Opinión

El virus que vino a quedarse para siempre

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Y la vida sigue… Desde luego no igual, pero la humanidad tendrá que adaptarse, como ya lo hiciera tras el paso y asentamiento de otras pestes. Todos los gobiernos, y los ciudadanos a los que rigen, ya están advertidos: el nuevo coronavirus “no desaparecerá jamás”. Lo ha proclamado Michael Ryan, el director de Emergencias de la Organización Mundial de la Salud (OMS), tras reconocer que no tienen idea de cuando se le podrá vencer. 

Es un aviso que puede considerarse decisivo, en la medida en que todos los países habrán de planificar su reacomodamiento, tanto como en sus ámbitos nacionales como en su incrustación internacional. Todo ello tendrá grandes consecuencias, tales son las profundas heridas inferidas a sus sociedades; en primer lugar, por el gran número de muertos, y, después, por las derivadas emocionales, económicas y sociales que han alterado gravemente la geografía humana. 

Las fuertes medidas de confinamiento o reclusión de la población, y las evidentes restricciones de las libertades se han observado y respetado escrupulosamente en general, bajo la promesa de que tales limitaciones eran  el precio a pagar hasta que se encuentre la vacuna que permita a los ciudadanos volver a desempeñarse con normalidad. Cierto es que se ha producido el mayor movimiento de colaboración científico-médica global de la historia, y que ahora mismo hay más de 150 proyectos multinacionales en marcha, de ellos ocho impulsados por españoles. A resaltar la iniciativa de la Comisión Europea de allegar 7.500 millones de euros para empujar los ensayos. 

Sin embargo, ninguno de los investigadores implicados avala las declaraciones de los políticos y/o de los denominados expertos de que tal vacuna pudiera lograrse en unos meses. Tal experiencia no se ha conseguido nunca. Encontrar la de la varicela costó 28 años; 15 la del papiloma, mientras que la que prevenga contra la infección del VIH está aún por llegar, y ya van 34 millones de muertos desde el primer fallecimiento a causa del sida. 

Por un acceso universal y gratuito

Según la mayor parte de estos científicos el tiempo medio para lograr resultados en la investigación biomédica oscila entre los cinco y los diez años. Pero, aún forzando la máquina, el lapso de tiempo mínimo para probar la eficacia y seguridad de una vacuna nunca sería inferior a los dos años. Si el éxito acompañara, vendría luego su fabricación a escala industrial y su distribución. A esto último quieren acceder obviamente todos los países, especialmente los menos desarrollados. Tal será, pues, el punto más importante de la Asamblea Mundial de la OMS, que se inicia el 18 de mayo. El presidente de Pakistán, Imran Khan; el de Sudáfrica, Cyril Ramaphosa, y el Premio Nobel de Economía, Joseph Stiglitz, ya han presentado un documento en el que piden el acceso universal y gratuito a la futura vacuna, una reclamación tanto más lógica cuanto que el SARS-Cov-2, el virus que provoca la COVID-19, ha viajado por todo el planeta mofándose de barreras y fronteras. 

Es también evidente que ningún país, ninguna sociedad aguantaría una paralización tan larga como exigiría esperar hasta la aparición, certificación y comercialización de la susodicha vacuna, de manera que volver a arrancar el motor de la economía y alcanzar lo más rápidamente posible su velocidad de crucero se hace más que imprescindible. En las sociedades libres los ciudadanos deberán acompañar la recuperación de sus libertades de iniciativa y de movimientos con redobladas dosis de prudencia y de exigencia de respeto, conforme al principio tan a menudo olvidado de que ‘tu libertad limita con la mía’. 

El virus ha venido para quedarse para siempre como un huésped molesto y mortífero. Acostumbrada a que se le garantizará, falsamente, una seguridad total, la humanidad en general, cada ciudadano en particular, tendrá ocasión de comprobar ahora el riesgo que se arrostra cuando no se cuida de sí mismo y de los demás. También, que la irresponsabilidad de una minoría no sirva de pretexto a gobiernos de pulsiones totalitarias para castigar y cercenar los derechos de la inmensa mayoría.