La gran guerra del Este

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Setenta días después hemos entrado en lo que los ucranianos llaman como la gran guerra del Este y se preparan para seguir resistiendo los bombardeos machacantes de los rusos. La táctica de los generales de Vladimir Putin sigue las líneas habituales que han utilizado en numerosas ocasiones, desde Chechenia a Siria. Se trata de aplastar con la artillería y la aviación las posiciones del enemigo, enclavadas en las distintas ciudades, en los pueblos aledaños, para alcanzar después los objetivos con la menor resistencia posible y, por consiguiente, con el menor número posible de bajas.

Es muy negativa para los intereses y la estrategia del Kremlin la enorme cantidad de bajas que han sufrido en estos setenta días. Se reconocen más de 15.000 soldados muertos, entre ellos 8 generales y altos mandos, y 9.000 desaparecidos en las filas rusas. Las cifras, podemos suponer que han sido matizadas porque los ucranianos las incrementan a más de 23.000 muertos, son de por sí demasiado costosas para el planteamiento inicial de un Putin que ni en el peor de sus sueños había sufrido la pesadilla de asumir derrotas tan destacadas como la de Kiev. Además de sus muertos, los desparecidos inducen a pensar que se deben en una proporción notable a deserciones de unos soldados que no sabían que iban a combatir, que se les había vendido que era una invasión relámpago y a casa, y que se han encontrado con un verdadero infierno, aunque con intensidad inferior al provocado por la venganza rusa.

Las fosas comunes que siguen encontrándose en diversos pueblos ucranianos, tras la retirada de las tropas de Moscú, testifican el horror sufrido por los habitantes de los lugares arrasados y la profunda impotencia de verse desbordados y vencidos por unas guerrillas que han utilizado todos los medios a su alcance para preparar, organizar y ejecutar la resistencia. La ayuda prestada por Estados Unidos y otros países de la OTAN en armamento, preparación, inteligencia e información es un elemento relevante en el desgaste del Ejército ruso y la defensa ucraniana.

Kiev se ha convertido en capital diplomática mundial con la visita de mandatarios extranjeros, entre ellos el secretario de Estados de los Estados Unidos, Antony Blinken, el de Defensa, Lloyd Austin, y pocos días después la presidenta de la Cámara de Representantes, Nancy Pelosi. La mano derecha del presidente ucraniano, Volodimir Zelenski, se vanagloriaba de tenerlo todo bajo control y garantizar la seguridad de los visitantes. También del presidente del Gobierno español, Pedro Sánchez.

La clave ahora está en el Este. En enclaves con tintes míticos como Mariúpol que se compara con la resistencia de Stalingrado y que lleva al Estado Mayor ruso a mantener una nueva prueba con el misil Satán II. El objetivo es amedrentar a quien quede por dejarse; e intentar recuperar cierto prestigio de la capacidad armamentística rusa y de sus fuerzas, tras los fracasos cosechados en Ucrania. Satán II tiene capacidad para diez cabezas que a una altura determinada se lanzan contra diez objetivos diferentes y logra una gran capacidad de destrucción. Esas cabezas pueden ser nucleares. Rusia ha cambiado su forma de atacar, va poco a poco, sobre seguro, mucho más lento, pero machacón y sin piedad. Los ucranianos necesitan armas pesadas

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