Opinión

El Gobierno Draghi o un concepto diferente de la gestión de lo público

photo_camera Mario Draghi

A poco más de diez días para que el primer gobierno Draghi cumpla sus dos primeros meses de vida, puede realizarse ya un análisis de lo que va a ser su acción, estilo y concepto de gobernar: de gestionar lo público, en suma. Y, en relación con ello, ya pueden atisbarse importantes diferencias con anteriores Ejecutivos. Y es que quien está al frente de su Gobierno (Mario Draghi), aunque posee un cierto perfil político, es, ante todo, un gestor, y ello se pone de manifiesto en su manera de concebir la dirección de un Ejecutivo.

En ese sentido, quizá el único elemento que comparte con anteriores “premiers” es la cuestión del liderazgo. Draghi no sólo es el presidente del Consejo de Ministros, sino también la cara visible del Gobierno. Y, para ello, como ya hicieran Conte (en su segundo Gobierno), Gentiloni o Renzi, no ha nombrado ningún viceprimer ministro, porque quiere que el foco se centre en él. Y, mientras, que el resto de los ministros actúen básicamente como brazos ejecutores de su visión de Gobierno, aunque también con un importante grado de autonomía. 

Comencemos por la manera de comunicar, tan necesaria en circunstancias normales, pero más aún en momentos de fuerte “emergencia sanitaria” e igualmente “emergencia económica”. Draghi, a diferencia de los “dos Matteos” (Renzi y Salvini), nada quiere saber de la red social Twitter, tan utilizada por los líderes políticos, sean del signo que sean (recordemos la tendencia que tuvo Donald Trump cuando era presidente norteamericano para echar mano de esta para comunicarse con sus seguidores). Además, tampoco quiere ir a los medios de comunicación: no se le ve ni en televisión, ni en radio ni en prensa. Seguramente en algún momento acudirá a ellos, pero solo cuando sea estrictamente necesario.

Así, sus instrumentos fundamentales de comunicación están siendo dos: las comparecencias parlamentarias, y las ruedas de prensa tras el Consejo de Ministros. En ellas da cuenta de su gestión, responde a las preguntas tanto de políticos como de periodistas (a los que se les nota que la personalidad de Draghi les “impone” mucho), y así hasta la siguiente semana. Por otra parte, cuando comparece acompañado, lo hace con la presencia de quienes son estrictamente necesarios: la primera vez estuvo con él Roberto Speranza (Sanidad) y Andrea Orlando (Trabajo), y la segunda solo Speranza. Al mismo tiempo, los ministros ni hacen declaraciones ni van a los medios de comunicación, seguramente siguiendo instrucciones de su primer ministro.

Y es que lo que más se evidencia es que Draghi no sólo no pertenece a ningún partido político (no se le conoce militancia en formación alguna), sino que no tiene la más mínima intención de hacer carrera política. Claro que todo es posible: en noviembre de 2011, cuando Mario Monti, otro hombre sin adscripción política, aceptó encabezar un Gobierno de independientes, seguramente no tenía ninguna intención de saltar a la “arena política”, pero la realidad es que, en las elecciones generales de febrero de 2013, se presentó con una nueva formación, Scelta Cívica, que quedó en cuarto lugar tras el Partido Democrático (DC), Forza Italia, y el Movimiento Cinque Stelle. Pero ciertamente las trayectorias de Monti y Draghi eran muy diferentes: aunque ambos economistas de formación, el primero había sido comisario europeo y luego se había dedicado a la enseñanza universitaria (era Rector de Bocconi, el centro donde se forma la élite económica y empresarial del país, en el momento de recibir el encargo de formar Gobierno). En cambio, Draghi viene de ser gobernador del Banco de Italia y presidente del Banco Central Europeo (BCE), así que realmente lo único que puede anhelar un hombre que en septiembre de este año cumplirá ya los 74 años, es ser presidente de la República. Claro que eso es harina de otro costal.

Lo que Draghi ha podido comprobar es que tiene para largo como primer ministro. La legislatura concluye en dos años, y para levantar una economía que ha sufrido un retroceso del PIB de 8,9 puntos en 2020 y que ha aumentado su deuda hasta el 153-154% sobre ese mismo PIB nacional (lo nunca visto), va a necesitar esos dos años... y seguramente más. Pero para ello necesita que se mantengan los actuales apoyos parlamentarios, y ya he tenido el primer encontronazo con el principal partido dentro de la coalición que sostiene a su Gobierno. En efecto, el pasado viernes 26 Draghi tuvo que escuchar por boca de Matteo Salvini que ya estaba bien de tantos cierres (el país está viviendo un nuevo “lockdown” aunque más atenuado que hace un año) y Draghi, ni corto ni perezoso, le respondió rápidamente: “Yo lo que hago es actuar en función de los números” (en relación a los contagios).

La ventaja con la que cuenta el actual primer ministro es que en la política italiana funciona, y mucho, aquello de que “quien hace caer los Gobiernos, luego lo paga en las urnas”. Que se lo digan a Matteo Renzi, a quien haber hecho caer al segundo Gobierno Conte le ha llevado a estar más hundido que nunca en intención de voto. Así que Salvini, quien lleva liderando esa misma intención de voto de manera ininterrumpida desde septiembre de 2018, debe andarse con “pies de plomo”, porque la población está muy harta de la mala gestión tanto de la “emergencia sanitaria” como de la “emergencia económica”. Y solo faltaba ver a políticos hacer caer más gobiernos (recordemos que Salvini mismo ya lo hizo en agosto de 2019, y al final para quedarse él fuera del Consejo de Ministros).

Es pronto para evaluar la eficacia del primer Gobierno Draghi. Lo único realmente reseñable es que ha logrado pasar de las 60.000 vacunaciones diarias que había en el momento de convertirse en “premier” a las 150.000 actuales. Claro que a Draghi eso no le vale: quiere llegar cuanto antes a las 500.000 diarias, con el objetivo de que alrededor del 80% de la población esté vacunada en verano.

Más complejo será el proceso de digitalización, así como la puesta en marcha de economías compatibles con el cuidado del medio ambiente. También están pendientes la reforma de la Justicia (en manos de la prestigiosa jurista Marta Cartabia) y del mercado de trabajo (a cargo del citado Orlando, vicesecretario general del PD). Y será este Gobierno el que deba organizar la cumbre del G-20, algo que la tercera economía de la eurozona jamás ha hecho.

De momento, los políticos van a estar ocupados en las importantísimas elecciones municipales de este verano-otoño (depende de si se posponen como ya sucedió en septiembre del año pasado). En liza están las capitales de Lombardía (cuyo alcalde, Giuseppe Sala, perteneciente al PD, tiene muchas posibilidades de repetir); del Lazio (aquí parece que la actual inquilina del “Campidoglio”, Virginia Raggi, tiene las horas contadas); y de Campania (¿irá a por un tercer mandato consecutivo el independiente De Magistris?). A partir de ahí, quedarán unos meses hasta el momento de elegir nuevo presidente de la República, ya que Sergio Mattarella finaliza mandato en los últimos días de enero de 2022). Y, una vez elegido el jefe del Estado para el septenio siguiente, la cuestión es cuánto más podrá sobrevivir el Ejecutivo presidido por Mario Draghi. Porque la realidad es que la clase política está más alterada que nunca: debido al éxito del “referéndum” para el “taglio” del número de parlamentarios de ambas Cámaras (celebrado en septiembre pasado), lo que es seguro es que alrededor de 350 diputados y senadores no podrán revalidar escaño... sencillamente porque este ya no existirá (la Cámara Baja pasa de 630 a 400 miembros, y la Alta de 315 a 200).

Lo que hay que preguntarse es, si de cara a estas elecciones, va a haber nueva ley electoral o si se concurrirá con la misma de marzo de 2018 (la Rossatellum bis). La actual coloca el umbral para entrar en el Parlamento en el 3% para partidos que se presentan de manera individual y en el 10% para las coaliciones. Y sigue vigente el sistema proporcional, aunque algunos aún demandan el mayoritario. De mantenerse la actual ley electoral, parece que se irá a una competición tripolar: centroderecha, centro europeísta y reformista, y centroizquierda. En el primero van a estar seguro la Liga de Salvini y los Hermanos de Italia de Meloni, y la pregunta es qué va a hacer Forza Italia, en este momento la fuerza claramente minoritaria dentro de esta coalición mientras que, de ir con la de centro puro, pasaría a ser la mayoritaria. Por el centroizquierda parece claro que PD y LeU irán juntos, y la pregunta es si piensan añadir o no a Cinque Stelle, quedando aún menos claro quién va a ser el cabeza de lista. Respecto a la tercera y última coalición, ahí entrarán numerosos pequeños partidos: Italia Viva (Renzi), Azione (Calenda), Cambiamento (Totti), etc.

Hasta entonces, toca el Gobierno de gestión presidido por Mario Draghi. Acostumbrémonos al estilo austero, seco y directo del economista y banquero romano, aunque también deje en ocasiones caer que sentido del humor no le falta. Un Ejecutivo que va a dar muy pocos titulares pero que tiene ante sí todo un reto: la modernización de un anquilosado aparato productivo. Y si hay alguien que puede hacerlo, ese no es otro que Draghi, con la inestimable colaboración de sus hombres de confianza (que no son otros que los siete independientes que entraron con él). Será ciertamente el tiempo el que se encargue de dictar sentencia.

Pablo Martín de Santa Olalla Saludes es profesor del Centro Universitario ESERP y autor del libro ‘Italia, 2013-2018. Del caos a la esperanza’ (Liber Factory, 2018).