Opinión

La lista de Putin no es la de Schindler

photo_camera Vladimir Putin

Alexei Navalni es por ahora el último crítico del presidente ruso, Vladimir Putin, en engrosar la larga lista de los que se han despedido de este mundo o han estado al borde de la muerte. Navalni era el líder opositor que logró movilizar a miles de manifestantes tanto contra el supuesto amaño de las elecciones en Rusia como contra las reformas constitucionales que permitirán a Putin regir los destinos de Rusia hasta 2036. 

Como todos los que se le han enfrentado abiertamente, Navalni ya sufrió un intento de aniquilación mientras purgaba una pena de prisión por haber instigado precisamente la celebración de manifestaciones contra Putin. Según su abogada, Olga Mijailova, le envenenaron con una sustancia tóxica que le provocó graves quemaduras en el rostro. A pesar de tal “advertencia”, Navalni intensificó sus graves denuncias de corrupción, tanto contra el presidente ruso como contra numerosos altos cargos, a los que acusa de enriquecimiento y despilfarro a manos llenas, todo ello a través de su plataforma en YouTube, denominada Fondo de Lucha Contra la Corrupción (FBK, por sus siglas en ruso). La Seguridad del Estado, el FSB (antes KGB) había sometido a todo su entorno familiar, de amigos y simpatizantes, a un acoso sistemático en la mejor tradición soviética, hasta el punto de obligar a Navalni a anunciar el pasado mes de julio la desaparición de su plataforma, ahogado por las presiones financieras e incluso por la denuncia de un anciano veterano de guerra, cuya firma había sido utilizada para un manifiesto de apoyo a las reformas constitucionales de Putin.

Ahora, la sustancia tóxica se la debieron echar en el té, lo único que al parecer ingiere por la mañana, según declaraba su portavoz, Kira Yarmish. Su estado se agravó súbitamente mientras sobrevolaba Siberia obligando al piloto a un aterrizaje de emergencia para hospitalizarle en Omsk. 

A la vanguardia en el arte del envenenamiento

Si nos atenemos a los antecedentes, tampoco se sabrá esta vez la autoría intelectual de este atentado, que viene a demostrar por otra parte que la investigación rusa en materia de envenenamiento sigue ocupando un lugar de vanguardia. Así cabe deducirlo del que sufrió el exagente del FSB Alexander Litvinenko, al que le administraron la dosis letal de polonio que acabó con su vida en 2006, en Londres, tras haber denunciado que la oleada de atentados que sacudió al país en 1999 había sido orquestada en realidad por el propio FSB. 

Con otra sustancia tóxica de uso militar, la conocida como Novichok, agentes del FSB rociaron el pomo de la puerta de la casa que ocupaban en la ciudad inglesa de Salisbury otro exagente, Serguéi Skripal, y su hija Julia. El simple contacto con la sustancia les dejó inconscientes y en estado grave. Skripal, que había sido objeto de un canje de espías, estaba en el punto de mira de Moscú “por seguir asesorando a la OTAN contra los intereses de Rusia”. 

Cuando el veneno no bastó, los opositores al régimen de Vladimir Putin cayeron a disparos de pistoleros que o bien nunca fueron apresados o bien desaparecieron de la escena sin dejar rastro. El caso que más impactó a la opinión pública mundial fue el de la reportera de Novaya Gazeta, Anna Politkoskaya. Investigaba y estaba dando a conocer los excesos cometidos por las fuerzas policiales y el Ejército ruso en Chechenia cuando fue acribillada a tiros en el ascensor de su casa en octubre de 2006. Una de sus principales fuentes de información, Natalia Estemirova, que tomó el testigo y escribía en la revista Memorial sus hallazgos, fue secuestrada y asesinada tres años más tarde en los suburbios de la capital de Chechenia, Grozni. Para borrar el rastro, su cadáver fue arrojado a una cuneta en la vecina república de Ingushetia. 

También fue un pistolero el que acabaría en Moscú con las vidas de Anna Baburova y Serguei Markelov, que suministraban a los medios documentos que al parecer probaban la corrupción de las élites que rodean a Vladimir Putin. Como también moriría a tiros en 2015 el que fuera gobernador, ministro y diputado de Yaroslavl Boris Nemtsov. Considerado en su momento como el principal opositor al líder ruso, Nemtsov había confeccionado un amplio dossier en el que se demostraría presuntamente la “agresión rusa” a Ucrania. 

La lista de Putin comenzó apenas recibió el poder de Boris Yeltsin, cuando conminó a los oligarcas rusos, que se habían enriquecido con las privatizaciones de los grandes consorcios del Estado, a que se pusieran a su servicio. Los que se avinieron lograron mantener sus fortunas y continuar recibiendo jugosos contratos, derivando obviamente una parte más o menos considerable a los objetivos señalados por su benefactor. Los que se le opusieron hubieron de exilarse hasta que también sufrieron súbitos ataques de falta de salud, caso por ejemplo del magnate Boris Berezovski. A otros, más testarudos, como Mijail Jodorkovski, presidente del gigante energético Yukos, hubo que ablandarle con sucesivas penas de cárcel en los presidios de Siberia, hasta que se avino a pactar la cesión de sus poderes y de su empresa a cambio de marcharse desterrado del país. 

Los métodos de la vieja Guerra Fría siguen, pues, tan vigentes como entonces. El líder de Rusia acumula un enorme poder, tanto como el que en su día poseyeron los zares o el sangriento dictador Stalin. El pueblo, o la gente, no obstante, acude a las urnas cada cierto tiempo, tanto para una convocatoria electoral como para aprobar en referéndum que le sigan tratando más o menos como siempre.