El Movimiento Cinco Estrellas, de partido “anti-política” a partido “espectáculo”

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En las últimas semanas estamos asistiendo a un bochornoso espectáculo que tiene por protagonista al aún partido con mayor número de parlamentarios de la política italiana, el conocido como Movimiento Cinco Estrellas. Dicho espectáculo consiste en una clásica lucha de poder entre los fundadores del partido (porque Casaleggio hijo lleva años asumiendo el papel de su padre desde que este falleciera), por un lado, y el flamante nuevo líder de la formación, que no es otro que el ex primer ministro Conte, por otro. El conflicto queda claro: mientras los fundadores quieren seguir mandando sobre el líder oficial de la formación (como hicieron con Luigi di Maio entre octubre de 2017 y enero de 2019, momento de su dimisión), Conte no acepta ningún tipo de control de su labor y pretende plena libertad para configurar un partido que, en esencia, sería refundado y transformado en una formación de centroizquierda, defensora de las políticas medioambientales y partidario de una mayor equidad entre las regiones más ricas (las septentrionales) y las más pobres (las meridionales).

Los fundadores del partido, que tenían puestas todas sus esperanzas en que Conte fuera capaz de levantar un partido que hace años que está en menos de la mitad de intención de voto del logrado en los últimos comicios generales (marzo de 2018), se han encontrado con que el político y jurista pugliese no piensa seguir órdenes de nadie, y así lo ha manifestado públicamente. La reacción de los fundadores ha sido de una ira incontenida, con durísimas descalificaciones hacia un Conte que no se ha inmutado lo más mínimo. Y es que éste, un hombre que llegó a la alta política hace poco más de tres años, sabe que tiene por completo “la sartén por el mango”. Explicaremos por qué.

Comencemos por señalar que Conte, nacido en una pequeña localidad (Volturara Apulia) de la Italia meridional en agosto de 1964, ha ido labrándose poco a poco una trayectoria que merece por lo menos ser tenida en cuenta. No estudió Derecho en Lecce, donde se encuentra la principal universidad de su región de origen (Puglia), sino en Roma, con lo que hace ya casi cuatro décadas dio un salto importante en su trayectoria vital: pasó de una de las zonas más pobres y subdesarrolladas del país a nada más y nada menos que la capital del actualmente tercer país más importante de la Unión Europea.

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Aunque se conocen muy pocos datos de su biografía personal, Conte debió ser un muy buen estudiante y ello le dio la posibilidad de hacer la tesis doctoral en Derecho Privado y, posteriormente, lograr una plaza en la Universidad de Florencia, que no es de las primeras del país pero que goza de buena fama. Allí fue donde coincidió con un joven Alfonso Bonafede (también, por cierto, con Matteo Renzi), quien se uniría al Movimiento Cinco Estrellas desde su fundación allá por 2009 y quien introduciría el nombre de Conte en los círculos de una formación que iba cada vez más hacia arriba: si en las elecciones de 2013 fue el tercer partido más votado tras el PD y Forza Italia, en 2018 arrasarían a todos sus rivales cosechando el 32,6% de los sufragios, catorce puntos por encima del segundo más votado (el Partido Democrático ahora encabezado por el citado Renzi).

Para ese momento el nombre de Conte era público y notorio, ya que Cinco Estrellas hizo algo nunca visto antes en la política: el viernes 1 de marzo, dos días antes de que los italianos fueran a votar, dieron a conocer la lista de los ministros que integrarían el Gobierno en caso de este partido “anti-política tradicional” lograra la “maggioranza”. Y en esa lista aparecía Conte como futuro Ministro de Función Pública. Sin embargo, Cinco Estrellas, al no presentarse en coalición con nadie, se quedó a casi ocho puntos de esa “maggioranza”, lo que le obligaría, tras arduas negociaciones, a firmar un pacto de legislatura (el pomposo “contrato de gobierno”) con la Lega del ultranacionalista Matteo Salvini, que había sido el tercer candidato más votado tras Di Maio y Renzi.

En principio, Di Maio, como cabeza de lista, debería haber recibido el “incarico” de formar Gobierno por parte de quien tenía que hacerlo (Sergio Mattarella, presidente de la República), pero el veterano político siciliano, conocedor de la tradición política italiana, se negó a hacerlo: no podía concederle tal honor a una persona sin carrera universitaria, ni tampoco a Salvini, quien en 1993 había decidió dejar su “laurea” en Historia por la Universidad Estatal de Milán para meterse en política como concejal del Ayuntamiento de la capital lombarda. En relación con ello, Mattarella hizo saber a Di Maio que debía darle el nombre de alguien con carrera universitaria, y al final el elegido (porque entre los ministrables había unos cuantos, a decir verdad, la mayoría, con carrera universitaria) fue precisamente Conte. Finalmente, y tras meses de negociaciones, en la primera semana de junio de 2018 era presentado el primer Gobierno de la XVIII Legislatura, con Conte de primer ministro, y Di Maio y Salvini como viceprimeros ministros (Di Maio añadiría a este puesto el de titular de Trabajo y Desarrollo Económico mientras Salvini se quedaba con Interior).

Durante su primer año como “premier”, Conte pasó completamente inadvertido. Era, o al menos parecía, un mero juguete en manos de Di Maio y Salvini, que eran los que realmente mandaban. Pero, en realidad, como se comprobaría tiempo después, lo que estaba haciendo era aprender el funcionamiento de alta política transalpina, algo en lo que le sería de ayuda inestimable lo que aportaría Mattarella, quien en el fondo se sentía un poco identificado con Conte: aunque 23 años mayor que éste, ambos eran juristas, ambos venían de la Italia meridional (Mattarella, siciliano; Conte, pugliese), y ambos eran abiertos partidarios de una posición conciliadora con las autoridades comunitarias, mientras Di Maio y Salvini iban de conflicto en conflicto con el presidente de la Comisión Europea (en ese momento el luxemburgués Jean-Claude Juncker) a cuenta de los Presupuestos Generales del Estado (PGE).

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Como es sabido, Salvini, tras aplastar a Di Maio en los diversos comicios al gobierno de la región que se iban celebrando (Abruzzos, Basilicata, Cerdeña, Umbria, Calabria, etc.), y tras doblarle en voto directo en las elecciones europeas del 26 de mayo de 2019 (34% para la Lega por 17% de Cinco Estrellas), decidió hacer caer el Gobierno el 7 de agosto, a pesar de quedar aún casi cuatro años de legislatura por delante. Salvini estaba convencido de dos cosas: la primera, que ese “premier” (Conte) que no estaba ahí más que para figurar, se derrumbaría fácilmente y, tras dimitir, dejaría la política; y que el PD, que era la única alternativa a la Lega para sostener un Gobierno conjunto con el Movimiento Cinco Estrellas, se negaría en redondo a pactar con un partido que le había vejado e insultado sistemáticamente durante la anterior legislatura (la XVII, en la que el PD había gobernado, de manera consecutiva, a través de los “premiers” Letta, Renzi y Gentiloni).

Pero el tiempo demostró rápidamente que se había equivocado. Salvini se encontró primero con que Conte no tenía, al menos de momento, ninguna intención de dimitir ni de abandonar la política; y, más sorprendente aún, que Matteo Renzi sería capaz de aliarse con un Cinco Estrellas que se había ensañado particularmente con su persona, llegando incluso a lanzar duras acusaciones contra la familia del joven político toscano.

Lo que realmente no sabía Salvini era que Conte no sólo era un hueso mucho más duro de roer de lo que se pensaba, sino que además iba a contar con el cerrado apoyo de un Mattarella que no quería pasar a la historia de la República italiana como el primer jefe de Estado que tenía que convocar elecciones anticipadas tras solo un año de legislatura: hasta ese momento, las legislaturas más cortas habían durado un mínimo de dos años, como había sucedido en 1992-94, en 1994-96 y en 2006-08. Y, ante el hecho de que los “pesos pesados” del PD (como Romano Prodi o Walter Veltroni) coincidían por una vez con Renzi en que convenía formar Gobierno con Cinque Stelle porque, de no ser así, Salvini les iba a aplastar en unos comicios anticipados (el centroderecha iba, en ese momento, diez puntos por encima del centroizquierda), al final se obró el milagro: la legislatura seguiría en pie con un segundo Gobierno, ahora formado por una coalición PD-Cinco Estrellas (a la que se añadiría la pequeña formación de izquierdas LeU). ¿Y quién sería el nuevo primer ministro? Evidentemente, Conte, a quien Salvini, por cierto, paso a llamar el “abogado de los poderes fuertes” frente a su denominación anterior (el “abogado del pueblo”).

Si ya en la negociación de 2018 Cinco Estrellas había demostrado muy poco habilidad al negociar y le había concedido a Salvini la cartera de mayor lucimiento (Interior) al tiempo que daba la posibilidad de que la “mano derecha” de este (el lombardo Giorgetti, conocido como el “Letta padano”), en calidad de subsecretario de la Presidencia del Consejo de Ministros, pudiera tener en todo momento controlado a Conte ya que esta Subsecretaría viene a ser el puesto por el que pasan todos los asuntos que ha de tratar el primer ministro, en la negociación con el PD Cinco Estrellas demostró no haber aprendido nada de errores anteriores: mantuvo a Conte como primer ministro y se aseguró de que nadie del PD asumiera la Vicepresidencia del Gobierno, pero, a cambio, les cedió las dos carteras más importantes (Economía y Finanzas, para Roberto Gualteri, e Infraestructuras y Transportes para Paola de Micheli). El PD tenía la mitad de los parlamentarios que Cinco Estrellas, pero en el Gobierno, en cambio, estaban en situación casi de paridad (once ministros de Cinque Stelle por nueve del PD). Una nueva demostración del extraordinario grado de ineptitud de Di Maio (ahora nuevo titular de Asuntos Exteriores) y los suyos.

Pero aún les quedaba lo peor, y era tener a alguien tan hábil como Matteo Renzi metido en la coalición de Gobierno: más aun, con los senadores necesarios (una vez se escindió creando una formación llamada Italia Viva) para sostener en pie al nuevo Gobierno. A pesar de ello, este segundo Gobierno funcionó razonablemente bien durante más de un año, y todo ello con coronavirus por medio. Fue ahí donde emergió con fuerza la figura de Conte: la llamada “emergencia sanitaria”, iniciada a finales de febrero de 2020 y que obligó a un durísimo confinamiento, puso de manifiesto que Conte poseía el cuajo suficiente para ejercer el liderazgo político.

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Pero también Conte cometió su error personal, aunque seguramente detrás de ello estuvo la cúpula del PD, enfrentada con Renzi desde hacía años: tras lograr que la Unión Europea concediera a Italia 209.000 millones en el conocido como “Fondo de Reconstrucción Europeo” (julio de 2020), llegado el momento de crear la estructura que debía administrar esos fondos, no se les ocurrió mejor idea que intentar marginar al partido de Renzi. Este, ni corto ni perezoso, aceptó ir a la guerra contra Conte y logró, en dos meses (el tiempo transcurrido entre comienzos de diciembre de 2020 y finales de enero de 2021), acabar con el tiempo del jurista pugliese como presidente del Consejo de Ministros. Ya se sabe cómo concluyó todo esto: Mattarella llamó a Mario Draghi, expresidente del Banco Central Europeo (BCE) y le encargó formar Gobierno, Ejecutivo que sería presentado a mediados de febrero y que desde entonces gobierna el país apoyado en una amplísima coalición de Gobierno (coalición de la que, por cierto, forman parte tanto Italia Viva, el PD y la mayoría de Cinco Estrellas, así como otros partidos).

Zingaretti, líder del PD desde marzo de 2019, y tras haber hecho un ridículo mayúsculo junto a su “mano derecha” (Goffredo Bettini), no tuvo más remedio que dimitir, dejando el partido en manos del ex primer ministro Letta, al que se llamó para que hiciera de secretario general interino (allí le llaman “regente). Mientras, Conte era coronado como nuevo líder del centroizquierda, y PD, Cinque Stelle y LeU aceptaron forjar una coalición de centroizquierda cuyo primer objetivo debían ser las elecciones administrativas de octubre de este año (están en juego las alcaldías de ciudades tan importantes como Milán, Roma o Nápoles).

Y así se llegó al momento actual. Conte ya estaba configurando su nuevo partido, hasta que intentaron meterle en vereda y controlarle los fundadores. Respuesta de Conte más que inmediata: o dirijo yo el partido, o me marcho y fundo mi partido o incluso dejo la política. Y los fundadores, perplejos ante lo que sucedía, sin recambio alguno a Conte: ¿ponemos un Di Maio que demostró no tener la más mínima entidad para dirigir un partido tan importante? ¿Tiramos de un Bonafede que hace un año excarceló a casi cuatrocientos “capos” mafiosos por “razones humanitarias” en relación con posibles infecciones de coronavirus? ¿Se lo pedimos a un Tonninelli que hizo un “papelón” en el asunto del Puente “Morandi” y que llevó a que Conte le acabara quitando al frente de Infraestructuras y Transportes? ¿Hablamos con un Di Battista al que hemos marginado sistemáticamente? ¿O, mejor aún, lo intentamos con una Virginia Raggi cuya gestión en Roma está siendo todo un camino de espinas? Esa es la cruda realidad para los dueños del partido: que no hay alternativa a Conte. Y más aun sabiendo que alrededor de 210 parlamentarios que les quedan se irían mayoritariamente con él.

Y todo esto recordando que los actuales 75 senadores de Cinque Stelle resultan muy importantes para que el Gobierno Draghi pueda seguir actuando con la fuerza y decisión con la que lo están haciendo. No sabemos de qué manera concluirá todo esto, pero algo sí está claro: Cinco Estrellas ha pasado de partido “anti-política” a formación “espectáculo”. Quién iba a haberlo pensado en un “movimiento” que se presentó durante años como el modelo a seguir.

Pablo Martín de Santa Olalla Saludes es profesor del Centro Universitario ESERP y autor del libro ‘Historia de la Italia republicana’ (1946-2021) (Sílex Ediciones, 2021).

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