de igualdad, sino de liderazgo.

Pero el documento elaborado en Washington pone sobre la mesa algunos temas que no dependen tanto de la estabilidad presidencial, sino que trascienden a un mandato y entran en perspectivas de más largo plazo sobre la política exterior y de seguridad. En primer lugar, en torno al fortalecimiento de la democracia americana, y su economía y sociedad. A partir del reconocimiento implícito y explícito sobe la deriva que los acontecimientos políticos y sociales recientes han producido en Estados Unidos. Y como consecuencia de aquellos, sobre la necesidad de redefinir las pautas políticas hacia un crecimiento económico inclusivo y el impulso de un marco globalizador que no sea un entramado desregulado de acciones para promover la expansión a cualquier precio, sin valorar sus efectos perversos sobre las clases medias y los colectivos más desfavorecidos en los mercados internacionales. Una globalización renovada, regulada y más sensible con las desigualdades y los movimientos de población indiscriminados. Que pasa por una mejor prevención y cobertura ante los riesgos de pandemias y las crisis sanitarias y naturales. Que revitaliza la cooperación internacional y regional situándola como fundamento de una convivencia mundial más armónica. Y que además prevé una decidida estrategia de refuerzo institucional y de transparencia democrática para que el faro del sistema norteamericano sea una luz entre las tinieblas de los autoritarismos y los populismos desestabilizadores.

En segundo lugar, Estados Unidos apuesta de manera activa y concreta por su vuelta a la escena internacional tanto desde el compromiso de asumir los costes de la institucionalidad multilateral que le correspondan, como desde el impulso de las alianzas estratégicas, en el marco de las existentes (OTAN) o las de renovada promoción (Asia). La democracia y los derechos humanos, en este sentido, son piezas esenciales según la administración Biden, para establecer vínculos más sólidos y proyectos más ambiciosos además de alianzas de defensa más modernas y seguras. Lo cual no significa en absoluto que la política exterior americana reinterprete de manera distinta a como lo hacía la estrategia de seguridad nacional anterior, cuestiones como la rivalidad creciente con China, la necesidad de proteger a aliados en el Sudeste Asiático y Oriente medio como Taiwán o Israel, la amenaza de Rusia en su papel como agente desestabilizador de las democracias aliadas o el mantenimiento del terrorismo como fenómeno permanente en la agenda de la conflictividad regional y global o de países como Irán en la misma agenda, aunque por motivos en este caso relacionados también con la proliferación nuclear.

En este nuevo planteamiento estrategia de orientación pragmática, es decir, que refuerza valores y dinámicas diplomáticas por delante de las acciones militares (sobre todo las intervenciones de larga duración como Afganistán), pero que fortalece al mismo tiempo los temas relacionados con la ciberseguridad, la modernización (digitalización) de las operaciones especiales, la presencia en Asia y Europa, el dominio del espacio y en líneas generales la tecnología aplicada a la seguridad nacional. El impulso económico y de la tecnología, la regulación de los mercados y las redes (y la actividad en ellas), así como la marginación de los actores irresponsables con los derechos humanos, son considerados como piezas fundamentales, no solo para el progreso sino también para la seguridad.

La presencia en el documento de Europa y la novedosa y clara referencia a África como regiones de especial relevancia para los intereses americanos y globales, trasladan los focos de la seguridad nacional americana hacia unos encuadres geopolíticos aún más complejos. Países como España y otros aliados mediterráneos, puente de la alianza con este conjunto de valores en un escenario común, pero también eslabones de la cadena riesgos, se encuentran ante el dilema de poner sus recursos y su voluntad en la conformación de un renovado proyecto de Occidente, donde la desorientación estratégica, los localismos políticos y la inestabilidad institucional no tienen cabida. En vez de contemplar impasibles los tropiezos de la democracia, sería el momento de subir con paso firme la escalinata hacia un mundo más consistente, digitalizado y seguro.