La nueva conquista del espacio de Space X

Space X Mission

Los núcleos tormentosos del norte de la península de Florida, caprichosos como siempre, han querido que el despegue de la primera misión tripulada al espacio lanzada por la NASA en once años tenga que esperar a este sábado. Es frecuente ver en esas latitudes de Florida cómo se van formando las perturbaciones a lo largo del día, e incluso en las jornadas más claras y soleadas aparecen tormentas de viento y lluvia que hacen temer por la destrucción total de la zona. Muchas veces ha ocurrido, los habitantes de los Cayos conocen perfectamente el fenómeno.

Los astronautas Douglas Hurley y Robert Behnken han tenido que bajarse de la nave espacial Crew Dragon, propulsada por un cohete Falcon-9, en la que iban a partir hacia la Estación Espacial Internacional. Pero las imágenes que se han servido a las televisiones de todo el mundo han abierto una nueva etapa en la conquista del espacio por la nueva fisonomía de los elementos utilizados en el lanzamiento y en el vuelo, que hasta ahora tenían unas características muy distintas a las que nos ha mostrado Space X, la empresa privada que apadrina el lanzamiento hermanada con la agencia espacial norteamericana. Esas imágenes remiten en el subconsciente a la odisea del espacio que Stanley Kubrick imaginó en la década de los años 60 en su película 2001. 

La cooperación público-privada, una realidad en la primera potencia mundial que en otros países es vista con recelo por significativos sectores sociales y políticos, experimenta así un impulso decisivo en Estados Unidos: las empresas pilotarán los lanzamientos al espacio de ingenios voladores y tripulantes, y el gobierno pondrá la senda por la que transiten, y la plataforma de lanzamiento en ese Centro Espacial Kennedy de Cabo Cañaveral. La reducción de costes es una obsesión de Elon Musk, el propietario de la firma, que soñó hace veinte años con algo que estos días empieza a hacerse realidad: un sistema de autobuses espaciales que puedan transportar a órbitas remotas a los humanos, para colonizar nuevos planetas o para hacer frente a una posible extinción en la Tierra. 

El fallido lanzamiento ha dejado a América con un agrio sabor de boca, se intentará este mismo sábado de nuevo, pero ha permitido apreciar cómo va a cambiar el diseño visual de la conquista del espacio en la era en que las empresas privadas toman el relevo de la todopoderosa NASA.

La imagen que hemos podido ver del interior de la nave experimenta un salto evolutivo importante respecto a los interiores que conocíamos de los cohetes de la serie Apolo o los más recientes transbordadores de la agencia espacial. Los mandos frente a los que se sentaron Hurley y Behnkhen nada tienen que ver con lo que conocíamos hasta ahora en los puestos de mando de las naves espaciales. Ni rastro de las largas mesas llenas de botones activadores y monitores con gráficas trazando líneas y pitidos constantemente. Tres simples pantallas táctiles, una tablet entre los dos astronautas, y una simple palanca para accionar con una mano. Los trajes en blanco con remates de hombreras y guantes en negro están despojados de logos y pegatinas, fuera de toda la imaginería que la NASA ha conferido siempre a la indumentaria de sus ingenieros. Todo recuerda las imágenes de 2001, una odisea del espacio.

¿En qué se ha inspirado Musk respecto al espectáculo space ópera que creó Kubrick? Esos trajes de la tripulación parecen tener cierta relación con los de las azafatas que atienden a los pasajeros en el viaje hacia el Hilton espacial que les aguarda a millones de kilómetros de casa. Aquellas indumentarias parecían ser más cómodas, dentro de lo antinatural de verse encerrado en un traje hermético y con muchos kilos de peso, algo que parecen haber buscado los diseñadores de los trajes de Hurley y Behnkhen. 

La pantalla de control que se utiliza en varias dependencias en el espacio inspiró nada menos que a la compañía Apple para diseñar su Ipad, el dispositivo que revolucionó el mercado de las tablets. Aquella había sido una creación del ingeniero alemán Hans-Kurt Lange en quien se apoyó el director neoyorkino para darle un contenido visual futurista y arriesgado a su película. El astronauta Bowman de la película puede conversar con su familia desde el espacio gracias a esa pantalla hoy tan familiar, tanto que en la imagen que se ha servido del lanzamiento frustrado se ve un Ipad entre los dos astronautas. Un guiño a Stanley Kubrick o a Tim Cook, pero un guiño sin duda. 

Igualmente, minimalista es el cohete que va a propulsar a la cápsula, cuya silueta erguida frente a la estructura de una de las lanzaderas difiere mucho de las tradicionales de los transbordadores de la reciente era espacial, y recuerda más a las estructuras circulares que bailan el Danubio Azul suavemente, suspendidas en las imágenes y la música de la obra inmortal de Kubrick. 

En el diseño de la gran operación espacial que concibe Elon Musk, el cliente que sea transportado al espacio, para visitar la Estación Espacial o para pasar unas vacaciones en el puesto avanzado en la Luna o en Marte, tendrá todas las comodidades a bordo, como en 2001.  En la entrada principal del Centro Espacial Kennedy hay una leyenda inscrita en una de las paredes: “The sky calls to us”, una frase de Carl Sagan. Elon Musk ha asimilado ese mensaje desde que era niño, y gracias a su inconformismo y a su capacidad de reinventarse está a punto de responder a esa llamada. 

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