Opinión

La creciente influencia de Turquía

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Uno de los fenómenos importantes de los últimos tiempos es el creciente peso político de Turquía en nuestra vecindad estratégica. El Imperio Otomano ha tenido un papel preponderante en el Mediterráneo oriental y en Oriente Medio desde la conquista de Constantinopla en 1453 hasta su fin después de la Gran Guerra. Hoy, tras el paréntesis de un siglo, Turquía emerge de nuevo como un poder con el que es necesario contar en el este del Mediterráneo.

La política exterior de Erdogan (la interior es cada día más autoritaria e islamizante) tiene varios ejes prioritarios que miran al Mediterráneo, Oriente Medio y Asia Central, mientras privilegia relaciones importantes con Europa, Estados Unidos, Rusia y China.

En el Mediterráneo no decae su tradicional enfrentamiento con Grecia por el Egeo y las islas del Dodecaneso, así como la partición de Chipre, mientras interviene militarmente en la guerra de Libia y se reparte con ella un buen trozo de mar en el que confía encontrar gas, como ya han hecho Egipto e Israel.

En Oriente Medio disputa el liderazgo suní a Arabia Saudí, respalda a los Hermanos Musulmanes frente a Egipto, e interviene contra Bachar al-Asad en la guerra de Siria donde ha ocupado una franja de 30 kilómetros de espesor para protegerse, dice, de los kurdos. Con Irán choca en Siria y compite por la hegemonía regional, aunque procurando mantener las formas.

Importante es su proyección hacia Asia Central aprovechando su apoyo a Azerbaiyán y su afinidad cultural e identitaria con los países de la Organización de Estados Túrquicos (Uzbekistán etc.), ricos en gas y petróleo. Turquía quiere aprovechar la guerra de Ucrania para convertirse en eje de nuevas vías de comunicación entre China y Europa sin pasar por Rusia, con proyectos como el Oleoducto Transcaspiano, el Corredor Central que va desde el mar Caspio hasta Turquía, o el ferrocarril China-Kazajistán-Irán-Turquía que dan otras salidas a la Ruta de la Seda china.

Con la UE la relación es complicada pues Turquía es un candidato con escasas esperanzas de ingresar. Al menos por el momento. Pero acoge a tres millones de refugiados sirios que desearían venir a Europa a cambio de “ayudas” por valor de 6.000 millones de euros. Su relación con Grecia es tormentosa y todavía veta el acceso de Suecia a la OTAN con acusaciones de proteger a “terroristas” kurdos.

Tampoco es fácil la relación con Estados Unidos donde reside Fetullah Gulen, acusado de inspirar del golpe de Estado de 2016 contra Erdogan. En esta relación interfiere también la OTAN, de la que Turquía es miembro, aunque haya comprado el moderno sistema ruso de defensa antimisiles S-400 con gran indignación de Washington que estima que puede poner en peligro claves y secretos de la Alianza Atlántica. Por eso, en represalia, Estados Unidos ha excluido a Ankara del programa de aviones F-35.

Turquía procura mantener buenas relaciones con Rusia a pesar de algunas crisis bilaterales motivadas por la guerra de Siria, como el asesinato del embajador ruso (2016) o el derribo de un avión ruso (2015). Pero Ankara se ha cuidado mucho de condenar la invasión de Ucrania porque Rusia le envía armas y turistas, el comercio bilateral es muy importante y, además, Moscú le ayuda financieramente ante la mala gestión económica de Erdogan (80% de inflación en noviembre). Además, ROSATOM construye el primer reactor nuclear turco. En la actual crisis Turquía ha mediado entre Rusia y Ucrania para intercambios de prisioneros y para facilitar la exportación del grano ucraniano que África tanto necesita.

Aun así, el peso de Rusia en Turquía disminuye mientras se fortalece el de China porque Pekín la ve como una plataforma que facilita su acceso al Mediterráneo, a Oriente Medio y a Europa, y como un aliado coyuntural en Asia Central que le ayude a desbancar la influencia que Moscú aún tiene en los países que un día formaron parte del imperio soviético. El comercio turco-chino que ascendía a 1.000 millones de dólares en 2001 ha subido a 34.000 millones hoy y eso es otra de las razones que explican que Ankara no critique la situación de los uigures de Xinjiang a pesar de su religión musulmana y de su identidad túrquica. Realpolitik le llaman a eso.

En conjunto, Turquía da la impresión de buscar una política independiente y fuerte, omnialineada si se me permite la palabreja, en el mundo bipolar que se avecina. Y, por eso, sin renunciar a la OTAN, Ankara acaba de solicitar el ingreso en la Organización de Cooperación de Shanghái (que reúne al 25% del PIB mundial) que lidera China. Es así un vecino mediterráneo con conciencia de su pasado histórico, con clara ambición de poder en su entorno y con el que, como consecuencia, cada día habrá que contar más.

Jorge Dezcallar, embajador de España.