Opinión

Draghi y el endémico problema de la deuda pública

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Ya hemos comentado en más de una ocasión la muy eficaz gestión económica por parte del Gobierno Draghi, “in carica” desde el pasado 13 de febrero de 2021 y en principio con más de un año más de vida garantizado. Y es que pesa sobre la economía transalpina como un auténtico lastre la elevada relación entre deuda nacional y Producto Interior Bruto (PIB). Porque la realidad es que Italia es la tercera economía de la eurozona, pero también el país con la deuda más abultada: solo le supera Grecia en el conjunto de la eurozona, pero debe recordarse que la economía griega apenas representa un 10% del PIB nacional italiano, con lo que su impacto es mucho menor.

El primero que es sabedor de esta deuda es el mismo Draghi. Cuando en 1990 comenzó a trabajar en la dirección general del Tesoro, ya para ese momento la deuda nacional sobre PIB era del 101.2%, esto es, más de cuarenta puntos de lo establecido en el Tratado de Maastricht. Como consecuencia de “Tangentopoli” y la desaparición del sistema de partidos a lo largo de la legislatura 1992-94, la deuda subió hasta el 130,2%, pero el buen hacer del Gobierno Ciampi (1993-94) logró que al año siguiente esa deuda se situara en el 119,4%. Desde entonces, y hasta el momento presente, el mejor dato tuvo lugar en 2007, cuando se logró un 103,9%. Y fue a partir de ese momento, con la recesión de 2008-14 por medio, fue cuando la deuda pública sobre PIB ascendió hasta niveles muy preocupantes que explican, entre otras realidades, que el economista Mario Monti fuera llamado (noviembre de 2011) para, poniéndose al frente de un Gobierno de independientes, comenzar a controlar una deuda pública que no hacía más que ascender y ascender.

Así, los Gobiernos Renzi (2014-16) y Gentiloni (2016-18) lograron mantener esa misma deuda en el entorno del 134%, pero, a partir de ahí, entre el despilfarro (con la “renta de ciudadanía” por medio como medida estrella) del llamado “Gobierno del cambio” (2018-19) y la llegada del coronavirus, la deuda ha escalado a una cifra nunca vista: 154% en 2021 (y eso que en el primer trimestre de 2021 fue del 159,6%). Lo que supone hablar, en otras palabras, de casi 100 puntos por encima de lo que estableció en Maastricht para poder estar dentro de la moneda única.

Ello no obsta para reconocer que la llegada de Mario Draghi a la Presidencia del Consejo de Ministros ha supuesto un impulso muy positivo para la economía transalpina. Porque, teniendo en cuenta además que el año 2021 no lo gobernó completo (el primer mes y medio inicial aún estaba al frente del Ejecutivo la coalición de centroizquierda), acaba de conocerse que el país ha crecido nada más y nada menos que un 6.6%, a solo 2,3 puntos de recuperar todo lo perdido en 2020 (8.9).

¿Cuál es la consecuencia fundamental de tan importante nivel de endeudamiento? Que al Tesoro italiano le cuesta financiarse enormemente en los mercados de deuda, y además esta tendencia está creciendo: cuando Draghi se convirtió en presidente del Consejo de Ministros, la prima de riesgo estaba solo en 97 puntos básicos, pero en el último mes ha llegado a tenerla en 171 (21 de febrero pasado), aunque ahora haya bajado algo. La consecuencia de ello es disponer de mucho menos dinero para poder invertir en la modernización del país, algo muy necesario en no pocas zonas de la geografía nacional.

Estamos, en relación con ello, con momentos clave para ver lo que va a suceder. El Gobierno Draghi, como el anterior de coalición, se benefició del hecho de no aplicarse el Pacto de Estabilidad y Crecimiento, por lo que pudieron aprobar presupuestos expansivos en el gasto público. Pero, sin llegar a la dacroniana austeridad de los años 2010-15, impuesta por Alemania y los países del centro y norte de Europa, la realidad es que Alemania, cuya deuda pública sobre PIB nacional, tiene una deuda del 68,7% y no va a aceptar que las otras economías europeas de su importancia estén muy por encima. Y es que no resulta de extrañar que, a la hora de medir la prima de riesgo, el bono de referencia sea precisamente el germano.

Todo esto explica que Draghi esté intentando hacer bloque con la Francia de Macron, quien posee todas las papeletas para ser reelegido presidente en las elecciones de junio de 2022. La deuda francesa sobre PIB también ha escalado de manera muy sustancial, situándose en el 115%, pero, claro, la italiana aun así le supera en nada más y nada menos que 40 puntos (atentos, por cierto, a la española, que está en el 120% tras haber llegado el 35% en 2007 y que presenta una quiebra completa del sistema de la Seguridad Social, con una deuda superior a los 100.000 millones de la que nadie habla pero que está ahí).

El problema para Draghi es que las autoridades comunitarias, visto que aparentemente lo peor del coronavirus ha pasado ya, han avisado a diferentes países (entre ellos precisamente a Italia y España) de que en 2023 se debe volver al ajuste fiscal: en otras palabras, que las políticas de expansión del gasto público tocan a su fin y que va a volver a aplicarse el Pacto de Estabilidad y Crecimiento.

En relación con ello, Draghi puede estar tranquilo porque las autoridades comunitarias son las primeras que saben que habrá elecciones generales en su país en marzo-abril de 2023 y que no se puede volver a asumir el riesgo de que el populismo tanto de izquierdas (Movimiento Cinco Estrellas) como el de derechas (la Liga de Salvini) vuelvan a hacerse con el control de la situación. En realidad, Cinco Estrellas no tiene nada que hacer de cara a las elecciones de 2023, ya que ha resultado tal fiasco que se ha convertido en una suerte de “filial” del Partido Democrático (PD), que deberá encontrar acomodo a algunos de sus dirigentes en las listas electorales. Pero la Liga de Salvini, ahora sin discurso, pero en todo momento preparada para tirar de demagogia, ultranacionalismo y antieuropeísmo, aprovecharía esta ocasión más que nunca ahora que el político lombardo se ha hundido en las encuestas y ha de hacer lo que esté en su mano para volver a ser el político más popular del país.

Otra cuestión es cuánto van a ser de “flexibles” los llamados “países frugales”: Austria, Países Bajos, Dinamarca, Finlandia o Suecia. Porque, aunque Alemania ahora tiene un canciller socialdemócrata, al frente de Finanzas (la cartera que más relacionado se encuentra con el gasto no sólo nacional, sino también comunitario) están los liberales de Christian Lindner, conocidos por controlar la ortodoxia presupuestaria, por bajar impuestos y por reducir todo dispendio en el sector público.

De momento todo se encuentra paralizado por la guerra con Ucrania, que puede suponer un aumento muy sustancial del coste de la vida en la Unión Europea. Pero ello no evita que ya se esté negociando las condiciones presupuestarias para el año 2023 e incluso después, y, al menos de momento, lo único que sabe es que existe una negativa rotunda de Alemania a cambiar la deuda nacional sobre PIB del 60% establecida en Maastricht en febrero de 1992. A partir de ahí, veremos de qué manera transcurre la negociación, que se prevé muy dura.

No resulta una quimera lograr que esa misma deuda pueda ser aumentada del 60 al 80%, e incluso al 100%. Pero, aun así, la economía transalpina seguiría estando más de 50 puntos por encima de este nivel, condicionando fuertemente su capacidad de gasto público en la década siguiente. Claro que peor lo tiene España, que, a diferencia de Italia, no dispone como garantía de pago de ese rico norte industrial que sí tienen los italianos ni de un hombre del peso específico del banquero y economista romano. Y es que, salvo imprevisto, el presidente Mattarella deberá convocar elecciones para marzo-abril de 2023, pero Sánchez, a su vez, tiene cada vez menos posibilidades de agotar la legislatura en España, que debería finalizar en noviembre de 2023.

Lo cierto es que, aunque nadie puede cuestionar la valía ni el buen hacer de Mario Draghi como presidente del Consejo de Ministros (que seguramente tendrá continuidad el año que viene cuando, muy seguramente, se convierta en el nuevo presidente de la República tras la renuncia voluntaria de Sergio Mattarella por motivos de edad), esa deuda pública, que viene básicamente de los años setenta-ochenta del siglo pasado, pesa como una auténtica losa. Y solo un milagro puede evitar que ésta deje de serlo y condicione, en este momento y otros anteriores y posteriores, cualquier política económica.

Pablo Martín de Santa Olalla Saludes es profesor del Centro Universitario ESERP y autor del libro ‘Historia de la Italia republicana (1946-2021)’ (Madrid, Sílex Ediciones, 2021).