La adicción del poder

El presidente de Siria, Bachar al-Asad

El disfrute del poder es una adicción, quizás la única, que no tiene cura. Lo estamos viendo continuamente en las empresas, en la política, en las instituciones. Quien accede al poder se aferra a él de manera desesperada. En la política, desde luego, es donde se hace más ostensible. Todos los días asistimos al triste espectáculo de presidentes de repúblicas que cuando se aproxima el final de sus mandatos, cometen todo tipo de irregularidades, violan las constituciones y las leyes en la búsqueda de alguna triquiñuela para perpetuarse.

Hay muchos ejemplos, casi podría decirse que es lo habitual en la mayor parte de los países del segundo y tercer mundo. Ahí tenemos a Vladimir Putin que, después de veinte años gobernando de manera obscena en Rusia, acaba de movilizar todos los recursos que maneja, que son muchos, para apuntarse a seguir en la poltrona hasta ¡2036! Hay gente ingenua que se pregunta, ¿pero no se cansan? Pues, no. Casi nadie renuncia de buenas ganas. Solo cuando les apuntan las armas de quienes quieren imitarles, se rinden.

Ahora mismo, el ejemplo más deleznable es el de Bachar al-Asad, el presidente de Siria. Cuentan que cuando en el año 2.000 asumió el cargo por voluntad expresa de su progenitor, el dictador Hafez al-Asar, que quería dejarle en herencia, él se negaba y argumentaba que no tenía vocación. El cargo estaba predestinado para su hermano mayor, pero murió en un accidente y le tocó asumirlo. Era un joven oftalmólogo formado en Reino Unido, casado con Asma, una mujer guapa, inteligente y sin más ambiciones que las profesionales como bancaria en la City londinense.

Todo les fue bien, solo con ver su aspecto joven y moderno que prometía cambiar la imagen de la dictadura heredada. Abrieron la imagen de una Siria diferente. En su visita a España la impresión que dejó el matrimonio no pudo ser mejor. Hasta que en 2010 estallaron las llamadas primaveras árabes, que abrían la esperanza de la libertad y la democracia a tantos pueblos oprimidos. Pero Bachar y, sobre todo, su camarilla familiar y corrupta, se opusieron a cualquier cambio y estalló la guerra.

Una guerra civil, enseguida con variadas interferencias foráneas, que después de diez años, medio millón de muertos y millones de refugiados aún perdura. Los esfuerzos internacionales por restablecer la paz han fracasado. Muchas propuestas de paz consideran que Bachar es el obstáculo y debía dejar el campo libre para que el país iniciase una etapa democrática de reconciliación y reunificación. Pero el presidente y su esposa ya le habían cogido el placer al cargo. Y se aferran desesperadamente a abandonarlo. El que su obstinación siga contando muertos diarios, no parece importarles.  
  

 

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