Opinión

Consecuencias de la invasión de Ucrania

photo_camera NATO

Al margen de las heridas que hacen en nuestra sensibilidad los muertos y las escenas de destrucción en las ciudades de Ucrania, o en nuestros bolsillos el aumento de los precios y de la inflación, el ataque ruso sobre su vecino nos afecta de muchas otras maneras. De entrada, ha revitalizado la relación trasatlántica y la OTAN, que lo necesitaban tras el daño que hicieron los cuatro años de presidencia de Donald Trump, y también el proceso de integración europea que sale reforzado tanto de esta prueba como de la que supuso el virus de la COVID-19. Pero hay mucho más.

La invasión rusa de Ucrania ha acabado con la paz que con intermitencias nos ha acompañado desde 1945 y pone así fin a una era geopolítica basada en el multilateralismo y en la preeminencia política y económica de Occidente, que fue capaz de imponer sus reglas de juego a todo el planeta. Una vez derrotados los fascismos y hundido el comunismo parecían no quedar rivales para la democracia liberal y así lo pensó, equivocándose, Francis Fukuyama. La ruptura por Rusia de la arquitectura de seguridad europea es la muestra más evidente de ese fin de ciclo geopolítico, manifestado en la exigencia de un nuevo reparto de poder a escala global por parte de China y de otros países, y en su progresivo alejamiento de las normas hasta ahora compartidas.

Rusia, aislada, tendrá que acercarse a China que, a su vez, se ve obligada a apoyar a su “socio estratégico” con el que comparte una misma visión autoritaria del mundo y una común animadversión hacia los Estados Unidos, pero que no oculta su incomodidad con una invasión que viola principios que le son muy caros como la integridad territorial, el respeto de la soberanía, o la no injerencia en los asuntos internos, y que además pone en peligro sus relaciones comerciales con Europa y los EEUU, que son mucho más importantes que las que tiene con Rusia. Ese acercamiento sino-ruso, en el que Pekín actuará como hermano mayor, acelerará la división del mundo en bloques antagónicos con barreras políticas y económicas anunciadoras del antipático bipolarismo que nos acecha

Hoy la oferta de gobernanza autoritaria que hacen China y Rusia tiene muchos partidarios pues, según Freedom House, el 80% de la población de la Tierra vive en regímenes que no son libres o que solo lo son parcialmente. Esto no quiere decir que todos apoyen la invasión porque en la Asamblea General de la ONU 145 países la condenaron y sólo 4 la respaldaron (Bielorrusia, Siria, Eritrea y Corea del Norte). Pero no hay que olvidar que otros 35 se abstuvieron (India, Israel, Argelia, Sudáfrica, Arabia Saudí...) y algunos como Marruecos se ausentaron para no retratarse. Y lo mismo, pero aumentado, ha sucedido al expulsar a Rusia del Consejo de Derechos Humanos porque, no nos engañemos, muchos países no quieren enemistarse con el Kremlin y a otros no les gustan los Estados Unidos (y los europeos tampoco) y por eso es dudoso que tenga éxito la llamada de Biden para expulsar a Rusia del G-20. Son países que piensan que ésta es una disputa entre europeos en la que la OTAN y los EEUU tienen mucho que ver y que además revela un doble rasero occidental, que no reaccionó de igual manera ante la invasión norteamericana de Irak. Así lo dijo el embajador sudafricano en el Consejo de Seguridad en pleno debate sobre el ataque ruso a Ucrania.

Además, Finlandia y Suecia intentan ingresar pronto en la OTAN. Si lo hacen, Putin (que no quiere a Ucrania en la Organización) la tendrá a 200 kilómetros de San Petersburgo. Y no a una OTAN moribunda como la de hace unos pocos meses (Macron dixit) sino revigorizada por el miedo que inspira Rusia. Lo que se dice hacer un pan con unas tortas.

También, las consecuencias económicas de la invasión son enormes y se quedarán con nosotros mucho tiempo porque aumentan los problemas que nos dejó la pandemia -y de los que todavía no nos hemos recuperado del todo- al reducir las expectativas de crecimiento global, subir el déficit público, afectar al comercio, a las cadenas de suministros, a la inflación y al déficit energético, llevarnos a aumentar el gasto militar, y dejarnos sin alimentos pues de Ucrania procede el 30% del trigo, el 15% del maíz y el 76% del aceite de girasol que consume el mundo, agravando así las hambrunas en Afganistán y el Cuerno de África. Xi Jinping resaltó la gravedad de estas consecuencias durante la reciente Cumbre UE-China porque “podrían exigir años o décadas para volver a enderezar la situación”.

También, el déficit de combustibles fósiles que causa la guerra puede complicar o acelerar la necesaria transición energética: la complica porque obligará a algunos países a volver a quemar carbón, y quizás la acelere si los altos precios de gas y petróleo nos fuerzan a reducir su consumo y hacen más rentables las renovables. Una y otra opción tendrán consecuencias sobre la biosfera que nos mantiene vivos. Porque, no lo olvidemos, ese es el principal problema que enfrenta la humanidad, a su lado los demás casi carecen de importancia.

En todo caso, las consecuencias de la guerra de Ucrania nos seguirán afectando durante mucho tiempo. Por eso sería deseable que China decidiera mostrarse como la gran potencia que es y asumir sus responsabilidades facilitando una salida de esta crisis. Porque sólo ella está realmente en condiciones de presionar al Kremlin, y porque la hegemonía no solo consiste en tener una economía más potente o más armas, sino en responsabilizarse también de la buena marcha del mundo y trabajar por la paz.

Jorge Dezcallar, embajador de España.