Duele Afganistán

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Afganistán duele. Imágenes grabadas como se grabaron las de Siria, Mozambique, Etiopía... entran en nuestras casas y nos hacen reflexionar. Al menos en el momento en que son vistas. Son tantos y tantos los lugares en los que se escriben historias negras con tinta de sangre, tantos hoy sin mañana, que aferrarse al ahora es más que una opción. Y dejar pasar el dolor de esa reflexión, a veces, también. Duele el egoísmo.

Duele la realidad, aunque desgraciadamente no siempre con la misma intensidad. El dolor se dosifica según venga de esta parte o de la otra. La más cercana y conocida o de la que no nos quita mucho el sueño porque nos pilla demasiado lejos. Es así de duro, así de simple.

Duelen las guerras cuando nos la muestran una y otra vez, cuando nos hacemos partícipes y sentimos, aunque sean unos segundos, que podemos traspasar la pantalla del televisor y formar parte de ella.

Duelen las angustias, las pérdidas, los miedos, los desgarros, las murmuraciones, las maldades...cuando hacemos del otro un yo. Cuando nuestro yo es también otro. Pero no se suele practicar este ejercicio.

Duele la pobreza y la miseria. 
Duele el hambre.
Duele la injusticia.
Duele la privación y la imposición.

Duelen esos niños sin hogar o con un techo que desconoce la palabra amar. Duelen los amaneceres que lo despiertan para ir a trabajar y no a la escuela. Duele la calle; los ojos negros que se clavan en los cristales de un coche; los gritos que salen de una ventana, aunque esté cerrada; los quejidos de la madrugada mientras ahogan al silencio...

Duelen los intereses económicos que bailan al son de los que más pagan.  La falta de escrúpulos cuando el premio es el poder. Las negociaciones con puros y una buena copa en las que rebosan los billetes mal repartidos. Duelen también los corazones podridos por la ambición.

Y vuelve a doler Afganistán que engloba todos estos dolores; y su aeropuerto, ese lugar de encuentro y de inicio, convertido en última oportunidad y desesperación...en muerte. Y duele lo que ha habido y lo que, si se mira atrás, se intuye que llegará.

Duele la falta de libertad. La que ya vivieron bajo el dominio de los talibanes. Y duele la mujer tapada y sumisa; la niña negada y castigada a no ser nada por nacer hembra.

Duele todo.

Y también duele el olvido. El que en su día tuvieron muchos países con ellos pese a la ayuda recibida. Duele el pensar en ese olvido de los que se han quedado, miles y miles, con un futuro incierto que podría alimentarse de venganza y castigo. Y duelen también los medios de comunicación y la posibilidad de que en un tiempo también ellos callen y pasen página. Duele además el nuestro, que se difuminará como el olor de un perfume de baja calidad en cuanto todas esas imágenes dejen de aparecer cada día, en cuanto se borre el recuerdo, y lo convirtamos en algo normal.
Afganistán duele: su hoy, también su mañana.


 

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