Contraofensiva contra la operación de empatía china

Personal médico chino llegando a Italia

Ni gratuitos ni improvisados. Los ataques de Estados Unidos y el Reino Unido contra la gestión china de la COVID-19, a los que se han unido las dudas sobre la misma sembradas por Francia, parecen responder a un objetivo fundamental: contrarrestar la exitosa ofensiva diplomática de China, culminada con el progresivo desconfinamiento de la ciudad de Wuhan y la progresiva reapertura de las actividades económicas y sociales. El régimen presidido por Xi Jinping había logrado en apenas un mes darle la vuelta a la percepción generalizada en casi todo el mundo de que su gestión de la pandemia había sido catastrófica, tanto por haber ocultado el origen del foco desencadenante como por la ocultación de su diseminación y letalidad. 

Mediante cuidadas operaciones de empatía, a través de donaciones de material sanitario y apoyo de personal médico, además de las ayudas locales de las comunidades chinas residentes en países como Italia o España, lo que al principio de la pandemia era recelo y desconfianza, se ha ido trocando en simpatía y buena imagen, contraponiéndolas sobre todo a los sentimientos que despierta y proyecta el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, bastante lejanos cuando menos de mover a la adhesión inquebrantable. 

Obvio es decir que la pandemia no ha detenido la guerra por la supremacía mundial que sostienen ambas superpotencias. Dentro de esa contienda China está adelantando a Estados Unidos en lo que se denomina poder blando, o sea, en la mayor comprensión, aceptación e incluso incorporación de los usos y cultura chinos por sociedades europeas o latinoamericanas principalmente. De hecho, uno de los principales debates suscitados por la pandemia es si tal tipo de plagas se combate mejor con un sistema autoritario pero eficiente, o con una democracia y sus libertades, pugna que en no pocos foros se decanta a favor del primero.  

La acusación de Trump de que Pekín habría “disimulado” la gravedad de la epidemia en sus comienzos, ha ido acompañada de la suspensión de la contribución de Estados Unidos a la Organización Mundial de la Salud (OMS), tachándola de “chinocéntrica”. Su director general, el etíope Tedros Adhanom Ghebreyesus, ciertamente, accedió al cargo gracias al decidido apoyo de Xi Jinping, y a las presiones que ejerció el líder chino para facilitar su elección, aunque tal peripecia, propia por otra parte de cualquier pugna por una poltrona internacional, no es motivo para descalificarle a él ni a la organización que encabeza máxime en las actuales circunstancias.

Trump ha encontrado de inmediato el apoyo del Reino Unido, cuyo ministro de Asuntos Exteriores y ahora en funciones de primer ministro, Dominic Raab, emplazó a China a responder a muchas “preguntas difíciles”, especialmente saber cómo apareció el virus y por qué no se contuvo su expansión. 

El presidente francés, Emmanuel Macron, a través de una entrevista al Financial Times, también se sumaba a las dudas anglo-norteamericanas. El jefe del Estado galo rechazó comparar la transparencia y la libertad de información reinantes en los grandes países europeos -menciona expresamente a Francia, Alemania e Italia- con la situación en China o Rusia, antes de señalar que “hay evidentemente cosas que pasaron [en China] de las que no sabemos nada”. 

El coronavirus y el sida

Alimentan esas dudas testimonios u opiniones muy relevantes, como los ofrecidos en la cadena francesa de televisión CNews por el Premio Nobel y descubridor del virus de inmunodeficiencia Luc Montaigner, él mismo con una larga experiencia de investigador residente en China. Resaltando que él no acusa a nadie, sino que se atiene a los hechos, el biólogo francés explica que el virus se pudo haber descontrolado cuando en el laboratorio de Wuhan se intentaba encontrar una vacuna contra el sida. Explicaba que el proceso podría haberse producido al instalar una secuencia pequeña de coronavirus en una más grande de VIH. 

Parece muy evidente que tales afirmaciones de un virólogo del prestigio de Montaigner solo podrían ser rebatidas con explicaciones muy detalladas, algo que hasta ahora China no ha ofrecido, limitándose por lo demás a dejar correr las especulaciones a propósito del mercado de animales salvajes, entre ellos los murciélagos, en los que supuestamente se desencadenó la pandemia. 

Volviendo al eje de la contraofensiva, hay que anotar también las nuevas acusaciones del Departamento de Estado norteamericano, según las cuales China habría procedido a realizar pruebas nucleares subterráneas de baja intensidad. Desveladas por The Wall Street Journal, dichas pruebas se habrían efectuado en el centro Lop Nur, en el que los satélites espías habrían detectado importantes obras de excavación y cámaras de contención de explosivos. De confirmarse Pekin habría violado el Tratado de Prohibición Completa de Ensayos Nucleares (CTBT) de 1996, lo que sería un motivo adicional para la desconfianza. 

En suma, Washington disponía ya de demasiados indicadores que le señalaban el alejamiento emocional de las sociedades europeas y latinoamericanas, y que crecía a pasos agigantados la disposición de estas a aceptar la primacía de China. En su estrategia, no reaccionar sería tanto como aceptar la definitiva rendición de lo que hasta ahora se llamaba Occidente.         
 

Envíanos tus noticias
Si conoces o tienes alguna pista en relación con una noticia, no dudes en hacérnosla llegar a través de cualquiera de las siguientes vías. Si así lo desea, tu identidad permanecerá en el anonimato