Opinión

Desmond Tutu

photo_camera Desmond Tutu con Nelson Mandela

Acaba de fallecer en Sudáfrica a los 90 años el arzobispo Desmond Tutu, líder del millón y medio de anglicanos que hay en el país (80% negros) y cuya influencia a lo largo de los años se ha extendido mucho más allá de esa limitada feligresía local. Infatigable luchador contra el régimen de Apartheid se definía a sí mismo como “hombre de paz y no pacifista” porque aunque predicaba con Mandela una respuesta no violenta, entendía que no eran los negros sino los blancos opresores los que habían traído la violencia al país y por eso, cuando años más tarde presidió la Comisión de la Verdad y la Reconciliación,, se mostró contrario a una amnistía general por los crímenes de apartheid y exigió reparaciones para las víctimas negras de los abusos del gobierno minoritario blanco. 


Opinaba que el apartheid tanto deshumanizaba a los opresores como a los oprimidos y escribió un libro significativamente titulado “No future without forgiveness” (No hay futuro sin perdón). Su lucha contra la segregación racial le llevó a criticar con dureza la política de “constructive engagement” de Ronald a Reagan que pretendía seguir una línea de imparcialidad y considerar el apartheid como un problema interno de Sudáfrica, por entender con razón que ser imparcial ante aquella injusticia suponía de hecho tomar partido por quienes la infligían y en contra de quiénes la sufrían. En 1984 recibió el Premio Nobel de La Paz por su lucha constante a favor de la igualdad entre blancos y negros. Y sin duda por la misma razón en 2010 intentó sin éxito que la compañía de la Ópera de Ciudad del Cabo no actuara en Israel, comparando la política israelí con los palestinos con la que años antes habían sufrido los negros a manos de los blancos en su propio país. 


Nació en el seno de una familia humilde metodista que se convirtió al anglicanismo y desde niño fue consciente de la situación de subordinación en la que le colocaba su raza. Contaba cómo sufrió su padre cuando un blanco le trató de “boy” (algo así como sirviente) delante de su hijo y cómo le impresionó que otro blanco saludara respetuosamente a su madre tocándose el ala del sombrero. Resultó ser el obispo Trevor Huddlestone, un decidido luchador en contra del Apartheid. Siguiendo su ejemplo, Tutu dejó 
la carrera de maestro para ir a Londres a hacer un máster en Teología en King’s College. Tuve la suerte de conocer a ambos. A Huddlestone cuando participé en Londres en una conferencia anti- apartheid y a Tutu años más tarde en Ciudad del Cabo cuando todavía seguía en vigor el apartheid de los negros. Yo era entonces director general para asuntos de África en el ministerio de Asuntos Exteriores y tuvo la amabilidad de recibirme en su casa. Le recuerdo como un hombre de estatura no grande, muy sonriente, con un envidiable sentido del humor y sentado delante de una enorme pecera rectangular con peces que él mismo se cuidaba de alimentar. Decía cosas como que “antes nosotros teníamos la tierra y ellos la Biblia y nos dijeron que rezáramos cerrando los ojos y luego, cuando los abrimos, ellos tenían la tierra y nos habían dejado a nosotros la Biblia”. Daba toda la impresión de un abuelo simpático y bonachón que no parecía el luchador infatigable y sin miedo que sin duda era. Salí de su casa impresionado con el personaje y pensando que nunca debe uno dejarse llevar por las apariencias. 


Su relación con Mandela fue muy buena y le animaba constantemente a hacer las cosas bien porque decía que no podían permitirse fallar a la gente después de todo el esfuerzo y sufrimiento invertidos en poner fin al apartheid. Por eso elogió sin reservas a Frederick De Klerk cuando lo desmanteló y fue muy crítico de los líderes del African National Congress que sucedieron a Mandela en la presidencia de la República Sudafricana, Thabo Mbeki y Jacob Zuma, por su corrupción y por traicionar los ideales que habían animado su lucha, llegando a decir en una entrevista que “nuestro gobierno es peor que el del apartheid”. Cuando De Klerk anunció su fin la noticia les cogió a todos desprevenidos. Quiso la suerte que ese mismo día de 1989 estuviera yo en Kampala, capital de Zambia, con Mbeki y la plana mayor del ANC que estaba entonces en el exilio cuando alguien interrumpió el encuentro informando del discurso del presidente y todos salieron de estampida para viajar a Sudáfrica. Allí mismo terminó la reunión en medio de un ambiente en el que no se si predominaba la sorpresa o la alegría. Probablemente ambas y también preocupación y sentido de responsabilidad ante lo que se le venía encima al ANC como partido presumiblemente llamado a formar gobierno. Fue una de esas pocas veces en las que tuve la fuerte sensación de ver la historia desarrollarse delante de mis propios ojos. 


Deja una mujer con la que ha estado casado 66 años, cuatro hijos y varios nietos. Fue un hombre admirable, de los que contribuyen a dejar el mundo mejor que como lo recibieron, que no son muchos. Descanse en paz. 


Jorge Dezcallar. Embajador de España