Opinión

Cuando acabe la guerra

photo_camera Pedro Sánchez

El coronavirus nos ha enseñado la vulnerabilidad de nuestra prepotencia. Esta guerra comenzada en Wuhan (China) se ha extendido por todo el mundo con una velocidad sideral. No hay fronteras para esta pandemia que no respeta ni a ricos ni a pobres. Escribo minutos después de saber que en España han muerto en un día 514 personas (40.000 infectados) y unas horas antes de que el Gobierno ratifique en el Congreso el decreto del estado de alarma con los votos seguros del PP y de Ciudadanos. Los separatistas, tan mentirosos y desleales como siempre.

Sanitarios

El sermón de La Moncloa

Cuando acabe la guerra, la  primera enseñanza que tenemos que sacar tras la experiencia acumulada,  es la de que la Sanidad (y la Educación, la Justicia, las Relaciones Exteriores, las telecomunicaciones, los puertos y  aeropuertos, el orden público al igual  que las pensiones, el paro, la Seguridad Social y la dependencia) debe/deben depender del Gobierno de la Nación. Tenemos el peor Ejecutivo de la Nación en el peor momento de nuestra historia. Sus sermones desde La Moncloa pretenden echar la culpa al PP de sus propios errores, que culminaron con el impulso a la manifestación del 8-M, que con las estadísticas en la mano, confirman que han potenciado el “magnicidio” de personas inocentes. Las  apariciones televisivas del presidente Sánchez han confirmado que solo sirven para blanquear su inacción mientras instalaba la censura. ¿Será capaz de sermonearnos todos los sábados con la impuntualidad que le caracteriza? Espero que no aunque tenemos que apoyarlo porque nos va la vida en ello.

Han consagrado las preguntas filtradas a través del secretario del Estado de Comunicación, Miguel Ángel Oliver, sin que los periodistas puedan preguntar, por ejemplo, ¿por qué no suspendieron las manifestaciones feministas  cuando desde enero se conocía la letalidad del coronavirus?, ¿por qué no está el ministro de Ciencia en el comité rector del Apocalipsis cuando se había reunido con expertos internacionales y el CSIC le había entregado un informe de la gravedad de este virus? o, ¿por qué el presidente ocultó durante 48 horas el contagio de su esposa?  

Niño en un hospital

Cuando acabe la guerra, habrá que pedir responsabilidades de todo tipo (políticas y penales) al Gobierno social-comunista porque sabían desde enero la gravedad de esta pandemia, pero esperaron conscientemente hasta el 8-M para tomar medidas. La irresponsabilidad de Pablo Iglesias para dar un mitin ideológico desde el Palacio presidencial y del propio doctor rompiendo la cuarentena, confirma que estamos sin liderazgo. Y que estos tipos no cumplen ni las normas que ellos mismos promulgan.
El mando único delegó sus funciones en el ministro Illa, posiblemente un buen filósofo, pero un hombre incapaz para hacerse cargo (por cuota del PSC) del Ministerio de Sanidad. El portavoz, Fernando Simón, perdió  su autoridad el 7 de marzo cuando no tuvo agallas para contar la verdad después de doblegarse  ante la presión de la vice bonita, hoy aquejada de insuficiencia respiratoria en una clínica privada. ¿Tiene coronavirus? Díganlo. Sus aposentos zarzueleros han sido desinfectados. 

Las pláticas de La Moncloa no servirán para blanquear la inacción de un Gobierno incompetente que va dos semanas y media por detrás de la tragedia. Que los sanitarios y los farmacéuticos no tengan ni siquiera material protector indica que el mando único –yo soy el presidente, insiste Pedro Sánchez; ya lo sabemos, jefe- no ha sido capaz de implementar las compras. Nunca adquiere ni un compromiso ni cumple una fecha. 

Muertos coronavirus

Solidaridad nacional

Cuando acabe la guerra, habrá que desmontar este gobierno de coalición que ha duplicado el gasto público en ministerios y altos cargos solo para dar cabida a sus compañeros de viaje; antes de que acabe esta guerra será necesario  dar las gracias a los médicos, enfermeras, auxiliares, camilleros, conductores de ambulancias, limpiadoras… que tienen 5.500 compañeros infectados; a la UME –gracias al Ejército por hacer el trabajo más sucio-, a todas las FSE, a los transportistas, a los agricultores, al Samur madrileño y a personas generosas como el rey Felipe VI, Amancio Ortega, Ana Botín, el Corte Inglés, Telefónica, Iberdrola, Ikea… y muchas más. Madrid es una UCI permanente, un cementerio interminable ampliado hasta el Palacio de Hielo, mientras monjitas y empresas solidarias confeccionan mascarillas y respiradores. La solidaridad no se detiene, por fortuna. 

Monjas

Cuando acabe la guerra, la Fiscalía tiene que pedir responsabilidades a los gerentes de los centros geriátricos en los que han convivido cadáveres con ancianos desprotegidos. Cuando acabe la guerra, habrá que desenmascarar a la primera víctima de esta guerra que es la verdad, la desinformación y el secretismo, habrá que perseguir como criminales de guerra a los hackers que han intentado bloquear los sistemas informáticos provocando centenares de muertes innecesarias a cambio de un rescate.

Cuando acabe la guerra, -mejor antes, mejor mañana mismo- hay que abordar el segundo frente: el económico y social. Esta crisis es mucho mayor que la de 2008. La caída de las Bolsas en todo el mundo es el mejor termómetro. Estamos como en el viernes negro de 1929. Recesión, paro, hambre. Las medidas del gobierno (hasta 200.000 millones de euros) son un espejismo porque la mayor parte son avales. Reclamamos una especial atención con las pymes y los autónomos. Nadie puede quedase en la cuneta.

Sanitarios

Gobierno de reconstrucción nacional

Cuando acabe la guerra, -ya sabemos que no habrá JJOO ni Orgullo Gay; es decir hablamos de junio-, hay que poner en marcha un Gobierno de reconstrucción nacional tras romper el de coalición porque ya sabemos que las intenciones de Unidas Podemos es “politizar el dolor”, nueva versión de la “socialización del sufrimiento” de ETA-Bildu. Un Gobierno de reconstrucción nacional que no permita indultos a los golpistas catalanes, que impida que Iglesias acceda a los secretos del CNI, que elabore unos Presupuestos Generales del Estado 2021 donde se contemplen soluciones globales. Lo ideal sería unas nuevas elecciones generales porque Pedro Sánchez no tiene liderazgo suficiente para gestionar esta pandemia. Pero el inquilino de La Moncloa quiere seguir subido a su Falcon gratis-total y a sus privilegios, maniatado por los separatistas de ERC, JxC, PNV y el resto de Mareas de UP. 

Si este gobierno sectario sigue su rumbo en solitario, nos llevará al borde del totalitarismo. Peligra la libertad.  En suma, exigimos un giro del PSOE a la senda constitucional, para evitar la deriva secesionista.  Paralelamente, es necesario un Plan Marshall desde el BCE. Es la hora de una nueva Unión Europea, solidaria. 

Ambulancia Samur

Cuando acabe la guerra, nosotros, los de entones, no seremos los mismos. Ya nada será igual, cuando asome el otoño, en un mundo que apostará por la cooperación reforzada o por la insolidaridad después de haber dejado en los crematorios decenas de miles de muertos sin recibir ni una lágrima ni un adiós. Entonces, cogeremos las cacerolas con José Antonio Labordeta, y entre todos, quizás, levantaremos “una esperanza segura de que todo va adelante y si alguien queda parado, decirle que es caminante”. Todos somos hasta el 11 de abril reclusos supervivientes. 

Cuando acabe la guerra, descubriremos si hemos podido acabar con el odio de la ultraizquierda, el supremacismo nazi de los separatistas, el rencor socialista, la resignación de la derecha, el desamor del centro y el despecho de la derecha extrema. El confinamiento de esta “ochentena” nos va a abrir de par en par las puertas de la ética, de la austeridad y de la solidaridad. Los muertos del coronavirus (y los infectados espectrales) nos recordarán de ahora en adelante que nada hay más importante que la propia vida. Y que la vida es libertad: un beso, un abrazo, una sonrisa, un paseo, la familia, el reencuentro en los bares, ir al cine, leer, soñar…  Y, recordaremos también, que somos todos ya un solo mundo.