El nuevo kirchnerismo aterriza en Argentina

AP/NATACHA PISARENKO - Manifestantes en Buenos Aires frente al Congreso argentino

El oficialismo del presidente saliente Mauricio Macri lo convirtió en eslogan hace cuatro años: “No vuelven más”. En tan corto período, ya han vuelto. Alberto Fernández cumple los pronósticos y ha ganado en la primera vuelta a su rival Mauricio Macri, haciendo inútil la segunda ronda y convirtiéndose en el nuevo presidente argentino. Y con él vuelve aquella a quien Macri había desterrado del poder, ahora convertida en vicepresidenta con amplio margen de maniobra. Las primarias del pasado verano fueron un ejercicio voluntarista del presidente saliente, que no comprendió a tiempo el mensaje de los ciudadanos y ya no tuvo margen suficiente para reaccionar a escasos meses de las elecciones reales. Y eso que ha recortado en siete puntos le diferencia respecto al ganador, fruto de una campaña muy intensa en la que se ha vaciado en su presencia en las calles y ha batido todos los récords de exposición pública. 

La clave del proceso de relevo que se abre en el gobierno argentino, y que culminará el diez de diciembre en la Casa Rosada con el traspaso de la banda presidencial, está en el grado de kirchnerismo que Fernández imprima ahora a su mandato, y en la influencia que la anterior presidenta pueda tener en el nuevo gobierno. Los delfines suelen rebelarse contra su mentor en todo proceso de sucesión política que se precie, y éste podría no ser uno menos. Su decisión de contar con dirigentes peronistas que se convirtieron en disidentes de la causa de Cristina parece indicar que quiere tener autonomía en las políticas. Pero su teórica querencia hacia un centro de nuevo cuño, el “liberalismo progresista peronista”, defensor de la libertad individual, pero con fuerte presencia del Estado para “corregir lo que el mercado desequilibra”, abre suficientes dudas razonables. Fernámndez querría ser una especie de Raúl Alfonsín redivivo, que pretende huir de la radicalización tradicional del justicialismo y captar adeptos en esas capas sociales medias que basculan hacia un lado u otro del espectro. 

La historia confirmará la impresión general de que el mandato de Mauricio Macri no ha sido exitoso en su intención de cambiar Argentina, y que el populismo vuelve rampante para volver a hundir al país más aún en las deudas y en la pobreza de facto. Pero esa calificación negativa, a todas luces general, olvidará voluntariamente que la presidencia de Macri supuso, aún por unos exiguos cuatro años, la salida momentánea del poder de quien pretendía convertir las instituciones democráticas argentinas en un bastión inexpugnable de su régimen hegemónico e ininterrumpido, una suerte de gobierno vitalicio. Y quedará también un renacimiento de la ideología conservadora que en Argentina estaba anestesiada, y que ahora ha resurgido como demuestra la meteórica aunque insuficiente remontada que Macri ha realizado desde agosto hasta octubre. El orgullo de no ser peronista.

Ítem más, el aterrizaje del nuevo gobierno se produce en unos momentos en que los estallidos sociales en Latinoamérica, independientemente del color de sus ejecutivos,  parecen demostrar lo complicado del momento histórico en el que las dos tendencias políticas de la última década, la bolivariana y la derechista, dan la impresión de claro agotamiento. Una primera prueba de fuego la tendrá Fernández en la tentación siempre presente en Buenos Aires de cometer una invasión contra las cuentas bancarias de los argentinos. Sólo el viernes pasado, Argentina perdió 1.700 millones de dólares en depósitos. La inflación, paro y deuda serán las tres constantes macroeconómicas que juzgarán su gestión de gobierno. Hace dos días, el portal de información de América Latina Infobae titulaba así: “El temido abismo que se despliega a milímetros del próximo Presidente”. 

Parece fácil adivinar con qué actores internacionales se moverá a gusto Alberto Fernández y con cuáles tendrá problemas. Entre los primeros, el Papa Francisco, pero también Pedro Sánchez o un Evo Morales que tendrá que aclarar su discutido triunfo electoral, probablemente con una segunda vuelta limpia. El más destacado de los segundos, Donald Trump, y tras él un Bolsonaro que empieza a darle la vuelva a la impopularidad decretada desde los medios de comunicación progresistas de todo el mundo. 

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