La hora de la verdad

Scholz, Macron, Draghi, Zelenski

A todos nos llega la hora de la verdad. Más tarde o más temprano tenemos que rendir cuentas y asumir la responsabilidad por las consecuencias de nuestros actos y decisiones. Aciertos y errores, verdades y mentiras, sinceridad e hipocresía, lealtad y traición, bondades y maldades, amores y desamores. Podemos añadir todo lo     que cada uno puede considerar trascendente como la fidelidad y la coherencia frente a las conspiraciones y los intereses bastardos. 

El caso es que puede haber a lo largo de una vida más de una hora de la verdad. En el plano personal y familiar, en el profesional y habría que destacar por la trascendencia, en el ámbito de los dirigentes políticos. Sin duda, las citas electorales representan el examen imprescindible para que los ciudadanos depositen su confianza o vuelvan a hacerlo en un dirigente político que asuma la responsabilidad de gobernar y administrar los intereses de todos los ciudadanos. Y en este momento de elecciones que calificamos de fiesta de la democracia se concentra gran parte de los problemas del sistema. No porque los ciudadanos ejerzan libremente su derecho al voto como herramienta fundamental del sistema que debe fundamentarse en el respeto al estado de derecho, las libertades y a las minorías. Sino porque demasiados dirigentes políticos actúan y toman decisiones durante su mandato para conseguir los votos necesarios para ser reelegidos. Ellos y todos los que le acompañan en su propio beneficio. Todos los dirigentes saben lo que deberían hacer para arreglar, corregir, mejorar y garantizar nuestro modelo de sociedad y de convivencia, pero no se atreven a hacerlo porque les costaría la reelección. Por desgracia, ocurre en todos los países del mundo. En el poder se utiliza la ambigüedad y disfrazar las decisiones para contentar a unos y para controlar a los otros. 

En definitiva, este tipo de comportamientos a lo largo de los años ha provocado una degradación de lo que llamamos las democracias liberales que desde la Segunda Guerra Mundial han proporcionado estabilidad y progreso en buena parte del mundo, pero que desde hace unos años ha permitido por sus errores, ineficacias y corrupción, la aparición de populismos autoritarios. Tanto de extrema derecha como de extrema izquierda. Unas opciones absolutamente negativas como se ha podido comprobar en diversos países. En estos momentos, Europa vive una hora de la verdad de las que condiciona el presente y el futuro. La unidad de acción y reacción es un activo vital y hay que demostrarlo con hechos. No solo hay que ir a Kiev a hacerse la foto y manifestar buenos propósitos, si de verdad se cree que hay que parar a Putin, hay que enviar a Ucrania lo que necesita. Nada es gratis, la libertad y la democracia, tampoco. 

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