Opinión

El extraño caso del Sr. Lukashenko

photo_camera La Unión Europea cierra el espacio aéreo con Bielorrusia

Es difícil calibrar la situación en Bielorrusia analizándola sólo en clave de relaciones de poder. Sin añadir el carácter de  Alexander Lukashenko a la ecuación, los acontecimientos en la antigua república soviética se antojan erráticos y casi pueriles. No es infrecuente encontrar en la historia tiranos de todo pelaje que han instaurado un régimen basado en su propia personalidad, y Lukashenko no es una excepción. Después de su, más que esperada, escrita victoria electoral en las elecciones presidenciales de agosto de 2020, Lukashenko pronunció al siguiente mes un discurso extemporáneo en un seminario femenino, durante el cual anunció con verbo florido el cierre de fronteras como respuesta a las protestas públicas contra el nuevo amaño de las elecciones.

Como todo dictador que se precie, Lukashenko sostiene que la nación bielorrusa y él son todo uno, y por consiguiente los enemigos de Lukashenko son los enemigos de la patria. Y como todo autócrata, Lukashenko ha desarrollado rasgos paranoides que le hacen ver incluso más enemigos de los que tiene, habiendo llegado a insinuar la noche previa a los comicios que el Kremlin había enviado agents provocateurs a Minsk con la misión  instigar una masacre para perjudicarle. Después de las elecciones, ha extendido sus suspicacias a Polonia, a la que acusa de querer anexionarse la región fronteriza de Grodno, en la que, según personas cercanas a Lukashenko, un ser encantado del bosque le vaticinó que correría la suerte de Salvador Allende en el palacio de la Moneda. Quizás por esto, ha aparecido en varias ocasiones en televisión blandiendo un Kaláshnikov, asegurando que no habrá nuevas elecciones a no ser que sus enemigos le maten primero.

Tampoco Lituania se libra de las diatribas de Lukashenko, después de que el país báltico concediese asilo a Svetlana Tichanovskaya, la candidata presidencial que encabeza las protestas contra el dictador, a la que acusa de ser una quintacolumnista de la Unión Europea, en la que Lukashenko ve una reencarnación burocrática del Tercer Reich, lo que le permite hilvanar una retórica trufada de reminiscencias de la Gran Guerra Patriótica contra el nazismo. Este relato encaja como un guante en las maniobras de Putin para llevar a cabo una anexión blanda de Bielorrusa, como parte de los planes de Moscú para crear una franja de seguridad entre Rusia y los países de la OTAN. 

Bielorrusia ya es a todos los efectos un estado cliente de Moscú, que tutela la economía bielorrusa abriendo y cerrando el grifo del petróleo subsidiado, y restringe o permite  las importaciones agroalimentarias bielorrusas con base al mayor o menor seguidismo de Lukashenko.

Más allá del control remoto de la economía, Moscú ha desplegado en Minsk operativos rusos expertos en guerra asimétrica, experto en operaciones de intrusión cibernética, técnicas de propaganda y desinformación y asesores de seguridad, que están preparando las condiciones para integrar a Bielorrusia en la Federación Rusa. La manipulación del carácter estrambótico de Lukashenko es un elemento central en esta estrategia del Kremlin, cuyo servicio de seguridad coordina las acciones del líder bielorruso para neutralizar el movimiento de protesta, mediante una combinación de represión sistemática y amenazas específicas contra los líderes de la oposición, que incluyen la pérdida de la custodia de sus hijos y, como hemos visto, la piratería aérea. 

Esta mezcla de intimidación personal e intoxicación informativa  sigue al dedillo el ajado manual de la KGB, sembrando discordia entre los integrantes de la oposición para crear divisiones regionales, religiosas, y de clase, que desvertebran el tejido social bielorruso y permite a Rusia tomar el control gradual de las instituciones del país. 

Es previsible que una vez completada esta fase preliminar,  Lukashenko inicie contactos formales con representantes de una sociedad civil ya amansada, como antesala de la implementación de los cambios constitucionales que Moscú necesita llevar a cabo para cambiarlo todo sin que nada cambia, tal y como ha hecho Putin en su país, llevando a cabo una aparente apertura, que probablemente incluirá una cesión nominal de poder al parlamento, bajo la cual se esconda el control de facto de los partidos políticos afines al Kremlin, al estilo de los partidos pro-rusos de Crimea y Osetia. Es harto improbable que las sanciones impuestas por la Unión Europea y otros alteren esta hoja de ruta, habida cuenta de que esta reacción se dio por amortizada en los planes rusos, y extremadamente improbable que la Unión Europea vaya mucho más allá. Por  consiguiente,  Lukashenko seguirá jugando su papel según lo previsto por Putin. Pero lejos de mostrar incomodo por esta situación, la personalidad de Lukashenko le lleva a desempeñar de buen grado el rol de un personaje secundario que ha encontrado en Putin a su autor,  gracias a lo cual están puestos sobre él todos los focos en una de las pistas del gran circo ruso.