Opinión

La Justicia europea anima a los nacionalismos

photo_camera Tribunal de Justicia de la Unión Europea

La decisión de Tribunal de Justicia de la Unión Europea de otorgar inmunidad al líder separatista catalán Oriol Junqueras viene a profundizar en la crisis judicial que existe entre los Estados miembros del club europeo. Desde que se constatara, con el caso del fugado Carles Puigdemont, el fracaso del modelo de la Euroorden de entrega, instrumento que había sido creado para establecer un territorio judicial común, son muchos los varapalos que Europa se ha autoinfligido bajo la aparente búsqueda de unas garantías que vienen a dar alas a quienes pretenden asestar un golpe en el tablero de la estabilidad continental y de la configuración de los Estados como hoy los conocemos. La pérdida de soberanía judicial de los países miembros propicia una incomprensión de los problemas concretos de cada uno de ellos y, con la oleada independentista catalana, podría derivar en un resurgimiento de sentimientos similares en otras regiones de la Unión Europea que vienen enseñando sus intenciones desde hace más o menos tiempo.     

Donde hay una lengua propia, hay un sentimiento identitario que suele derivar en nacionalismo y, llevado al extremo como ocurre en Cataluña, deriva en independentismo. Las razones por las que anida el sentimiento nacionalista en Europa no obedecen solo a cuestiones de orden económico. Hay regiones ricas y menos favorecidas en Europa que están desarrollando identidades nacionales, ya que ambos grupos coinciden en señalar que los gobiernos centrales gestionan mal las competencias, la defensa de la cultura y la financiación de sus respectivos territorios. El auge de un populismo nacionalista y la desaparición del eje izquierda-derecha propician la reaparición de viejos fantasmas que causaron muchos millones de muertos en Europa en siglos anteriores, pero que nadie hasta ahora sabe combatir creando un liderazgo europeo realmente moderno y aglutinador. El problema de Cataluña, y la respuesta que está recibiendo de la Justicia europea como demuestra la resolución sobre Junqueras, alienta el regreso de esos sentimientos nacionalistas y de su degradación hacia el sentimiento de independencia.

Francia: Córcega 

Con más de trescientos mil habitantes e idioma propio, el corso, la metrópoli francesa se enfrenta desde hace décadas a esta pulsión que aparece y desaparece por oleadas. La propia isla ha sido súbdita durante la historia de diferentes territorios: perteneció a España; luego, a Génova, que fue país independiente entre los siglos XI y XVIII y, finalmente, a Francia desde 1768. Los corsos reclaman algo que los catalanes tienen desde hace décadas: la cooficialidad de su idioma junto al francés. Denuncian el centralismo con que han sido tratados, una impresión que la presidencia de Macron no ha mitigado. En una visita a la isla en 2018, el jefe del Estado no sólo rechazó la co-oficialidad de las dos lenguas, sino otras exigencias de los autonomistas que han ganado las últimas elecciones regionales con casi el 60 por ciento de los votos. Entre ellas, la reclamación para un estatuto de residentes que haga obligatoria la residencia en la isla para poder adquirir una vivienda en propiedad, y la petición de amnistía para los presos por actos terroristas.  

Italia: Véneto y Lombardía

Casi cinco millones de personas viven en esta región del norte de Italia, que cuenta con idioma propio. Junto a Lombardía, con Milán como ciudad estandarte, celebraron consultas para pedir más autogobierno a Roma, con mayores competencias que las limitadas actuales. Dado que son las dos regiones más ricas, el sistema se tambalea cuando ambas plantean reivindicaciones territoriales al alimón. Italia no solo enfrenta problemas nacionalistas en estas dos regiones del norte padano, a las que agrupó la Liga Norte junto a Piamonte, la Toscana y Emilia-Romagna, sino que también observa movimientos en el mismo sentido en el sur, con el larvado nacionalismo napolitano y siciliano de fondo. 

Alemania: Baviera

Trece millones de habitantes y el bávaro como seña de identidad. Ha pedido ya en varias ocasiones que Berlín les conceda el derecho a preguntar a su pueblo si quieren salirse de la República Federal, pero siempre han obtenido una respuesta negativa desde que en 1871 se incorporaron al Estado alemán. De hecho, intentaron convencer a los aliados tras la Segunda Guerra Mundial de que les permitieran ser un Estado independiente. Los bávaros gozan de la zona más rica del país; su trabajo y esfuerzo les permite ser la región más industrializada, aunque la reivindicación nacionalista tiene más que ver con la cultura que con el deseo de no compartir su riqueza con el resto de territorios. 

Bélgica: Flandes

El país que ha cobijado a los fugados tiene otro verdadero problema con el separatismo flamenco, con seis millones de habitantes que reivindican su autonomía en la baja región de Flandes. Quieren proteger la lengua neerlandesa frente a la mayoría francófona de Valonia. En su lado más extremista, este movimiento tiene conexiones con la ultraderecha. El auténtico caos que es la gestión de un país profundamente dividido como Bélgica contribuye a que prendan en su sociedad tendencias independentistas. Flandes es el motor de la economía belga: concentra el 60 por ciento de su PIB. La profunda herida social que sufre lo divide en dos mitades que hablan idiomas distintos y a las que les cuesta mucho sentarse a hablar de objetivos comunes. 

Reino Unido: Escocia

Cinco millones y medio de habitantes cuentan con el escocés como legua propia. La situación de esta nación escocesa se complica tras la aprobación del Brexit, porque la inmensa mayoría de sus ciudadanos han manifestado su deseo de pertenecer a la UE y en ese sentido votaron en el último referéndum. Si ahora les quitan ese cordón umbilical que les une a Londres, lo que pueda ocurrir en el país de las Tierras Altas es imprevisible. La victoria del Partido Nacional Escocés en las recientes elecciones anticipa esos acontecimientos. Sin embargo, los problemas del Reino Unido una vez liquide su presencia en la Unión Europea no terminan en Glasgow. Gales e Irlanda del Norte podrían ver resurgir sus sentimientos nacionalistas, azuzados por el amparo judicial que los líderes catalanistas están obteniendo en las instituciones europeas. 

Otras regiones europeas

El problema que provoca el enfoque de la Justicia común europea puede animar a otros territorios donde hay dirigentes pronacionalistas se puede extender como una mancha de aceite. España, sin ir más lejos, mantiene expectante al País Vasco con todo lo que está ocurriendo con el independentismo catalán, pero también en las Islas Baleares se está imponiendo una visión nacionalista excluyente cercana a esas posiciones. Menos relevancia tienen los movimientos similares en Galicia, donde ha habido un regionalismo fuerte hasta hoy. 

Portugal no se libra de tendencias similares. Las islas Azores, el archipiélago de Madeira o incluso el Algarve o la región del Valle de Miranda, sin olvidar que las regiones ricas del norte con Oporto y Braga piden más competencias y menos reparto financiero entre el resto de los territorios. 

En Dinamarca con las Islas Feroe, en los Países Bajos con Frisia, en Suecia con la región de Jämtland... Son nacionalismos atomizados de tercera generación que pueden reclamar su protagonismo a la vista de la respuesta que la UE está dando con la exacerbación del nacionalismo en Cataluña.