Opinión

Intereses ocultos impidieron el encuentro entre Mohamed VI y Tebboune

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El objetivo común para el presidente argelino Abdelmadjid Tebboune y el rey de Marruecos Mohamed VI, aprovechando la cumbre de la Liga Árabe celebrada el 1 de noviembre en Argel, era el de realizar un encuentro directo y a la luz pública entre ambos jefes de Estado. Encuentro que no necesariamente diese por finalizada la crisis entre ambos países vecinos del norte de África, pero que mostrase a la opinión pública y a los pueblos respectivos del Magreb, la voluntad y la necesidad del diálogo. 

Este encuentro ha sido impedido por fuerzas ocultas, financieras, políticas y militares, existentes en ambos países y en las grandes potencias que apadrinan respectivamente los regímenes norteafricanos.

El éxito de la Cumbre árabe de Argel, convocada en nombre de “la unidad árabe” y del “apoyo a la causa palestina”, (esta última ya había logrado un “éxito” con la reunión de Mahmoud Abbas e Ismail Haniyeh , respectivos jefes de la Autoridad palestina y del movimiento Hamas, hecha en Argel), dependía en gran medida de dos encuentros entre jefes de estado. 

El primero, entre el rey de Marruecos y el presidente de Argelia; y el segundo entre el príncipe heredero de Arabia Saudita, acompañado o no del presidente de los Emiratos Árabes Unidos, y el mandatario argelino. Ambos encuentros eran suficientes para mostrar que existía la voluntad y la capacidad de unir los esfuerzos de los países árabes. Sin ellos, la Cumbre estaba abocada al fracaso. 

El presidente de Argelia, anfitrión de la cumbre de la Liga Árabe, era consciente de ello, y por ese motivo envió una invitación personal a ambos reyes, que fue entregada por emisarios en Rabat y en Riad. Abdelmadjid Tebboune cumplió con los Protocolos y contaba con la presencia en Argel de los dignatarios árabes para afirmarse en el plano interno como legítimo jefe de Estado, y en el plano exterior como figura emergente con peso y autoridad para desempeñar un papel relevante en el escenario internacional.

También el rey Mohamed VI de Marruecos era consciente del desafío, y no sólo aceptó asistir a la cumbre de Argel acompañado con su hijo el Príncipe heredero Mulay Hassan, (lo que por razones de seguridad en la sucesión no debería hacerse), sino que contactó personalmente a los máximos dignatarios de los países del Golfo, Arabia Saudita, Emiratos, Kuwait y Catar, para instarles a asistir a la convocatoria de Argel. 

Con su gesto Mohamed VI consideraba que el éxito de la cumbre de Argel y el reforzamiento del papel de Abdelmadjid Tebboune como jefe del Estado y único detentor del poder constitucional en el país, era una premisa necesaria para sentar las bases de la solución de la crisis bilateral entre las dos naciones principales del Magreb, y conseguir la paz y la prosperidad en la región, con la solución consensuada del conflicto del Sahara Occidental. El acercamiento entre Rabat y Argel era la premisa indispensable para reanimar la Unión del Magreb, en estado de coma profundo, pero aun existente en el papel. 

La asistencia del Príncipe heredero de Arabia Saudita, Mohamed bin Salman, y del presidente de los Emiratos Árabes Unidos, Mohamed bin Zayed al Nahyan, fracasó al final no sólo por el rechazo de Argelia a sus ofertas mediadoras en el conflicto con Marruecos, sino por la negativa argelina a condenar expresamente las injerencias iraníes en la guerra de Yemen y en la región del Magreb y el Sahel.

Para conseguir los propósitos fijados en un principio y que la cumbre árabe fuese un éxito, Abdelmadjid Tebboune y Mohamed VI dieron las oportunas directivas a los equipos gubernamentales, presidenciales y palaciegos. Sin embargo, poderosos intereses ocultos se movilizaron en ambos países y fuera de la región, para impedirlo. 

Los aparatos diplomáticos de Argelia y de Marruecos, encargados de la logística y del desarrollo de las diferentes etapas de la Cumbre, no cumplieron su cometido. Los equipos argelino y marroquí al mando de Ramtane Lamamra y de Nasser Bourita, fallaron en su cometido principal que era que el encuentro entre Mohamed VI y Abdelmadjid Tebboune tuviese lugar, y que ambos se presentasen ante la opinión pública nacional e internacional, cogidos o no de la mano. Tanto los equipos diplomáticos como los ministros de Exteriores en persona, se dedicaron a responder recíprocamente a las reales o supuestas provocaciones del vecino, creando de este modo un ambiente enrarecido que de hecho torpedeaba el objetivo. Bourita y Lamamra dedicaron mas tiempo a problemas secundarios de cuestionable importancia en sí mismos, y de cualquier manera colaterales, que a preparar el encuentro entre ambos jefes de Estado. Ninguna “provocación”, “metedura de pata”, “exageración” de una y otra parte, justificaba poner en cuestión el objetivo principal que se les había encomendado. Bourita y Lamamra no hicieron sino poner en práctica planes y directivas de ejecución ajenas a los objetivos fijados por el rey Mohamed VI y el presidente Tebboune. 

Los grupos de poder, político-militares, y los lobbies hostiles a la unidad del Magreb, tanto de los propios países como de Europa, Francia principalmente, y otras grandes potencias, movieron todas sus influencias para que “las cosas queden como están” y los dos países del norte de África continúen en conflicto latente. Se podría decir, que ambos jefes de Estado manejan los timones de sus grandes buques nacionales, pero no controlan sus motores. Las salas de máquinas las llevan otros.