Opinión

Cargada de futuro

photo_camera Migración en el Mediterráneo

Si hay un argumento objetivo a favor de la inmigración hacia España, este es sin duda el que se sustenta en razones demográficas. Se puede (y se debe) debatir sobre la regulación de los flujos, los modelos de integración más adecuados y sobre cómo deben ser los programas y procesos de acogida, pero nos parece un hecho difícilmente discutible que España necesita que se instalen en su territorio personas procedentes de otros países para frenar su caída demográfica. Los datos que viene ofreciendo el Instituto Nacional de Estadística al respecto así lo demuestran. El pasado 8 de junio el INE publicó los datos provisionales (se consolidarán el próximo mes de diciembre) de cifras de población a 1 de enero de 2020 y la estadística de migraciones de 2019. La población total de España aumentó en 392.921 personas en 2019, llegando a 47.329.981 el 1 de enero (la primera vez que se superan los 47 millones un 1 de enero). Este crecimiento es el más alto desde 2008, cuando la población aumentó en 570.333 personas. 

Si analizamos con más detalle las causas de este aumento, vemos que el saldo vegetativo (la diferencia entre nacimientos y defunciones) fue negativo, 57.146 personas menos (357.924 nacimientos frente a 415.070 defunciones). La causa del aumento total de la población hay que buscarla en un saldo migratorio positivo de 451.391 personas (748.759 inmigraciones procedentes del extranjero y 297.368 emigraciones con destino al extranjero). El 88,75% de estos inmigrantes llegados en 2019 son de nacionalidad extranjera, frente al 11,25% que posee la nacionalidad española. 

Como ha señalado recientemente el sociólogo experto en migraciones Alejandro Portes, en el contexto español (el de un país con experiencias de inmigración tardía, “rico” pero también “viejo”, con una tasa de fertilidad muy baja) la inmigración se presenta como un factor decisivo para la desaceleración de la caída demográfica. A nuestro juicio, es importante tener en cuenta este hecho, pues vemos en él la base más sólida para “recategorizar” la inmigración: para dejarla de ver como un problema y considerarla como una solución. Extendiendo el razonamiento, esta visión nos permite, por ejemplo, establecer programas de acogida que conecten los flujos migratorios con las áreas geográficas más despobladas de nuestro país.

Y es que la consideración de la inmigración como un problema no es, en absoluto, un tópico perteneciente al pasado, sino una idea previa profundamente asentada en muchos ciudadanos europeos. Por poner un ejemplo reciente, el Estudio Internacional de Valores de la Fundación BBVA (publicado en septiembre de 2019), preocupado por analizar un amplio conjunto de valores y actitudes de la población adulta de cinco países europeos (Alemania, Reino Unido, Francia, Italia y España), incluye la inmigración en el eje que recoge las “preocupaciones ante retos globales”, junto al cambio climático, la acogida de refugiados y las “fake news”. La pregunta por la que se indaga sobre valores y actitudes en relación con la inmigración es la siguiente: “¿En qué medida cree usted que las siguientes cuestiones constituyen o no un problema serio para su país?”, siendo las cuestiones el cambio climático, el terrorismo, un ciberataque o la inmigración. La escala (de 0 a 10) considera a 0 “no es un problema serio” y a 10 “es un problema muy serio”. Es decir, se parte del marco conceptual de que la inmigración es siempre un problema, más o menos serio.

La adopción de una perspectiva histórica de las migraciones laborales internacionales e interregionales, dentro y fuera de Europa, es imprescindible para sustituir estas presunciones negativas tan firmemente asentadas. En este sentido, investigaciones como las llevadas a cabo por Saskia Sassen (experta en migraciones y globalización, premio Príncipe de Asturias de Ciencias Sociales en 2013) revelan cómo las migraciones laborales han constituido un componente estratégico en la historia de la urbanización y la industrialización de Europa en los tres últimos siglos, y nos permiten interpretar mejor los procesos migratorios actuales, lo que puede redundar en el desarrollo de enfoques más inteligentes y eficaces de las políticas migratorias.

Luis Guerra, catedrático de Lengua Española en la Universidad Europea de Madrid, es uno de los investigadores principales del proyecto INMIGRA3-CM, financiado por la Comunidad de Madrid y el Fondo Social Europeo