Inflationomics: Latam

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La inflación y la recuperación económica, y no la COVID-19, serán los principales rompecabezas del año. Los mercados se han resentido por el avance de la variante ómicron, que no permite un corte nítido entre pandemia y pospandemia, pero no hay desesperación: hay tratamientos antivirales, una tercera (y ahora cuarta) dosis y un reducido apetito para reinstaurar restricciones.

Lo que sí desespera es la inflación, así como la sensación de que los bancos centrales podrían sobrepasarse y deshacer una recuperación económica que, aunque medianamente robusta en 2021, da signos de decaimiento en 2022 y 2023. A esto debemos sumar la tendencia global hacia países más endeudados. Latinoamérica, cuya deuda pública gira en torno al 78% del PIB, no queda excluida y es, en palabras de El País, “la región emergente más endeudada del mundo”; ya ha agotado su margen fiscal. 

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Es prudente recordar que incluso en Estados Unidos la inflación ascendió a un 7% en diciembre, cifra récord para los últimos 40 años; muy parecida fue la situación en México, donde llegó a 7,36%, y mucho peor en Brasil, cuya tasa del 10,06% es aventajada sólo por el grotesco 50,9% de una Argentina en creciente dolarización.

Alguna vez esta ola inflacionaria se consideró un fenómeno efímero, en parte ocasionado por el desbarajuste en los mercados laborales y las cadenas de suministros. La tesis no ha dejado de ser factible —persiste la crisis de contenedores, que transportan hasta los insumos agropecuarios de la región—, pero su persistencia ha causado desconcierto.

En Washington dan muestras de querer azotar la inflación, y todo parece indicar que en marzo la Reserva Federal sumará 25 puntos básicos (0,25%) a la tasa de interés, existiendo la posibilidad de tres subidas más a lo largo del año. La maniobra estaba prevista para este año, si bien no antes del verano, pero la actitud de la Fed ha visto un endurecimiento notorio motivado por las cifras del último trimestre de 2021.

En tanto, Lael Brainard, miembro de la Junta de Gobernadores y candidata de Biden a la Vicepresidencia de la Fed, presume de una “poderosa herramienta” antiinflacionaria. Y es que, además del alza en tipos, la Fed ahora confirma que cesará sus compras de activos, cuyo monto total llegó a los $8,77B en la primera semana de este año. 

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Algo habrá de amague y exageración, que para los bancos centrales con frecuencia tienen el mismo efecto que las políticas reales, pero no sería la primera vez que EEUU recurre a la terapia de choque en contra de la inflación. Ya lo hizo en los años 80, sometiéndose a grandes penurias en aras de la estabilización.

Ante semejantes noticias, los bonos estadounidenses y alemanes, prácticamente exentos de riesgo, han recuperado su rentabilidad de finales de 2019, si bien la rentabilidad del Bund sigue siendo negativa y la Unión Europa no habla de una subida de tipos. También se prevé una ola de endeudamiento privado; las grandes empresas buscarán crédito barato antes de que cierre la ventana, y los hogares estadounidenses podrán refinanciar sus hipotecas, aprovechándose del exquisito —y moribundo— cóctel de bajos tipos y altas cotizaciones inmobiliarias.

Latinoamérica carece de soberanía monetaria real. Formalmente dolarizadas o no, sus economías dependen de la tasa de cambio, reforzada por las remesas y debilitada por la poca confianza en monedas nacionales; los precios de los commodities, que son su principal contribución a los mercados internacionales, y de los flujos de capital extranjero.

Ante la subida de tipos de la Fed, la región tendrá que sufrir. El efecto se verá moderado por la negativa, hasta ahora, de Japón y la UE a subir sus tipos; la recuperación europea ha sido más débil, y en Japón no cunde el pánico, pues, antes de la pandemia, llevaban años temiendo entrar en deflación y aún no alcanzan su meta del 2% de inflación (en noviembre se quedaron en 0,6%). 

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Como mercado emergente, Latinoamérica se beneficia de los bajos tipos en el mundo desarrollado, cuyo capital busca mayor rentabilidad, dando lugar a las bicicletas financieras, que permiten endeudarse a un bajo interés (en un país desarrollado, por ejemplo) y destinar el capital a un país emergente, donde previsiblemente tendrá mejor rendimiento. Se está fraguando la coyuntura opuesta: si el capital extrae mejores rentas en EEUU y Alemania, mercados que además suponen menos riesgo, Latinoamérica estará ante una gran deserción, una fuga.

Para evitar esto, y por las inviables tasas de inflación, los bancos centrales latinoamericanos han procurado subir tipos. México los subió cinco veces en 2021; en febrero la tasa se ubicaba en un 4% y acabó el año en 5,5%. En diciembre Brasil sumó 150 puntos básicos de golpe, llevando la tasa de referencia a 9,25% al mismo tiempo que anunciaba incrementos posteriores. Perú ha buscado, con algo de éxito, salvaguardar el valor del sol, que en 2021 retrocedió un 10,3% frente al dólar, mediante subidas de su tasa de referencia, elevada a un 3% la semana pasada.

Latinoamérica quiere demostrar su probidad financiera y evitar a toda costa algo parecido a la década perdida de los años 80, cuando el alza de tipos en el mundo desarrollado provocó una feroz fuga de capitales, devaluando así las monedas nacionales e imposibilitando la industrialización regional.

Como señalan María Eloisa Capurro y Maya Averbuch para Bloomberg, las ansias antiinflacionarias de los banqueros latinoamericanos corren el riesgo de caer en la impotencia. La elevada importancia de la economía informal (en México, un 21,9% del PIB y un 56,3% del empleo), que no tiene acceso al crédito bancario, aminora la importancia de los tipos de interés.

Por lo demás, los Gobiernos latinoamericanos carecen de control sobre las cadenas de suministros y los precios de energía, principales artífices de la inflación internacional. Es aquí donde encontramos razonable el optimismo: la inflación, aunque alta, prometía ser mayor y muestra tendencia a la baja; los superávits comerciales, que refuerzan las monedas nacionales, son extraordinarios, y la región ha entrado en un boom tecnológico.

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