Opinión

El genocidio olvidado de la República Democrática del Congo

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Apenas ocupa algún espacio de vez en cuando en los grandes medios internacionales de información, y de no ser porque alguien cuya voz resuena en el mundo, la tragedia sería cada día que pasa más pasto del olvido. Ha sido el papa Francisco quién lo ha recordado en su visita a la República Democrática del Congo, en un llamamiento tan desesperado como tajante: que la comunidad internacional no se olvide del atroz genocidio que se está produciendo en el país que dispone de unas de las mayores reservas de minerales de África y del mundo.  

Más de diez millones de personas han sido asesinadas en las guerras que sin descanso asuelan al país desde la desaparición del dictador Mobutu Sese Seko. El este del Congo es el principal escenario de los enfrentamientos, que cuenta con no menos de 130 milicias que se disputan entre sí las grandes riquezas mineras congoleñas, un inmenso tesoro que a la vez es su maldición. Cuarto productor de diamantes del mundo, es también el segundo proveedor de coltán, además de sacar de las entrañas de la tierra ingentes cantidades de cobre, oro, hierro, cobalto y manganeso.  

El respeto a los derechos humanos no existe en absoluto en muchas de las minas explotadas por las milicias rebeldes al Gobierno de Kinshasa, que preside Félix Tshisekedi. Niños, mujeres y ancianos trabajan en condiciones de esclavitud, sometidos a todo tipo de sevicias. Son quienes más sufren en la escala humana del país, el 70% de cuya población en conjunto sobrevive con apenas dos dólares al día.  

El papa Francisco I achacó la situación al “veneno de la avaricia, que ha ensangrentado los diamantes”, recriminó a la comunidad internacional su indiferencia y le pidió que no olvide lo que está ocurriendo, especialmente en la región de Kivu, escenario en el que se producen las mayores atrocidades. Los campos de refugiados se han convertido en auténticos y gigantescos guetos de miseria, en los que se agolpan millones de personas desesperadas por conseguir algo qué comer y sin perspectivas de futuro de salir de tal universo concentracionario. Países limítrofes como Ruanda y Uganda impulsan sus propias guerrillas, so pretexto de velar por la seguridad de sus propios territorios. Ni el M23 que teledirige Ruanda ni la milicia islámica ugandesa ADE tienen muchos visos de hacer caso al llamamiento del Papa exigiendo que los diamantes de sangre que las financian dejen de ser explotados y saqueados “de una tierra ya suficientemente depredada”. El Pontífice resumió con escueta contundencia la atormentada historia de la RDC: “Superado el colonialismo político, en África se ha desatado un colonialismo económico igualmente esclavizador”.

Al viaje del Papa le había precedido Alice Wairimu Nderitu, la relatora especial de la ONU para la Prevención del Genocidio, alarmada por el recrudecimiento de la violencia en el noreste de la RDC. En su informe reconoce que miles de personas están siendo masacradas por su identidad étnica, al tiempo que denuncia la comisión de crímenes atroces semejantes al genocidio que ya ocurriera en 1994.

Además de la lucha por hacerse con los recursos minerales, han vuelto a emerger las tensiones que ancestralmente han enfrentado a las comunidades lendu (agricultores) y hema (pastores), y que habían experimentado fuertes recrudecimientos en 1999 y 2003 con miles de muertos.

“Distraída” como está la Comunidad Internacional con la guerra en Ucrania, las advertencias y llamamientos no parecen que surtan efecto si no van seguidos de las correspondientes actuaciones. Hoy en día, ni las tropas gubernamentales ni los 15.000 soldados desplegados por Naciones Unidas pueden garantizar la seguridad de una población sometida de manera implacable por las guerrillas. Si el Papa ha llegado hasta dónde ha podido en su denuncia, el retrato más dramático de la situación lo proporcionó el presidente Tshisekedi: “Lo que está ocurriendo en el noreste del país sucede ante el silencio cómplice y la inacción de la comunidad internacional. Mujeres embarazadas violadas y apuñaladas; jóvenes y niños degollados; niños, adultos y ancianos obligados a abandonar sus casas por culpa de estos terroristas al servicio de intereses extranjeros”.  

Al menos, que quede el testimonio de lo que está ocurriendo, en uno de los países más representativos de la esencia de África, un continente al que el Papa imploró que “se deje de asfixiar”.