La ayuda internacional tropieza con obstáculos en Siria

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Han transcurrido cuatro días desde que el gigantesco terremoto que sacudió una zona muy vulnerable, y no menos conflictiva, de Oriente Próximo y el número de víctimas mortales – y lo mismo cabe decir de heridos graves - no para de aumentar. Mientras escribo este artículo ya rebasa los 20.000 y estoy seguro de que cuando llegue a manos de los lectores será bastante superior. Respecto a las cifras registradas en Turquía, un país con mayores recursos y menos problemas para la ayuda internacional, el balance está más estabilizado, aunque tampoco cerrado, pero las registradas en Siria continúan siendo una incógnita que hace más difícil contar y pronosticar.

Siria lleva doce años de una guerra interminable que todavía mantiene regiones en conflicto con la implicación de diferentes contendientes: opositores políticos del Gobierno de Damasco y organizaciones kurdas respaldadas por los Estados Unidos y yihadistas afines a Al-Qaeda, cada uno con apoyos externos poco claros y enfrentados entre todos. El control del territorio está dividido: la parte más extensa, al sur, está en manos del Gobierno, que preside Bachar al-Asad, y el resto repartido en tres provincias que sufren bombardeos cotidianos de la Fuerza Aérea, pero sin que el Ejército haya conseguido controlarlas todavía.

Una de ellas es Idlib, próxima a la frontera turca por el norte y a la ciudad de Alepo por el sur, con una población de cuatro millones de habitantes – buena parte refugiados procedentes de otros lugares que vivían hacinados-. Fue la comarca más afectada por el seísmo y es allí donde se cree que estén sepultados entre los escombros quizás millares de víctimas que nadie ha acudido a su rescate. Es una región pobre, devastada y, lo que en estas circunstancias es peor, bloqueada tanto desde el exterior, por las fuerzas sirias como desde el interior por los propios rebeldes políticos y religiosos que se resisten a ser derrotados.

Esta situación está impidiendo que entren ayudas para el rescate de las víctimas y para sus atenciones más urgentes tanto de los servicios de socorro movilizados por el Gobierno como de otros países y de las internacionales que han empezado a llegar con cuentagotas. De hecho, la realidad es más compleja: todo el país está sometido a sanciones exteriores bajo acusaciones de violación de los derechos humanos que impiden los envío, dificultan las entradas y complican una situación aún más dramática. Como consecuencia de tan prolongada guerra, las vías normales de comunicación más accesibles por tierra están cerradas. 

En Idlib únicamente permanece accesible la carretera de Bab al-Hawa, que comunica con la ciudad turca de Gaziantep, precisamente donde se sitúa el epicentro de los dos terremotos. Unos terremotos, fueron dos, de gran intensidad, pero mucho más dañinos en unos lugares superpoblados, de pobres recursos y edificaciones muy vulnerables que, por si fuese poco, ya estaban destrozados por una guerra en la que los bombardeos causaron destrozos en las viviendas, redes eléctricas y en los accesos a la provisión  de alimentos,   medicinas y demás vienes de consumo.  

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