Hipersónica y desaforada carrera de armamentos

Russia

Y Putin cogió no su fusil sino sus misiles ultrasónicos Kinzhal (puñalada en ruso). Es el arma decisiva, “invencible”, según la calificación de su propio Ministerio de Defensa. El ataque contra un importante depósito subterráneo de misiles y municiones del Ejército ucraniano en la localidad de Deliatine, región de Ivano-Frankivsk, se realizó con precisión matemática. Ha sido el bautizo de este misil hipersónico en un contexto de guerra, después de haberlo testado en diversas maniobras y ejercicios desde 2018. 

Los Kinzhal fueron mostrados por vez primera sobrevolando la Plaza Roja de Moscú el 9 de mayo de 2018, en el desfile aéreo conmemorativo de la victoria en la II Guerra Mundial, transportados por los cazas MIG-31, desde los cuales son disparados sobre objetivos situados hasta 2.000 kilómetros de distancia. La velocidad que pueden alcanzar, por encima de los 5 Mach (6.000 km/h) los convierte en prácticamente invulnerables frente a las actuales defensas antiaéreas, además de muy destructivos, en la medida en que esa misma hipervelocidad les permite penetrar más profundamente en busca del objetivo. 

Dice el portavoz de Defensa de Moscú, Igor Konachenkov, que estos misiles hipersónicos pueden alcanzar incluso velocidades superiores a los 12.000 km/h, y de momento no hay motivos para no creerle. De ser así, los actuales cohetes supersónicos quedarían reducidos a la categoría de antigüallas. 

Avisaba el presidente norteamericano Joe Biden de que un ataque contra cualquier pulgada de terreno de un país de la OTAN desencadenaría la III Guerra Mundial. El totalitario zar ruso aún no lo ha hecho, pero con la utilización de su nueva arma no cabe la menor duda de que ha provocado muchas dudas, por supuesto en la ya devastada Ucrania, pero también en toda Europa y seguramente en Estados Unidos, la superpotencia que a pesar de su incontestable superioridad militar aún no habría desarrollado un escudo capaz de neutralizar a los Kinzhal. 

Rearme a cualquier precio

La invasión rusa de Ucrania ya ha derivado por tanto en una aceleración de la carrera de armamentos. En casi todas las latitudes del planeta han cambiado las prioridades, de forma que la Defensa ha pasado al primer plano. El caso de la OTAN, los países de la UE en general, y la misma España en particular, han tenido que diseñar a toda prisa una mutación realmente estratosférica entre lo que presupuestaron hace apenas unos meses y la ingente cantidad de dinero que ahora habrán de dedicar a rearmarse. La pauta marcada por Alemania, destinando de golpe 100.000 millones de euros a dotar a sus Fuerzas Armadas del mejor material que haya en el mercado, y prometer además que en adelante destinará un 2% de su PIB al capítulo militar, arrastra a los demás a un esfuerzo descomunal, exigido por otra parte desde hace varias presidencias por el líder del mundo occidental, que aún sigue teniendo su casa en Washington. 

Esta carrera desaforada alcanza a todo el mundo. Baste comprobar el gasto creciente que a ello están dedicando todos los países: casi dos billones de dólares en 2020, según el Instituto Internacional de Investigaciones para la Paz (SIPRI), con sede en Estocolmo. 

Aún hoy Estados Unidos, con 778.000 millones y el 39% del total, supera ampliamente a China (252.000 millones y 13%) y a Rusia (61.700 millones y 3,1%). Los norteamericanos poseen un dominio absoluto en el campo del armamento convencional.

De ahí, que chinos y rusos se hayan decantado preferentemente por la investigación y refuerzo de los misiles hipersónicos como apuesta para compensar su retraso. Tal es también el descarado envite de Corea del Norte, que no cesa de probar misiles, incluidos supuestamente los supersónicos, y con los que el “Amado Líder” Kim Jong-un intenta amedrentar a Japón e incluso a los estados del oeste norteamericano. 

El vecindario inmediato de Rusia y de China desconfía sobradamente de las intenciones finales de Moscú y Pekín, razón por la cual también han emprendido el reforzamiento de sus alianzas estratégicas y el correspondiente rearme para hacer frente a hipotéticas amenazas. Taiwán es el ejemplo más candente, pero en parecida situación están todos los países ribereños del Mar de China, reivindicado por el presidente Xi Jinping casi como un mar interior propio, y en el que ha emprendido una ocupación y soberanía de facto.

Los puntos candentes de Oriente Medio y África

No menos volátil es la situación en el Próximo Oriente, donde Israel libra una guerra cada vez menos silenciosa contra Irán y sus instalaciones prenucleares, y donde Arabia Saudí y los Emiratos han multiplicado sus inversiones para dotarse de una poderosa aviación de combate, misiles capaces de alcanzar territorio iraní, y sistemas de defensa antiaérea que podrían haberse quedado obsoletos ante los Kinzhal y similares. 

Y, por supuesto, tampoco van a la zaga numerosos países de África, cuya franja del Sahel tiene cada vez mayores visos de convertirse en escenario de una guerra total, impulsada en principio por el pretexto de hacer frente a la amenaza yihadista, pero que en segundo término también se libraría en términos de poder regional, siguiendo la estela, no muy divulgada por otra parte, de las confrontaciones ancestrales entre tribus separadas y países dibujados con escuadra y cartabón en despachos del siglo XIX. 

Lejos del buenismo de quienes preconizaban el fin de la historia o la inutilidad de ministerios de Defensa, el mundo parece que va a llenar sus almacenes de las más modernas máquinas e instrumentos de matar que se puedan pagar. Y, como siempre sucede ante tal hecho, surge la pregunta inevitable: ¿cómo se dará salida a tan ingentes cantidades de mercancía bélica? En la pasada Guerra Fría los arsenales nucleares equilibrados entre el mundo occidental y el comunista sirvieron para disuadirse ambos de emplearse, habida cuenta de la “mutua destrucción asegurada”. 

De momento, en la actual carrera armamentística unos y otros pugnan por dotarse de una asimetría favorable frente al potencial adversario. Mientras cualquiera de ellos se estime a sí mismo en condiciones de atacar y derrotar al otro, y no asuma que los dividendos de la paz son mucho mayores que los de la guerra, el mundo no estará a salvo de una conflagración de la que lo que estamos viendo en Ucrania habrá sido entonces un mero preludio.  

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