COVID-19: el virus que sí conoce fronteras

Corea del Sur

Las diferencias en la incidencia del coronavirus en los diferentes países del mundo se manifiestan desde hace semanas y son evidentes en sus gráficas y porcentajes. Sin embargo, la consigna oficial en gobiernos de países como España está siendo que el virus ataca a todos por igual, que su incidencia es una desgracia común y que nada podía evitar su difusión por el mundo campando a sus anchas sin respetar a unos países más que a otros. Lo que ocurre es que las cifras son tozudas, y desmienten esa estrategia de defensa creada para salvar los muebles a los gobiernos que no adoptaron las medidas necesarias cuando recibieron las advertencias sanitarias durante el mes de febrero, especialmente Italia, España y Estados Unidos, que son los más castigados del planeta. La previsión de las autoridades en los países más precavidos ha permitido mantener a raya la propagación, y las comparativas dejan en muy mal lugar a quienes hoy defienden la igualdad de todos ante el COVID. 

Corea del Sur, con menos de 200 muertos, es el estado al que todo el mundo se refiere para demostrar cómo debieron los demás anticiparse al contagio masivo. Tiene solo diez mil personas afectadas tres meses después de que sus vecinos chinos comenzaran a notar el aliento del coronavirus en sus nucas. La realización masiva de test a toda la población permitió identificar a los portadores y contagiadores, y aislarles del resto de la población, además de la obligatoriedad de medidas de carácter personal que han evitado una tragedia como la que vive España. 

Alemania es uno de los misterios más grandes de esta pandemia, porque sus cifras no se han disparado pese a la alta densidad de su población. Mil quinientos muertos y cien mil contagiados permiten a Merkel considerar acertadas las medidas profilácticas que adoptó, como la realización de 4.000 test por millón de habitantes, frente a los 600 de España. 

Portugal comparte frontera con España y la mortalidad allí está siendo mucho más baja porque las restricciones se adoptaron con apenas un solo fallecido dentro de sus fronteras. Tiene algo más de diez mil casos, con solo 295 muertos por el virus. Un 0,09% de infectados respecto al total de su población, y un 0,002 de víctimas mortales. Las cifras de España, con cinco veces más población, se disparan en comparación con su vecino: un 0,29% de su población se ha visto hasta ahora diezmada por esta pandemia y los datos siguen aumentando.

Marruecos, frontera sur de España y con 35 millones de habitantes, tiene mil contagiados y reduce a 70 sus víctimas mortales. Si buscamos el detalle en países cercanos a Italia como Grecia, similares geográficamente por tanto a España, aunque con una población superior a los diez millones, el virus ha logrado contagiar a solo 1.700 personas y causado la muerte a 73. 

En las islas británicas tenemos una situación muy definitoria de esta realidad en la que el virus sí conoce fronteras y se encuentra con diferentes dificultades para extenderse a un lado y a otro: Irlanda tiene menos de cinco mil casos diagnosticados y solo 158 muertos, mientras el Reino Unido, con el que comparte fronteras terrestres y marítimas, va camino de los cinco mil muertos con casi cincuenta mil contagiados. La tasa de mortalidad en Irlanda es de 0,003, mientras en sus vecinos británicos se eleva a 0,007, tras los titubeos y el empeño inicial del Gobierno de Londres en quitar importancia a la enfermedad.

En el primer día de la cuarta semana de confinamiento, y gracias a lo que ocurre en Estados Unidos, los españoles estamos viendo las cosas que en nuestro país se ocultan. Se empiezan a ver cadáveres. Los de las víctimas del virus en Nueva York, envueltas en bolsas de plástico naranja, una dantesca imagen que en las televisiones españolas ha brillado por su ausencia, ni siquiera las de los ataúdes que tanto se difundieron cuando era Italia el país que las mostraba. El control de la comunicación se justifica como fundamental para combatir en esta peculiar guerra, y a la falta de libertad de movimientos y de derechos fundamentales se une esa censura y cortapisa a la libertad de información. 

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