Grisham, exportavoz de Trump, por fin responde

United States Capitol in Washington, DC

‘I´ll take your Questions Now’ (‘Ahora responderé a sus preguntas’) es el título del libro que esta semana aparecerá en Estados Unidos, pero del que ya han obtenido avances diversos medios norteamericanos como The New York Times, Politico o CNN. “El retrato más franco e íntimo de la Casa Blanca de Trump”, según la descripción de la editorial Harper Collins, que cobija el relato de Stephanie Grisham, la que fuera tercera secretaria de Prensa del presidente Donald Trump, después de la dimisión de Sarah Huckabee Sanders, antes de que ella misma retornara al servicio de la entonces primera dama, Melania Trump. 

El rasgo de la autora que ha quedado impreso en la mente de los periodistas acreditados ante la Casa Blanca es el de no haber ofrecido nunca una comparecencia televisada con preguntas y respuestas. Ahora, en cambio, se despacha a gusto, tanto que el propio Trump y su círculo más íntimo han desencadenado una dura campaña para desacreditar a Grisham, a la que acusa de haberse transformado en “una enojada amargada” a causa de una ruptura sentimental, y “recibir ahora el pago de una editorial radical izquierdista para decir mentiras y falsedades”. 

Lo que no podrá desmentir Trump en ningún caso es que Grisham fue un testigo privilegiado de sus decisiones y actuaciones al frente de Estados Unidos, y que fue la receptora de sus órdenes tajantes, tanto que sus constantes reprensiones e insultos, no solo a ella sino a gran parte de sus colaboradores, crearon un ambiente “aterrador”. 

De lo aparentemente menor a las cuestiones más delicadas de la política, Grisham no ahorra detalles. Por ejemplo, escribe que Trump la llamó desde el Air Force One para que su secretaria de Prensa defendiera el tamaño de su pene, después de que una de las muchas mujeres que lo acusaron de comportamiento impropio y violación, Stormy Daniels, aludiera en una entrevista a la escasa envergadura de su masculinidad, inversamente proporcional por lo visto a la de sus gritos e improperios. 

Cuando en el Salón Oval de la Casa Blanca se justificaba de las acusaciones que habían difundido numerosas mujeres, Donald Trump mostraba un desprecio infinito hacia ellas. Pero, fue especialmente a propósito de E. Jean Carroll, que acusó a Trump de haberla violado en los años 90, que tras insultarla –según narra Grisham- miró directamente a los ojos de su secretaria de Prensa y le ordenó: “Simplemente lo niegas. Eso es lo que haces en todas las situaciones. ¿Verdad, Stephanie? Simplemente lo niegas”, repitió enfatizando las palabras. 

De la conspiración con el presidente ucraniano al “teatro” con Putin 

Confiesa la autora que siempre sospechó que Trump, más tarde o más temprano, la tildaría de “loca”, motivo por el cual justifica que nunca ofreciera un informe televisado en el año que estuvo en el cargo, y haber sido su asesora durante la campaña electoral de 2016 y jefa de relaciones con los medios informativos de la primera dama. 

No tiene empacho alguno ahora en calificar de “pedidos estrafalarios” órdenes como que compareciera ante la prensa y reconstruyera una determinada conferencia telefónica con el presidente ucraniano, cuestión que condujo al primero de los dos juicios políticos que Trump hubo de afrontar. Grisham explica que se las arregló para evitarlo, porque “sabía que tarde o temprano el presidente querría que dijera algo en público que no fuera verdad, o que me hiciera parecer una loca”. 

Grisham documenta en su relato el atractivo que siente Trump por los dictadores, si bien se mostró especialmente obsequioso con uno en particular: Vladímir Putin. 

Con toda la conversación sobre las sanciones contra Rusia por interferir en la elección de 2016 y varios abusos de los derechos humanos, Trump le dijo a Putin: “Okey, voy a actuar con un poco más de dureza con usted unos minutos. Pero es para las cámaras, y después de que se vayan, hablaremos. Usted ya me entiende”, escribe Grisham, recordando una reunión entre los dos líderes durante la Cumbre del G-20 en Osaka en 2019. 

De entre los colaboradores objeto de la ira del presidente, el más damnificado parece ser que fue Pat Cipollone, que ejercía de consejero de la Casa Blanca: “No le gustaba que le dijeran que las cosas que quería hacer eran poco éticas o ilegales. Así que les gritaba. Luego solía escuchar. Y después volvía a chillarles”. 

El libro también se ocupa de la hijísima, Ivanka Trump, y de su marido Jared Kushner, elevado por su suegro al rango de enviado especial personal del presidente para modificar sustancialmente el mapa geopolítico del Próximo Oriente. Kushner le merece a Grisham el calificativo de “Rasputín en traje ajustado”. 

Como tantos otros funcionarios de la Casa Blanca, Stephanie Grisham abandonó la misma el día 6 de enero de 2021, cuando contempló el asalto al Capitolio por una horda que había sido previamente atizada por el propio Trump.   

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