Estrategia y comunicación política

Pedro Sánchez

Sin estrategia no hay comunicación política. Y sin comunicación política solo nos queda la propaganda. El discurso del presidente Sánchez ha tomado un derrotero peligroso porque además de haber dejado a los ciudadanos desamparados ante la magnitud de la crisis y ante la necesidad de transmitir coherencia en las decisiones para contener la expansión del virus y el número de víctimas, ha trasladado la idea de que el gobierno no sabe cómo enfrentar el futuro inmediato de la normalización y la recuperación.

En el mismo discurso de esta tarde, con demasiadas palabras vacías y demasiados interrogantes sin resolver, el presidente ha comparado la situación con la postguerra civil; ha echado mano de los Pactos de la Moncloa para imaginar un sendero de negociación social y política; ha vuelto a rescatar el Plan Marshall que puso en marcha Estados Unidos para sacar del caótico final de la segunda guerra mundial a Europa; ha advertido sobre el ocaso de la Unión Europea si no se asumen medidas contundentes; y finalmente ha utilizado el discurso de toma de posesión de Kennedy en 1961, cuando el joven presidente tomaba el mando de un país que acababa de apuntalar la victoria frente a la posguerra, crecía de forma imbatible, había asumido el liderazgo en el orden occidental e internacional y representaba, él con su juventud, el cambio generacional que una parte de la sociedad norteamericana, -no toda porque venció por un estrecho margen-, demandaba. 

El problema de no tener estrategia es grave. Pero es más grave aún el problema de no saber lo que significa el concepto. Es decir, un plan a largo plazo que posicione a un país, en este caso, en la senda de un camino para lograr unos objetivos concretos y, de acuerdo, a unos principios, y a un compromiso o voluntad común. El discurso de Sánchez ha dejado claro a los españoles que el Gobierno quiere salir de la crisis y que está comprometido en el combate contra ella, pero no ha sabido aportar una visión, ni clara ni oscura, sobre cómo y hasta cuándo y sobre el futuro al que nos enfrentamos.

Víctima de las circunstancias excepcionales y del drama de las cifras, los redactores del discurso han vagado por el inabarcable mundo de la historia buscando referencias en nuestro país, en la contemporaneidad y en algunas frases célebres que no ayudan a nadie. Vacías de contenido. Cuál ha sido el motivo de este mensaje manifiestamente débil y mal ensamblado no es fácil de determinar. Pero si lo que pretendía el discurso era transmitir un mínimo de confianza en la visión estratégica del Gobierno, el resultado ha sido un evidente fracaso.

Equivocar en este momento la comunicación política, fiable, sintética, transparente y abierta a las preguntas y a las críticas, con la propaganda emocional, dirigida a los acólitos y a los más indefensos a la hora de determinar la verosimilitud del mensaje, resulta intolerable para la opinión pública. Es el momento de rectificar. De cambiar la tendencia y de dejar de arrastrarnos por la historia para entrar en el duro camino del presente y del futuro. Si las decisiones necesitan a la oposición, el Gobierno debería convocarla. Si necesita a las empresas, habrá que hacerlas partícipes en el diseño estratégico. Si no necesita a la ideología, habrá que dar a los ideólogos un descanso. Y no volver a fallar.  

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