El orden internacional y el necesario refuerzo de la alianza trasatlántica tras la pandemia de la COVID-19

IEEE

El ser humano vive permanente recordando y olvidando que va a morir. Al recordarlo le aborda el miedo y la incertidumbre. Al olvidarlo, le invade la vulnerabilidad. La vida y el orden internacional son vulnerables. Una vez más lo hemos visto en esta crisis provocada por la pandemia de la COVID-19. Cuya imprevisibilidad, número de víctimas y afectados y consecuencias sociales y económicas han originado un clima de opinión incierto ante su magnitud, frente a las posibles vías para estabilizar la situación y ante las perspectivas de cambios en el orden y la convivencia internacional.

Este artículo es una reflexión sobre el futuro de las relaciones internacionales. No es un análisis exhaustivo, sino una visión panorámica. No es el resultado de una investigación concreta, sino que se trata de un trabajo intelectual que pretende ofrecer algunas interpretaciones que son consecuencia de la puesta en relación de distintos fenómenos históricos con la aplicación del conocimiento de la teoría de las Relaciones Internacionales y la Comunicación Política a la compleja realidad que vivimos en estas semanas, y que viviremos en los próximos meses. Así como de la revisión de reflexiones especializadas obtenidas de distintas fuentes y divulgadas en medios de comunicación de referencia. Es, por consiguiente, un análisis que reúsa entrar en la especulación y en la provocación de ningún debate que no se ajuste a los requisitos del rigor, la solvencia académica y el servicio de una reconstrucción cohesionada ante la situación, excepcionalmente compleja, que padecemos. Y que aporta también, desde la libertad de expresión personal, alguna llamada a la atención sobre puntos esenciales para reforzar la democracia liberal en este incierto contexto.

Para ello el trabajo se va a estructurar en una parte inicial que se refiere a la evaluación de los principales aspectos que se verán afectados o que pueden verse alterados en los próximos meses, y a las principales tendencias que estarán presentes en la opinión pública y en el clima de opinión resultante de la crisis. Tanto en la diversidad de las opiniones públicas y sociedades locales, como en la opinión pública internacional. Porque, si bien el impacto de la pandemia en distintos estados y entornos locales está siendo desigual y por consiguiente es previsible que se produzcan reacciones diferentes en función de los niveles de victimización y de la capacidad de reacción que hayan demostrado los poderes públicos y líderes políticos en cada caso, al mismo tiempo tanto la enfermedad como sus consecuencias sociales y económicas afectan ya, y afectarán en el futuro, a la totalidad de la humanidad y del orden internacional.

Por esta razón, las repercusiones en las relaciones internacionales tienen un doble sentido. Uno desigual y no uniforme en el seno de los Estados cuyos efectos se dejan ver e influyen también en las relaciones bilaterales, regionales e internacionales, y otro de carácter global que determinará las relaciones e iniciativas multilaterales. Esta asimetría en los efectos y resultados que ponen de manifiesto las cifras de víctimas y las estrategias nacionales, frente a la uniformidad de los efectos de la pandemia sobre la globalización económica y las relaciones políticas y de poder internacional, permiten pensar a priori que todos los actores, tanto estatales y supranacionales, como corporativos y sociales estarán llamados a intervenir en los procesos de normalización y reconfiguración del orden.

En un mundo sustancialmente globalizado, parcialmente en proceso de transformación tecnológica, y determinado por la coexistencia de las sociedades real y digital, la lucha contra la crisis integral que se ha producido, tendrá lugar en unos marcos de negociación multilateral, de cuya efectividad y eficacia no hay precedentes y por consiguiente nos encontramos —y esta es la segunda hipótesis— en una situación nueva marcada por la necesidad de innovación de estrategias, redefinición de marcos de relación y probablemente, por la revisión de la naturaleza y composición de algunos liderazgos.

Desescalar la excepcionalidad

Desescalar la excepcionalidad es la siguiente decisión táctica que hoy en día se ha puesto sobre la mesa a nivel nacional, tanto para corregir la tendencia expansiva de la enfermedad, como para impedir el rebrote de la misma y reiniciar la actividad económica paliando al mismo tiempo los efectos sociales y humanitarios de primera necesidad. Una táctica correcta en el corto plazo y apoyada por los consejos de científicos y por los principales actores políticos, sociales y empresariales. En este contexto, tal y como ha revelado la crisis con claridad, el Estado es el principal actor en estas dos primeras fases de contención y desescalamiento, pero siempre apoyado y en colaboración con los sectores privados, a la vista de que el refuerzo de la colaboración público-privada está resultando muy beneficioso y será esencial para obtener futuros resultados rápidos y eficaces.

Sin embargo, el esfuerzo de los próximos meses pasa por una visión más estratégica para la determinación de prioridades y puesta en marcha de políticas efectivas. Para ello, en el ámbito nacional y europeo y también en terceros países, se han buscado en la historia referentes y proyectos que, desde el punto de vista político y económico, resultaron exitosos. Así han aparecido referencias a los Pactos de la Moncloa en nuestro país, a un indeterminado Plan Marshall al estilo del que puso en marcha Estados Unidos para reconstruir la Europa devastada por la segunda guerra mundial, o incluso a un New Deal global como un compromiso de mayor calado y temporalidad.

La urgencia de los acontecimientos debe equilibrarse con la solvencia de los planes y las propuestas. La maquinaria de la propaganda dentro y fuera de nuestro país debe de ser cuidadosa para no utilizar la historia en aquello que la historia no puede resolver, y no atribuir conceptos del pasado a las políticas del presente. Por tanto, sería deseable cambiar la narrativa de algunos discursos hacia parámetros que reflejen la novedad de la situación y no el restablecimiento de proyectos que ya no tiene cabida en un mundo con otra configuración y con otras capacidades tecnológicas, políticas y humanas.

En cualquier caso, dentro del espacio democrático europeo, la búsqueda de unos consensos políticos y sociales para afrontar cualquier plan a medio y largo plazo, pasan por tres requisitos previos. El primero: el respeto íntegro al orden constitucional y a los tratados de la Unión Europea. El segundo: la colaboración público-privada y la participación de la sociedad civil con las empresas a la cabeza, para revitalizar unos sistemas que se han fundamentado en los principios de las libertades económicas, los derechos individuales y sociales y la solidaridad, en el marco de la legitimidad. El tercero: la integración en los proyectos del mayor número de fuerzas políticas capaces de asumir los dos primeros. La reactivación económica, además, es un elemento prioritario para la toma de decisiones. Lo están avisando los economistas y científicos sociales en medios de comunicación y organismos de investigación. No hay salida si se destruye el tejido empresarial y laboral de los países.

De momento las medidas en los ámbitos nacionales pueden calificarse como medidas de choque. Pero todo hace pensar que en el corto y medio plazo los organismos multilaterales se sumarán de distintas maneras, pero con intensidad, a los proyectos de revitalización de la economía. El G20 anunció que haría «lo que fuera necesario» para paliar los efectos en los sectores y países más afectados; el G7 debe actuar con unidad y generosidad, afectados como están sus miembros y a la vista de su influencia en la economía internacional. Y finalmente la Unión Europea tiene la responsabilidad de inyectar créditos y confianza en los mercados. El Mecanismo Europeo de Estabilidad, que ya ofrece la posibilidad de obtener capital conjuntamente y con condiciones favorables a países de la eurozona; otras propuestas como la creación de un fondo de garantía paneuropeo desde el Banco Europea de Inversiones; o el liderazgo desde la Comisión y el Banco Central Europeo para activar nuevas medidas, son mecanismos y estrategias que deben de armonizarse con sentido político y objetivos dirigidos a paliar el impacto social y de las pequeñas y medianas empresas, muchas de ellas en riesgo de desaparición.

La dura situación económica se ceba además con las situaciones de excesos de endeudamiento que a largo plazo no podrán mantenerse. Y llega en un ambiente previo de ralentización o recesión en distintos países y regiones. Algunos análisis, por ejemplo, del prestigioso The Economist del 28 de marzo incidían en la debilidad de la economía rusa: «the dramatic fall in the oil price, partly induce by Russia,s own decission to break out of its deal with OPEC producers, could deprive the government of about 2 trn rubles this year». En otro artículo editorial se recogía la opinión de Ruben Enikolopov, del Moscow,s New Economic School advirtiendo que «the biggest risk that confronts Russia, is not an economic collapse but a social one». Advertencia que puede fácilmente hacerse extensiva a otras importantes economías del mundo dependientes del petróleo.

Pero los riesgos ahora se han multiplicado a la vista de la expansión de la pandemia y de la interrelación económica de mercados y flujos comerciales. China ha sufrido los primeros efectos nocivos de la enfermedad y del debilitamiento económico que pueden agravarse ante el parón comercial mundial. Estados Unidos entra en niveles que han provocado la reacción de la FED, el Gobierno y el propio Congreso. Las economías emergentes y en desarrollo de América Latina, Asia y África pueden entrar en datos de extremo deterioro en función del avance de la epidemia y del varapalo económico y social. Solo determinados países, algunas democracias asiáticas, por ejemplo, han reaccionado con relativa estabilidad. El colapso económico y su extrapolación a la inestabilidad social es un riesgo real y geopolíticamente extensible a distintas regiones y potencias.

Por consiguiente, las medidas tanto nacionales como globales tienen que incorporar criterios de estabilidad social y de seguridad. Tal y como ha clarificado nuevamente esta crisis, la seguridad es un concepto integral que ahora se ha visto ligado a la sanidad. En los meses posteriores, se verá ligada a la recuperación social y humanitaria y al acierto y rápido efecto de las medidas económicas y se hará imprescindible que los especialistas en geoeconomía estén presentes en el asesoramiento de la toma de decisiones. No hay ideología en la recuperación. Hay una visión común y compartida sobre la necesidad de encontrar las fórmulas para paliar los efectos en los más débiles en cada caso. Así, como en regiones, conflictos y situaciones puntuales donde, como pueden ser la de los refugiados y el Mediterráneo oriental y la cuenca norte africana, los riesgos son aún mayores.

Recurrir a la historia más reciente si ayuda a demostrar que el fortalecimiento de la cooperación, económica y política, tal y como ocurrió en el seno de la Unión Europea y en la Europa del este tras la caída del Muro de Berlín contribuyó de manera decisiva en el éxito de la superación del orden de enfrentamiento bipolar provocado por los sistemas comunistas. Y de forma similar, la cooperación en materia de seguridad interestatal se volvió prioritaria a la hora de combatir al terrorismo internacional tras los atentados de las torres gemelas. Ahora se hace imprescindible una cooperación multilateral en materias de sanidad y seguridad como garantía, no solo de recuperación humanitaria, sino como una nueva prioridad para la reordenación del marco de las relaciones económicas internacionales.

El coronavirus está poniendo a prueba todo el orden internacional, y naturalmente a la Unión Europea. El éxito estará en la capacidad de adaptación a este marco cambiante donde habrá tendencias y propuestas de unilateralidad y refuerzo de soberanías, pero las ideas y propuestas de cooperación y esfuerzo multilateral pueden salir reforzadas, porque la crisis ha puesto de manifiesto que la globalización necesita más regulación y mejores políticas comunes para reducir incertidumbres y ante los nuevos desafíos globales. Los consensos que se demanden en esas futuras negociaciones serán un buen momento para hacer valer los logros europeos en materia de ordenamiento de mercados y flujos comerciales, normativas de calidad y seguridad jurídica en los intercambios y políticas solidarias. Logros, estos sí históricos, que tienen ahora que servir para dar pasos hacia adelante en el papel del Europa en el mundo. Y el de España en Europa en el nuevo orden.

Desintoxicar la política y la información

La dinámica política y los flujos desinformativos son un segundo requisito previo para plantear reformas en el orden internacional. La emergencia de los populismos y la polarización de las fuerzas políticas en una buena parte de las democracias europeas, los Estados Unidos y en regiones como Iberoamérica ha sido el entorno con el cual hemos convivido en los últimos años. La crisis económica, la corrupción de algunos sistemas y la radicalidad de los mensajes multiplicados por la red, así como la «disrupción de masas» a la que se refiere la Estrategia de Defensa Nacional de Estados Unidos y que hemos percibido desde la lejana Primavera Árabe hasta Turquía, las Ramblas, los Chalecos Amarillos, Hong Kong, Chile, Bolivia, y tantos otros lugares que han caído como un castillo de naipes ante las tentaciones rupturistas y las influencias reconocidas o no de intereses y potencias. Estos han sido los principales fenómenos que explican las algaradas de la última década. Algunas democracias se han resentido y empobrecido en sus convicciones. Las minorías sociales han encontrado espacios para la protesta, pero con resultados muy desiguales y, en ocasiones, decepcionantes y trágicos. Las potencias han tensado sus tácticas desinformativas en conflictos híbridos. Y finalmente el coronavirus ha confinado a las protestas y revisado de golpe las prioridades reivindicativas.

Es una incógnita el clima de opinión resultante en los ámbitos del activismo, cuando todavía la pandemia sigue activa y seguirá actuando durante algún tiempo. Pero todo hace sospechar que algunas de las protestas más llamativas en Europa y en España pueden verse mitigadas por las circunstancias. Algunas encuestas empiezan a señalarlo. Lo mismo puede decirse de determinados liderazgos que se han basado en la confrontación y la desestabilización, buscando el deterioro del orden liberal desde posiciones ultranacionalistas o populistas de izquierda. Las consecuencias políticas y en las opiniones públicas de la pandemia están por determinar. Una cosa parece clara, los resultados en el combate contra ella serán los que determinen quiénes son los ganadores políticos y quiénes los perdedores tras el imprevisible pero tangible paso de la enfermedad.

En segundo lugar, se impone afrontar un proceso de desintoxicación de las redes sociales y una regulación del sector tecnológico, clave para desarrollar un nuevo orden donde la cuarta revolución de la Inteligencia Artificial y el 5G serán pilares para la convivencia, pero también elementos de rivalidad y competencia económica global. Durante la crisis del COVID-19, las redes sociales han jugado un papel reactivador del ánimo, positivo para la cercanía social y se han convertido en el epicentro de las relaciones humanas y laborales en este momento crítico. Por tanto, se han manifestado en todo su sentido globalizador. Pero, paralelamente, han aparecido multiplicados los mensajes desinformativos y desestabilizadores.

La mediación se hace cada vez más necesaria en los nuevos medios sociales. En las empresas y organismos los community manager hacen este trabajo. De alguna manera esta función la asumen ahora en la sociedad algunas empresas y nuevas agencias que intentan detectar las fake news y hacer más fiable el tráfico en la red. En los ámbitos de la seguridad, la ciberseguridad es un elemento de máxima prioridad que se ha visto reforzada en los últimos años1. Ahora, la función de abrir la sociedad a través de la digitalización se ha consolidado y la crisis lo ha puesto claramente en evidencia. Y el establecimiento de herramientas para el control de los flujos informativos perversos tendrá que adecuarse a las exigencias democráticas de transparencia, libre expresión y protección de la privacidad y las libertades.

El control y la expansión de las tecnologías es un debate abierto, ya que solo podrá afrontarse desde la regulación y la negociación o, por el contrario, desde el enfrentamiento. El conflicto provocado por el 5G entre China y Estados Unidos, pero con implicaciones en toda Europa y Asia, es un ejemplo. La primera parte del informe The US-China race and the fate of Transatlantic relations del Centre for Strategic and International Studies en cuya elaboración participó el investigador senior del Instituto Elcano, Andrés Ortega, se titula Tech, values and competition2. En él se destaca la necesidad de una «definition of clear values around new technologies»; se pide un impulso en la regulación global de la Inteligencia Artificial, la ciberseguridad y la gobernanza de Internet. Además, se insta a Europa y a Estados Unidos para que establezcan fundamentos comunes en la temática y para la negociación; y finalmente se señala que la relación transatlántica con China no tiene que ser de suma cero, sino que pueden establecerse ámbitos de cooperación, aunque se impongan determinadas clausulas al comercio tecnológico, por ejemplo, en materia de derechos humanos y libertades, tal y como se hizo en el pasado con la cooperación para el desarrollo. Aunque evidentemente desde otros parámetros, tal y como insistimos en este trabajo, porque en 2018 la mayor parte de la potencia inversora china se destinó hacia Europa, donde además hay un déficit creciente en la innovación e inversión tecnológica.

La pandemia ha puesto de relieve la existencia de estos espacios virtuales y reales de colaboración y la exigencia de implementar procesos de negociación. El éxito de los países asiáticos, los tecnoautoritarios, pero también de las democracias de Corea del Sur, Taiwán o Singapur, en el uso de herramientas digitales para combatir la enfermedad y evitar su expansión han quedado confirmadas por las cifras, aun cuando haya reservas sobre su fiabilidad en regímenes como el chino, no democráticos y, por tanto, no sometidos al control del equilibrio de poderes y de la opinión pública. Pero el nuevo orden de cooperación en materia de desarrollo tecnológico está ahora más abierto de lo que lo estaba hace tan solo unos meses o semanas.

En la previsible reconfiguración del orden internacional, la transformación digital y la transición a un marco ambiental más limpio y saludable será inexorable. Las sociedades que estén a la cabeza de esa transición con una visión humana y global serán referentes. Los Estados que apoyen ese dinamismo social estarán mejor situados para ejercer como líderes. Aunque en ese hipotético cambio hacia un nuevo entorno global de cooperación, los conflictos latentes en el ciberespacio estarán presentes. En la década de los 90, la belle époque más cercana, se quiso imponer un orden y ahora habrá que consensuar un orden. En él, las democracias tendrán que estar a la altura. Abandonar el intento de autodestrucción que ha sido el exponente de la última década y negociar, desde la aceptación de la multipolaridad, en materias y recursos globales como el agua o el clima, y sectores como el tecnológico o el de la salud y la lucha contra las pandemias, se antojan como principios de una estrategia que fortalecerá la reconfiguración del orden liberal. Aunque integrado también por los países en vías de adaptación a la apertura de espacios virtuales y reales de progreso, conocimiento compartido y reconocimiento de derechos globales. La igualdad de género, la transparencia en temas específicos y el respeto a la diversidad, entre otros.

Desbloquear el orden internacional

Armonizar el orden liberal con el nuevo orden de competencia entre potencias

«Hacemos frente a un creciente desorden global, caracterizado por el declive del orden mundial basado en normas, creando un ambiente más complejo y volátil de los que se recuerda. La competición estratégica interestatal, no el terrorismo, es ahora la principal preocupación para la Seguridad Nacional de Estados Unidos»3. Que el orden mundial anterior a la pandemia estaba en proceso de reconfiguración, es una realidad explícita no solo en este texto del documento resumen de la Estrategia de Defensa Nacional de Estados Unidos, sino en los documentos de otras potencias llamadas revisionistas desde el prisma norteamericano, que planteaban otros marcos para las relaciones internacionales de acuerdo con la visión euroasiática en el caso de Rusia o de coexistencia y progreso global en el caso de China. La debilidad de la Unión Europea se ha incrementado en estos años ante la ausencia de un modelo estratégico y al desacuerdo entre las potencias europeas sobre cómo hacer frente al cambio. Dirigentes y opinión pública han permanecido silentes ante la magnitud de tal desafío.

Para algunos especialistas, el realismo consistía en tomar conciencia de la nueva situación y actuar para la adaptación de las estructuras al nuevo escenario y para la construcción de nuevos equilibrios: «El anunciado advenimiento de la denominada política de las grandes potencias (power politics) es un hecho ampliamente reconocido como el perfil tendencial del nuevo orden mundial en formación, aunque existen teorías que apoyan otros escenarios. En esta situación el modo de relación entre las potencias se ejercería mediante la competición estratégica redefiniendo las alianzas existentes. Consecuentemente, y si se mantiene la progresión de la tendencia, cada Estado con identidad tendrá que articular su propia estrategia para sobrevivir, adaptarse y situarse durante el periodo transitorio hacia un nuevo orden»4.

Pero admitiendo que el nuevo escenario provocado por la globalización y la redefinición del poder en distintos actores, nuevos u otros reincorporados, es real, la perspectiva del liberalismo no puede claudicar en la defensa de los valores democráticos y su promoción en el nuevo escenario. Teniendo en cuenta, además, que las estructuras e instrumentos creados y desarrollados en marcos anteriores y readaptados después de la ruptura del orden bipolar, tanto las alianzas defensivas como las organizaciones para la ordenación comercial, o los organismos de cooperación económica y para el desarrollo, están aún vigentes y activas.

Aunque no se había producido una ruptura del orden liberal, después de los atentados del 11S, sino una entrada progresiva de más actores con mayor protagonismo, la ordenación de ese marco más complejo se hace ahora imprescindible. Primero, porque la pandemia ha transmitido una sensación de incertidumbre que, aunque no se corresponde completamente con la realidad, puede derivar en el debilitamiento de estados y regímenes y en el ascenso de fuerzas disruptivas. Y segundo, porque la reconfiguración del orden internacional deviene de la constatación de una realidad multipolar.

Ahora bien, para que un nuevo orden pudiera ser negociado, no habría margen para las imposiciones, ni para ninguna involución. El progreso puede entenderse desde distintos parámetros, pero no puede imponerse a los ciudadanos que legítimamente lo avalan y promueven. Por consiguiente, la exigencia a las grandes potencias y a las potencias menores es que, aunque se establecieran marcos de negociación, siempre habría que asumir lo que no puede ser aceptable dentro de ellos. Sectores y temáticas concretas como la salud, la tecnología o los intercambios comerciales seguros, pueden ahora verse favorecidos en ese nuevo consenso multilateral y multipolar. Hay suficientes indicadores históricos y teóricos que señalan que la cooperación y los intercambios no producen conflicto. Todo lo contrario, ese sería el camino. Construir un orden de progreso global en un marco multilateral que esté liderado por potencias y dinamizado por las sociedades civiles.

Reforzar y priorizar la agenda transatlántica

Desde los planeamientos liberales, si ese orden no fuera respetuoso con los derechos humanos y no avanzara hacia la consolidación de sistemas con mayor transparencia, tendría escaso futuro y poca sostenibilidad, porque no podría ser corregido nada más que a través del enfrentamiento. Y probablemente degeneraría en el restablecimiento de bloques. Por eso, la democracia es tan importante al permitir la reforma sin romper el sistema.

Las experiencias de reforma dentro de los totalitarismos suelen ser caóticas. La historia reciente nos muestra que China ha sido capaz de reformar su sistema desde dentro, pero misma historia un poco anterior desveló que la revolución cultural comunista de Mao fue un ejemplo a su vez de la tragedia que ocurre ante transformaciones ideológicas deshumanizadas llevadas a cabo desde poderes autoritarios.

En ese hipotético entorno de reconfiguración política y legal, o bien en la dinámica de incertidumbre que vivimos actualmente, España y Europa tienen que actuar con decisión y claridad. Para hacer frente a los desafíos existentes y a los sobrevenidos por la crisis del COVID-19, el único camino posible pasa por afianzar los sistemas democráticos, respetar los marcos legales establecidos e impulsar las estructuras de defensa, seguridad y convivencia internacional que nos han amparado en las últimas décadas. La Unión Europea tiene que persistir como unidad política y reforzar su proceso de integración. Y para ello necesita reforzar su alianza estratégica con Estados Unidos y el mundo democrático atlántico y global.

Si se impusiera una nueva ordenación, Europa tendría que actuar en el proceso con personalidad propia, pero reforzada por los principios y valores que nos han permitido crecer en el progreso compartido y la estabilidad. Principios delimitados por Joseph Nye en su último libro: Do Morals Matter?, como son el sometimiento a la ley, los valores liberales construidos desde la Ilustración, la libertad económica, el respeto de los derechos humanos y, ahora más que nunca, la certeza compartida en la ciencia con respeto por las creencias y por la diversidad ideológica.

En ese mismo libro y en otros publicados recientemente como el de Michael Kimmage, The abandonment of the West, se hace una crítica directa y abierta a la doctrina neoaislacionista del presidente Donald Trump y a su necesaria revisión para afrontar el futuro ordenamiento internacional. La pandemia del coronavirus y las elecciones presidenciales de 2020 ponen a la Administración norteamericana frente al reto más importante de su controvertido mandato: el de recuperar el liderazgo del mundo occidental haciendo viable el doble sentido que las relaciones internacionales han tomado y la coexistencia de las potencias en un mundo globalizado cuya gobernanza requiere de marcos multilaterales de entendimiento y cooperación política. Un nuevo orden en el cual los principios y valores compartidos harán más fuertes a los negociadores, más seguros y sanos a los ciudadanos y más habitables los espacios comunes para las generaciones venideras.

José María Peredo Pombo* Catedrático de Comunicación y Política Internacional Facultad de Ciencias Sociales y de la Comunicación
Universidad Europea de Madrid

Notas al pie

1-«La implantación de la comunicación digital ha afectado sustancialmente a la gestión geopolítica al facilitar que las restricciones tradicionales de actuación puedan circunvenirse al ser la relación espacio- tiempo menos relevante, así como en activar “formas nuevas de hacer las cosas” como la simulación virtual. Desde el punto de vista del ejercicio del poder, la irrupción de las tecnologías de la información ha provocado la alteración de las interacciones intergubernamentales la Seguridad Nacional y la Política Económica se han venido aplicando en ámbitos diferentes, pero la network económica global constituye un nuevo dominio de acciones estratégicas, amenazas, objetivos, sanciones, etc., donde se ejerce la Competición». FOJÓN, E. La era de Competición Estratégica Global: España, cuestión de identidad. Global Strategy, GESI, Universidad de Granada, 2020. pág. 3.

2-Executive Summary: The US-China race and the fate of transatlantic relations, Centre For Strategic and International Studies, January 2020.

3-Summary: National Defense Strategy of the United States of America, Department of Defense, 2018. Building Situations of Strength: A National Security Strategy for the United States. Foreign Policy at Brookings.

4-FOJÓN, E. La era de Competición Estratégica Global: España, cuestión de identidad. Global Strategy, GESI, Universidad de Granada, 2020.

Envíanos tus noticias
Si conoces o tienes alguna pista en relación con una noticia, no dudes en hacérnosla llegar a través de cualquiera de las siguientes vías. Si así lo desea, tu identidad permanecerá en el anonimato