Guerra y paz

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“La guerra es la continuación de la política por otros medios”, escribió Clausewitz, al hacer frente a Napoleón desde la estrategia, esperando la llegada del invierno ruso para derrotarle. Como lo hiciera Tolstoi desde la literatura, aunque poco convencido de que las ideas liberales no fueran saludables para sanar la enfermedad social y política de Rusia. Lenin tomó prestada, tiempo después, la definición del militar prusiano para envilecerla, y someter a los proletarios al yugo soviético tras liberarlos del yugo capitalista. “La política es la continuación de la guerra por otros medios”, afirmó el propagandista visionario e imaginó que, muerto Dios, ya solo quedaría una figura, él mismo, para convertirse en el representante de la fe universal.

Una persona únicamente podía hacer frente a la locura leninista de convertirse en líder universal de la tierra y Rusia: el Zar. El último César de Roma. El último emperador del cristianismo ortodoxo. El símbolo viviente del pasado imperial en Eurasia. Y entonces, le fusiló. Junto a su familia. Para que así no quedara heredero alguno más que él, Lenin, y quién fuera capaz de sucederle. Que resultó ser un georgiano apellidado Stalin, miserable también, tal y como lo fuera el ideólogo comunista.

La historia de Rusia es tan inmensa como su territorio y tan insignificante como la moral de alguno de sus protagonistas. Muy al contrario que las almas muertas de los campesinos de Gogol, inmensas para la literatura universal y la memoria, aunque desparramadas sobre el insignificante territorio en el que la servidumbre les confinó. En esa inmensidad de influencias culturales e históricas, cualquier líder puede perder la orientación y el sentido de la política. Que no es otro que el de preservar la paz, evitar la guerra y propiciar el progreso.

Putin ha escalado el conflicto en Ucrania para convertirlo en una guerra, expansiva y no defensiva, a través de la cual ha fortalecido a sus rivales occidentales y debilitado a sus vecinos ucranianos y centro europeos. Exactamente lo contrario de lo que buscaba con su política de desestabilización que consistía en mostrar a sus vecinos eslavos y al resto del mundo, la debilidad de la democracia liberal y la fortaleza de la autocracia rusa.

Consciente de haber calculado erróneamente la dimensión y el impacto de las ideas liberales, al igual que le ocurriera a los zares y a los comunistas, ha optado, tal y como lo hicieran sus predecesores, por utilizar la fuerza de su ejército para esconder la magnitud de su equivocación. Con su ataque al corazón de Ucrania, ha perdido la razón. La causa fundamental de cualquier victoria.

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