COP 25: la emergencia climática y la ONU

COP25

Mandatarios de decenas de países se reúnen desde hoy en Madrid para tratar de pactar compromisos reales para evitar que continúe el calentamiento paulatino del clima terráqueo, una realidad que ni siquiera los señalados como negacionistas se atreven a contradecir. Los hechos científicos son tozudos, y por mucho que se busquen y hasta se inventen los sempiternos demonios que van siempre contracorriente, nadie pone en duda que en la Tierra se esté produciendo un proceso peligroso por el cual los grados de temperatura media aumentan cada década y el nivel de los océanos va a estar varios centímetros por encima del actual dentro de cincuenta años. La necesidad de paliar sus efectos evidentes es algo que pone de acuerdo a todos, y es cierto que está en manos de todos encontrar esas soluciones que limiten los efectos de un proceso natural. El lugar en el que vivimos es de todos, y debemos implicarnos todos en protegerlo.

Lo cuestionable de la corriente radical que domina el debate sobre el clima son dos preceptos que sí son discutidos y discutibles: que estemos ante una emergencia de destrucción inminente del planeta que compartimos los contaminadores y los denunciantes, y que la acción del hombre pueda corregir ese proceso que posiblemente sea el inicio de una etapa que durará millones de años y como las glaciaciones cambiará la epidermis del entorno donde aún vivimos los humanos. Como en todo, la radicalidad en la defensa del medioambiente acaba convirtiendo en negativo el debate, en arma arrojadiza que es en lo que actualmente se ha convertido. En arma ideológica, para entendernos, tras la cual se esconde la oposición al capitalismo como sistema económico más acorde con las necesidades de la mayor parte de la población. Los hechos lo demuestran: las emisiones de gases de efecto invernadero descendieron durante la crisis económica. Qué se esta diciendo a la humanidad, ¿que es mejor para nosotros bajar a niveles de productividad acordes con una depresión mundial, con los índices de desempleo y marginación que ha provocado la última, porque de esa forma protegemos mejor el clima?. Vista desde Occidente, esta corriente es aceptable y casi obligatoria. El problema real es para las economías menos desarrolladas, que también estarán en Madrid y que no son realistas al trasladar a sus ciudadanos la idea de que se suman a unas políticas que pretenden desindustrializar buena parte de su sociedad sin saber qué hacer con los cientos de miles de damnificados que provocarán. 

Cuando los espectadores se dispongan a ver durante estos quince días los titulares que arroja la importante reunión de Madrid, se cansarán de escuchar los nombres de Trump y Bolsonaro, pero rara vez les mencionarán las crónicas a Vladimir Putin, a Narendra Modi o a Xi Jinping. China, Estados Unidos, India, Rusia y Japón son los países más contaminantes del mundo, pero las manifestaciones sobre el clima rara vez se convocan en Pekín, Moscú o Nueva Delhi. Escucharán hablar constantemente de la niña activista sueca Greta Thunberg que actuará ante las cámaras con ese gesto impostado de indignación aprendida, gritando que le hemos robado su infancia. Y la ONU velará por todos estos mensajes, siendo el más directo y sobrecogedor el que augura una destrucción de la Tierra en un plazo inminente que, por desgracia, nadie termina de concretar. 

Y el presidente español en funciones se convertirá en centro de gravitación absoluta de la bienaventurada COP, omnipresente tras dos semanas de silencio sobre la corrupción en su partido y los pactos a los que está llegando con formaciones extremistas, haciendo suyos todos los apocalípticos mensajes de destrucción de nuestro entorno, mientras en Torrejón calienta motores el Falcon de la Fuerza Aérea que le hace más cómodas distancias inferiores a doscientos kilómetros desde Madrid y en el helipuerto del Palacio de la Moncloa le preparan el helicóptero presidencial con el que viaja a la base aérea, a apenas treinta kilómetros de distancia, para hacerle más cómodo atravesar Madrid sin soportar sus atascos contaminantes. 

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