Opinión

La hora de Sánchez: un discurso invertebrado

photo_camera El presidente del Gobierno español, Pedro Sánchez

El uso televisivo del presidente Sánchez y sus ministros en la crisis del coronavirus ha derivado en un claro abuso del medio, exasperando a los espectadores y conduciendo a una crítica abierta por parte de los analistas, que se debaten entre confirmar la baja calidad del discurso presidencial y en buscar claves subterráneas para entender lo que parece una meliflua estrategia. Sánchez ofrece poca información concreta y, en cambio, habla largamente intentando crearse un rol de padre de la nación. El análisis más común es que se busca la omnipresencia, para tapar la ausencia de decisiones al inicio de la crisis. Pero también podría tratarse de una clara estrategia de reconversión de los hechos, acusando a otros para enmendar una mala planificación de la gestión gubernamental. Ya nos lo advirtió Cioran: La improvisación nos conduce a ser charlatanes por desesperación. Se lo aplicaba a los españoles herederos del imperio perdido ¿Es eso lo que practica Sánchez en la actualidad? ¿Hablar a la desesperada para ocultar la improvisación gubernamental?

De visita en Valladolid, el filósofo rumano Emile Cioran, entró en la Casa de Cervantes y mientras contemplaba un retrato de Felipe III una mujer que se encontraba en la misma estancia se volvió hacia el visitante y le dijo. “Con él comenzó nuestra decadencia”. Lo relata el filósofo nihilista y siempre ácido en su libro La tentación de existir. Intuyó entonces que el concepto de “decadencia” estaba muy interiorizado en el alma de los españoles, colocando la deriva nacional en el tiempo de la pérdida del Imperio. Como consecuencia del dolor ante lo que no se ha podido o sabido conservar, Cioran coloca a los españoles los calificativos de improvisadores de ilusiones y charlatanes por desesperación. 

La improvisación, es decir, la falta de planificación, puede llevarnos a tapar la falta de estructura con un exceso de verborrea, a hablar desesperadamente. Como si se tratase en verdad del paradigma de lo español, estamos aquí de nuevo ante esa tesitura de un gobierno perdido en sus propios sueños que fue cazado por una realidad cruda e inesperada y no supo hacerle frente como se debía. El recurso para tapar su negligencia son las horas de charla hueca a las que ha recurrido el presidente en las repetidas alocuciones que a la venezolana deberíamos llamar La hora de Sánchez.

El punto común de todos los análisis sobre esta dominancia gubernamental en los medios es que Pedro Sánchez ha decidido estar omnipresente, como consecuencia muy probablemente de la considera “ausencia de gobierno” en la toma de decisiones cuando la situación ya era clamorosa. Tuvieron que cerrar los colegios en la Comunidad de Madrid y el País Vasco para que finalmente Moncloa decretase la alarma, aunque con otra dilación de otras 24 horas. Así pues, el abuso no sería sino una fórmula para tapar con sobreexposición la falta de presencia inicial. 

En los momentos que las naciones se juegan la vida los lideres han tendido a tonar un tono épico, tan directo al corazón como claro hacia las mentes de los ciudadanos para lograr una batalla en común. Sánchez ha optado por el reverso: un tono bajo, discurso largo y lánguido, cuya épica solo resida en frases ya manidas de otros líderes (Churchill o Kennedy), sin aportación propia más allá de una especie de homilía de viejo cuño en la que el oyente termina perdiendo el hilo, ante la falta de estructura en la argumentación, que se desencadena de forma espiral, repetitiva y sin puntos claros de información a los que asirse. 

Los que consideran que se trata de un desmelene de sus asesores y escritores de discurso ante la gran crisis que vive la propia Moncloa, quizá no dan suficiente crédito a su valía. Probablemente el interés reside en que desean mantener perdida a la audiencia para que no busque ni soluciones, ni errores, ni datos precisos, ni salidas claras. Sánchez se ve obligado a este juego de dilaciones, recurriendo a un relato vaporoso donde se elimina la batalla de opuestos, de responsabilidades y consecuencias. 

Conscientes de la que la crisis es tan devastadora que siempre devorara a aquel que esta sin solución al puente de mando, Sánchez desarbola el discurso de la muerte y la falta de cura a la enfermedad, con la técnica de irse por las ramas, buscando diferentes mini relatos sobre la situación y recurriendo al voluntarismo de la solución que debe ser aportada por la comunidad, no por el líder: unidos, todos juntos, entre todos…son los términos que aparasen párrafo tras párrafo de sus alocuciones, sin duda más cerca del lenguaje bolivariano de Chávez y Maduro, que el de la oratoria certera de los Kennedy o Lincoln. 

Moncloa debió tener claro que había pedido la primera baza del poder: tener la iniciativa ante la crisis por su gran retraso en la toma de decisiones. Tampoco pudo aportar como elemento de crédito el siguiente paso: ofrecerlos medios para atajarla (ni mascarillas, ni test, ni respiradores...) Tropezó además con unas consecuencias mucho más negativas de lo esperado (el altísimo número de víctimas reflejado de forma patente en la saturación de las morgues y superar la media mundial de muertes por mil habitantes) Ante tal cumulo de elementos negativos insalvables, el discurso oficial ha recurrido a la espiral, cambiando de foco continuamente, y desde luego esta fórmula es notable dentro de los propios discursos presidenciales. Se habla de todo, pero revuelto, se habla mucho, pero sin puntos clave. Siempre se obvia el dato para ofrecerlos más tarde, en unos días, cuando se vayan aclarando la situación… 

Mas allá de la inconsistencia del relato presidencial desde el inicio de la crisis y en las apariciones televisivas, todo parece indicar que se trata claramente de una maniobra de distracción retórica para encarar una crisis cuya única ventaja y desventaja para el poder es que se promete muy larga. Por ello hay tiempo para buscar nuevos discursos, argumentar de formas diferentes, cambiar el objetivo de futuro: de la salud al paro, de la crisis económica a los bulos, de las carencias del pasado a la promesa del futuro estatalizado, del desconcierto de gobierno al pacto entre todos… 

Sánchez y sus asesores buscan en este discurso de discursos evitar caer prendido en la propia red de su impotencia, la de llegar tarde y carecer de medios para solucionar esta crisis de dimensiones hercúleas. Por eso su conclusión sería que no se puede recurrir a discursos finamente elaborados para regusto de los amantes de la retórica, porque no hay una vía más segura para salir del atolladero en esta crisis que le ha sobrevenido al poder cambiándole el paso de la legislatura de forma radical.

En lugar de datos claros y soluciones precisas, el presidente se decanta por un discurso invertebrado para evitar ofrecer más flancos débiles a sus críticos. Lo mejor es hablar sin parar y hablar sin mucha sustancia. La hora de Sánchez cada vez se parece más a la de Maduro, quizá por consejo del gran experto en el discurso revolucionario vacuo que se sienta a su lado como vicepresidente, asesor como sabemos del régimen venezolano. Hablar mucho y decir lo justo parece la clave de la oratoria para salvarse así mismo. 

Junto al exceso de presencia gubernamental han surgido claras amenazas de un intento de amordazar a los medios con el anuncio de decretos o normas “contra los bulos”, la aparición de empresas progubernamentales dedicadas a controlar las redes o la sombra de la censura en los análisis sociológicos del CIS. Más las subvenciones buscando la afinidad de los medios, como en el caso de las televisiones regadas por unos cuantos millones en un momento de necesidad de recursos en otros ámbitos. Manos libres para la comunicación gubernamental y barreras a la libertad de expresión.

Esta es, sin duda, “la hora de Sánchez”, pero entendida como el momento en que un líder se mide ante la nación opera sacarle de un aprieto histórico. No debe ser la hora de ocupar el espacio informativo y anular la crítica, que es no solo la que controla la acción de gobierno, sino la que ayuda a poner luz sobre las soluciones o en los errores o desviaciones que se puedan cometerte. La prensa libre en democracia está justamente para criticar a los gobiernos. Se pide una unidad de acción contra la pandemia y se quiere convertirla en una obediencia a las decisiones del gobierno. Es la hora de Sánchez para demostrar su capacidad de gobernar y no solo de ser un componedor de alianzas políticas. Los años del despinte español en debates vacuos debe haber pasado. Es la hora de España, que no de Sánchez, para encarar un futuro tan claro como crítico.

Nos la jugamos todos y en esa senda lo que debe resplandecer es la verdad democrática, no el asentimiento a un líder cuya madera esta todavía a prueba en su hora más importante. Es, efectivamente, “la hora de Sánchez”,  pero no para ocuparla en una mera charla de televisión, sino  para medirse ante la Historia.