Draghi y Mattarella, vidas paralelas, pero ¿sucesor el uno del otro?

Mattarella y Draghi

Convocado ya el “Colle” (Colegio electoral que ha decidir el nombre del futuro presidente/a de la República italiana) para el día 24 de enero, van sonando cada vez con más fuerza algunos nombres para suceder al presidente saliente, un Sergio Mattarella que, a sus 80 años recién cumplidos, y tras un mandato impecable (ha forjado hasta tres “maggioranzas” diferentes y ello ha supuesto un amplio reconocimiento por parte de los italianos, que no hacen más que ovacionarle allá por donde va), ha dejado bien claro que nada quiere saber de una posible reelección, aunque la Constitución contemple esta posibilidad, como sucedió con Napolitano en 2013. Con lo que habrá que pensar en un sucesor, toda vez que este veterano demócratacristiano no piensa revalidar mandato.

En relación con ello, resulta cada vez más evidente que el mejor candidato a sucederle no es otro que la última persona a la que precisamente Mattarella encargó formar gobierno hace casi un año: el romano Mario Draghi. Y ahí reside el principal problema para que éste, que antes de ser nombrado presidente del Consejo de Ministros tenía todas las papeletas para ser el siguiente jefe del Estado, pueda convertirse en el nuevo inquilino del Palacio de El Quirinal, sede de la presidencia de la República. Porque, si Draghi pasa de la jefatura del gobierno a la del Estado, ¿qué va a suceder con el casi año y medio de vida que le queda a la XVIII Legislatura?

Ciertamente, resultan llamativos los paralelismos de las vidas de los aún presidentes tanto de la República como del Consejo de Ministros. Nacidos con poco menos de un lustro de diferencia (Mattarella es de julio de 1941, mientras Draghi es de septiembre de 1947), ninguno de los dos pertenece a la Italia rica (la zona más septentrional): el primero es siciliano, mientras el segundo, como ya hemos comentado, es romano. Aunque con un origen bien distinto (porque Mattarella pertenece a una ilustre familia demócratacristiana mientras los padres de Draghi, fallecidos prematuramente, no tenían ningún tipo de adscripción política), ambos mostraron rápidamente una fuerte vocación docente, impartiendo clases en la universidad.

En efecto, Mattarella, formado en leyes, decidió encaminar su carrera laboral hacia la docencia en la Universidad de Palermo, mientras Draghi ponía rumbo a Estados Unidos para, de la mano de Franco Modigliani (prestigioso economista transalpino), realizar la tesis doctoral en el Instituto Tecnológico de Massachussets, plagada de premios Nobel de Economía. Así que a finales de los años setenta ambos estaban dando clases en la universidad: Mattarella, en Palermo; Draghi, en Venecia y otras más del ámbito público italiano.

Pero las circunstancias quisieron que ambos acabaran dedicándose a la vida pública, cada uno desde el mundo que mejor conocían: Mattarella, como profesor de Derecho Constitucional, al ámbito judicial; y Draghi, al económico y financiero. Aunque, eso sí, por razones bien diferentes. En el caso de Mattarella, el trágico asesinato a manos de la Mafia de su hermano Piersanti, acaecido en la Epifanía del año 1980 cuando salía de misa, le llevó a entrar en política, logrando escaño en las primeras elecciones a las que pudo presentarse (las de 1983, las anteriores habían sido en 1979). Mientras, Draghi aceptaba trabajar para el ministro Goria, titular del Tesoro. La realidad es que en aquel año 1983 ambos abandonaron la universidad e iniciaron una carrera en la vida pública en la que los dos destacarían con rapidez.

Así, Mattarella no tardaría en lograr ser nombrado ministro sin cartera de Relaciones con el Parlamento en diferentes gobiernos (su principal valedor fue el también demócratacristiano Ciriaco De Mita), y también sería titular de Instrucción Pública. Además, en 1993 recibiría un encargo de primer orden: realizar la primera ley electoral en más de cuatro décadas, lo que daría lugar a la conocida como “Mattarellum”, ley con la que se concurrirían a varias elecciones generales. Entre 1998 y 1999 sería viceprimer ministro, y luego volvería a la vida parlamentaria hasta dejar su escaño tras los comicios de 2008 (llegaría ser miembro fundador de la principal formación del centroizquierda, el Partido Democrático). Le esperaba lo que seguramente a él más interesaba, que era formar parte del poder judicial, siendo nombrado, al poco tiempo, miembro del Consejo Superior de la Magistratura. Finalmente, como es sabido, el 3 de febrero de 2015 se convertía en el duodécimo presidente de la República, logrando los votos de casi dos tercios del “Colle”.

Para ese momento, Draghi había realizado también su personal aportación a las instituciones nacionales, aunque en su caso las económicas y financieras. Estuvo una década completa en la Dirección General del Tesoro y, tras unos años en la banca privada, en diciembre de 2006 se convertía en el nuevo gobernador del Banco de Italia, donde estaría hasta que en octubre de 2011 se convirtió en el tercer presidente del Banco Central Europeo tras el holandés Duisenberg y el francés Trichet. No fueron poco las reticencias a su nombramiento para el BCE, sobre todo por parte del Bundesbank alemán, pero el tiempo se encargó de demostrar que estaba más que formado para dirigir el regulador europeo. Porque, además de salvar la moneda única en un momento crítico (la primera parte de la década pasada), supo imponer una política de tipos bajos que llevó a afianzar la Unión Bancaria y Monetaria, aún incompleta pero que constituye un elemento fundamental para que la construcción europea siga siendo una realidad cada vez más sólida y creíble.

Así que, cuando el ex primer ministro Matteo Renzi hizo caer la coalición de gobierno a finales de enero de 2021, Mattarella no se lo pensó dos veces: llamó de inmediato a Mario Draghi y le encargó formar gobierno (3 de febrero), apelando, al mismo tiempo, a las fuerzas políticas a que apoyaron un gobierno presidido por un independiente. Y Draghi, que a fin de cuentas lleva más de tres décadas manejándose entre políticos, logró un apoyo realmente impensable: dos fuerzas tan contrapuestas como la Lega de Salvini y el Partido Democrático, por no decir el siempre cambiante e imprevisible Movimiento Cinco Estrellas, le dieron su voto favorable. Y el tiempo ha demostrado el acierto de este amplio apoyo: la economía transalpina va camino de crecer más de un 6% y Draghi, ante la realidad de una nueva coalición de gobierno en Alemania recién aterrizada en la cancillería y de un gobierno francés que ha entrado ya en fase electoral (hay elecciones presidenciales en mayo de este mismo año), más una España cada vez más rezagada (sobre todo por la debilidad estructural de su economía, muy expuesta a las consecuencias del coronavirus), ha pasado a liderar la Unión Europea, lo que no sucedía seguramente desde los tiempos de Bettino Craxi, Primer Ministro entre 1983 y 1987.

Ahora Mattarella se marcha, pero no queda nada claro que su sucesor natural (que no es otro que Draghi) pueda hacerlo. Sabido es que cumple con todos los requisitos para ser presidente de la República: edad (aún le quedan seis años para convertirse en octogenario), prestigio, probada honestidad, capacidad de gestión y conocimiento de la clase política con la que debería manejarse. Pero, si Draghi deja vacante la presidencia del Consejo de Ministros, ¿qué va a suceder? Porque aquí sí que la clase política está fuertemente dividida: Lega y Fratelli quieren ya elecciones, mientras el resto prefieren agotar la legislatura. Y para cualquier “premier” depender de los votos de Cinco Estrellas (que pasaría a ser la fuerza decisiva ante la ausencia de los votos de Salvini) no resulta particularmente recomendable. Y todo ello con la gestión de los fondos europeos y el coronavirus por medio.

Veremos qué sucede a partir de la primera votación, que tendrá lugar el 24 de enero. Pero los políticos tienen una cosa muy clara: que puedan ser dos independientes (Draghi en la presidencia de la República y su “mano derecha”, el ministro de Economía y Finanzas Daniele Franco, en la presidencia del gobierno) los que puedan gobernar el país, constituiría un fracaso de primer orden. Y es que no debemos olvidar que estamos hablando de una república parlamentaria donde las dos cámaras legislativas tienen un poder decisorio fundamental. Así que el asunto es claro: ¿Draghi sucesor de Mattarella? Los políticos tienen la última palabra.

Pablo Martín de Santa Olalla Saludes es Profesor del Centro Universitario ESERP y autor del libro Historia de la Italia republicana, 1946-2021 (Sílex Ediciones, 2021)

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