Opinión

La guerra en Ucrania, ¿qué guerra?

photo_camera People react as they gather near a mass grave in the town of Bucha, northwest of the Ukrainian capital Kiev, 3 April 2022 AFP/SERGEI SUPINSKY

Tan solo han trascurrido casi 120 días desde el comienzo de la invasión de Ucrania por las fuerzas rusas y para muchos países y la mayoría de los ciudadanos del resto del mundo, este conflicto, como previamente sucedió con otros muchos más, está ya casi olvidado o en proceso de ello.

Paradójicamente, dicho provocado olvido obedece a varias y variopintas razones, de entre ellas destacan las ganas de que finalice realmente para poderlo olvidar de forma definitiva, por los muchos efectos negativos que a todos ha podido acarrear.    

Creo que estaría aún más olvidado si no fuera por las grandes y graves repercusiones económicas, alimenticias y energéticas que se siguen sucediendo en el mundo entero y porque, como suele ocurrir en cualquier conflicto de relevancia, tras ciertos malabares, del día a la mañana, se convierte en el chivo expiatorio de todos los males que asolan la humanidad. 

Una vista aérea muestra un edificio residencial destruido por los bombardeos, mientras continúa la invasión rusa de Ucrania, en el asentamiento de Borodyanka en la región de Kiev, Ucrania 3 de marzo de 2022 REUTERS/MAKSIM LEVIN

Ciertamente, en lugar de prever, atajar y anular las nefastas consecuencias del anquilosamiento o retraso de las políticas económicas, industriales y sociales, es la presencia y los efectos de un conflicto o cualquier tipo de crisis importante lo que, descaradamente, se usa para tapar los errores y las deficiencias estructurales no realizadas en tiempo y forma y, con ello, contentamos al respetable y acallamos las conciencias públicamente, de forma especial. Ahora resulta que el petróleo sube porque, al parecer, no se han mejorado ni aumentado las capacidades de refino a nivel mundial por culpa de la pandemia y de esta misma guerra. Suelo ser abierto al análisis de las cosas, de sus causas y consecuencias, pero reconozco que estas dos razones me parecen totalmente fuera del contexto, inventadas y de poca honestidad.  

Las economías no levantan cabeza por culpa de la guerra en Ucrania, pero resulta que llevábamos años viviendo la ‘dolce vita’, sin que los bancos centrales más importantes, ni los nacionales, hicieran nada para cortar tales despilfarros y ahora, a toda prisa, es Putin y su maldita ‘operación especial’ la culpable de la inflación y de que todos los indicadores se encuentren desbocados. Tampoco lo entiendo por mucho que me ponga a cavilar.

Asistimos machacona y masivamente, con pavor y en directo (efecto CNN), a los combates, bombardeos, asesinatos y movimientos de miles de refugiados y desplazados; pero hoy, tras apenas cien días, solo van quedando pequeñas referencias al tema en los telediarios y en las páginas interiores de los diarios. Y esto sucede, a pesar de que Ucrania está quedando hecha un erial y de que es ahora cuando se juegan las batallas cruciales para su futuro y más que probable división en sangrientos gajos que no se recuperarán jamás. 

Una mujer mira a los militares ucranianos que caminan en el suburbio de Bucha, Ucrania, antes ocupado por Rusia, el sábado 2 de abril de 2022 AP/VADIM GHIRDA

Si atendemos a lo que pregonan muchas encuestas, indicadores y declaraciones políticas sostenidas en países occidentales, cada vez con más claridad y en una acuciante inquietud y unidad de criterios, dichos territorios totalmente ocupados pronto serán reconocidos como moneda de cambio para sentar a las partes a la mesa de negociación, para desde ahí, como punto de partida, no bajar.

Hace dos días en esa visita forzada o empujada por Biden de los tres más importantes mandatarios de la UE, acompañados por un vecino de Ucrania, el mismo Macron, tuvo que desdecirse, a medias, de sus palabras, cuando pocos días antes pregonaba sin ambages que la única solución viable al conflicto era ceder terreno nacional a los rusos y sobre esa base sentarse a negociar.  

AFP/LUDOVIC MARIN - De izquierda a derecha, el primer ministro de Italia Mario Draghi; el canciller de Alemania, Olaf Scholz; el presidente de Ucrania, Volodimir Zelenski; el presidente de Francia, Emmanuel Macron, y el presidente de Rumania, Klaus Iohannis, se reúnen para una sesión de trabajo en el Palacio Mariinsky, Kiev, Ucrania, el 16 de junio

Hasta hace poco, todos los países, en una especie de carrera sin freno y por no quedarse atrás, se aprestaban a mandar materiales, munición y cierto tipo de armamento a los pobres y bravos luchadores ucranianos para que pudieran defenderse, y, al mismo tiempo, con la velada pretensión de que se convirtieran en nuestro escudo o ‘buffer zone’ sobre el que se estrellase un prepotente, pero no tan bien preparado Ejército ruso, que tenía más de fama que de realidad. Ahora, desde hace tres días, sabemos que el arsenal ucranio está en las últimas y a punto de cerrar sus depósitos por falta de material.

Recuerdo que muchos se planteaban la posibilidad de que fueran aquellas tierras y su población en horas reconvertida en soldados dispuestos a matar, quienes, con un mínimo de apoyo por nuestra parte, nos salvaran de la amenaza roja y de un hombre que quiere recuperar el extinto imperio ruso, para mayor gloria de su mandato y forma de gobernar.

Ilusiones aquellas las de Occidente que pronto se dieron de bruces con la realidad. Por muy mal preparadas que estén las fuerzas rusas, sus sistemas de mando y control, la logística y el sistema de reemplazos. Al final, el grande suele acabar tragándose al chico si no le importa seguir luchando a pesar de la elevada cuenta a pagar.   

Los países suministradores de apoyos militares, salvo EEUU, pronto han mostrado que sus reservas de material en buen estado o en surplus no eran tan grandes como se esperaban o imaginaban; el material obsoleto no servía de nada y que esta guerra, cada día que continúa se convierte en un gasto muy grande y un alto riesgo, hasta para los que miramos los toros desde la barrera. 

Como mencioné previamente, ha tenido que ser Biden quien levantara la voz de alarma y forzase esa reciente visita conjunta de los mandatarios de los países de la UE para recordar a los europeos y a los británicos -tras la segunda visita de Jonhson a Kiev-, que el conflicto aún sigue ahí fuera con toda su crudeza, muy cerca o en nuestras mismas fronteras comunitarias, que siguen muriendo miles de personas, que los refugiados y desplazados en todas direcciones siguen sus marchas y desesperaciones y que las reiteradas peticiones de socorro de Zelenski pidiendo material de guerra y llamando a las puertas de la Unión son veraces y sinceras.

Soldados caminan junto a un tanque ruso destruido y vehículos blindados, en medio de la invasión rusa en Ucrania en Bucha, en la región de Kyiv, Ucrania 2 de abril de 2022 REUTERS/ZOHRA BENSEMRA

Ayer supimos que la Unión, en su lento y tradicional caminar, ha dicho que sí, ha accedido a la adhesión de Ucrania al club económico; pero, aunque aún debe ser ratificado por los miembros sin excepción, lo ha hecho con tantas condiciones que ya veremos que sucede finalmente. No creo que se alcance algo realmente positivo hasta que no pasen diez años, por lo menos.

Nos apresuramos a otorgarles el triunfo del pasado Festival de Eurovisión en un solemne y sonado pucherazo, para contentar a aquellos hermanos, que, entre canción y canción, siguen luchando hasta con los dientes. Pero, tras la algarabía inicial, ha llegado la hora de la verdad, y la organización del festival, como no se fía de ellos, de la evolución de la situación ni de su inmediata capacidad organizativa, ha decidido por unanimidad que no sea Ucrania quien albergue la gala del próximo año y sea el Reino Unido en su lugar. Otro golpe bajo, que anula todo lo hecho en este sentido al concederles un inmerecido premio. 

Permanecemos impasibles ante las noticias e imágenes de niños deportados masivamente a Rusia, una forma más, junto a los refugiados -que no volverán cuando descubran que en otras tierras se vive mejor, o al menos sin tantos sustos y contratiempos- de vaciar un país y dejarlo sin futuro por la desaparición de sus auténticas raíces. Fenómeno al que se une el de los miles de niños, que, con las prisas de los primeros momentos, fueron evacuados como refugiados, en franca desbandada a países occidentales por manos de desalmados y, ahora, no aparecen por ningún lado. 

Una vez más, y tal y como algunos anunciábamos desde los primeros días de la guerra, en los países europeos han disminuido tanto, que casi han desaparecido, aquellas acogidas en masa en los puntos de llegada y las carreras públicas y privadas para ir hasta allí a traerse refugiados sin orden ni concierto, solo por buena voluntad.

De nuevo y como ocurrió con los refugiados de Siria y de Afganistán entre otros, han pasado solo tres meses, y ya no queremos hablar ni escuchar nada de ellos; molestan en nuestro entorno y pueden llegar a ser un problema grave para nuestra sociedad, tanto de por sí o porque los Estados y sus Gobiernos, de nuevo, lo han dejado aparcado y sin solucionar de verdad. 

La guerra de Ucrania, como todas las guerras son horribles y es normal que el ser humano no quiera que suceda ni una más; pero no se puede ser tan hipócrita, alborotar nuestro estado de ánimo, las pasiones humanitarias, poner en marcha a nuestros políticos para que se saquen una foto más, recoger a unos cuantos desgraciados y dar unas pocas limosnas para, en algo más de tres meses, mirar para otro lado y ponernos a buscar otra excusa o suceso al que poderle culpar de todo nuestro mal.

Somos muy pobres de espíritu, personas que verdaderamente se mueven bajo ciertas condiciones y presiones, pero nuestra mente y no por olvidadiza sino por mal preparada y muchas veces perversa nos lleva a apagar la luz del teatro para que dejemos de ver la función que, al fondo en el escenario, se desarrolla con toda su crudeza y realidad.