Opinión

La UE ya boxeaba por debajo de su peso antes de la pandemia

photo_camera Parlamento Europeo

Mucho tendrá que pelear la Unión Europea porque a la evidente crisis socioeconómica que le ha provocado la pandemia no se le una también un cataclismo de orden político. El coronavirus ha destrozado en gran parte los objetivos estratégicos globales que la UE se fijó en 2016. Si ya entonces se reconocía una brecha considerable entre la potencia virtual de la UE y su presencia internacional, el último documento del Real Instituto Elcano (RIE) certifica la gran distancia existente entre la presencia deseada por la Unión en el mundo y la que es en realidad. 

Entre las conclusiones de los investigadores Iliana Olivié y Manuel Gracia, autores del estudio, una de las más importantes es que entre los que preconizan la desglobalización y el consiguiente proceso nacionalizador estará la regionalización. La pandemia ha enseñado descarnadamente el riesgo asumido por las grandes cadenas globales, traducido en la falta de suministros esenciales durante esta crisis. Sin embargo, no ha sido un fenómeno nuevo. Ese riesgo quedó patente con el desastre nuclear de Fukushima, que provocó el desabastecimiento en Europa y América de los insoslayables componentes fabricados en exclusiva por Japón. O el hundimiento de las fábricas de confección en Bangladesh, que también sacudió a la industria textil. 

La necesaria reconfiguración de esas grandes cadenas de proyección universal llevaría aparejada una relocalización, de la que se beneficiarían seguramente los grandes hubs de producción de la vecindad inmediata. Pensemos, pues, en que esa sería la ventaja de México para Estados Unidos o en el Magreb para Europa, sin ir más lejos.

Acuña el RIE la idea de que “la UE está boxeando por debajo de su peso” al analizar en su Policy Paper los dieciséis componentes del índice de proyección exterior. Confirma ese mantra el hecho de que la UE no pese en la balanza internacional lo que correspondería a su condición de ser una de las tres grandes economías del mundo, cualidad enriquecida por ser el primer socio comercial y el primer inversor extranjero de casi todos los países de la geografía terrestre. 

La fuerza del soft power

Muy grande pero no tan fuerte, podría decirse de una UE que, en caso de conformar un solo país, tendría un peso semejante al de Estados Unidos. La UE no capitaliza su potencia, incluida la militar, en el escenario internacional. Si se agregaran todos los presupuestos de Defensa de los Veintiocho, incluyendo provisionalmente aún al Reino Unido, la UE sería la segunda potencia militar del mundo, solo por detrás de Estados Unidos, y por delante de Rusia y China. Cierto es que la UE se enorgullece de que su poder no sea coactivo, lo que por otra parte le otorga un prestigio evidente en lo que se denomina soft power (poder blando), o sea la proyección e influencia de su cultura, de su normativa jurídica y sobre todo de su Estado de Bienestar, la fachada más vistosa de su arquitectura, a la que habrá sin duda que darle una buena mano de cemento y pintura para que siga en pie en la pospandemia. 

Llama la atención en el análisis del RIE que, contrariamente al cliché que presentaba a Europa acercándose a China y alejándose de Estados Unidos, lo cierto es que el vínculo transatlántico no ha hecho sino reforzarse, y eso aún a pesar del presidente Donald Trump, al que considerar un aliado y un amigo fiable requiere de un enorme esfuerzo. Pese a todo, más de un 25% de la proyección exterior de la UE va precisamente a América del Norte. 

Dos apuntes negativos para España. El primero es la desigualdad de la aportación de cada miembro de la UE al total de esa proyección. Nuestro país ha retrocedido hasta el 6,7% en su propia aportación, sobrepasada por Países Bajos, Reino Unido, Alemania, Francia, Luxemburgo e Italia, por este orden. Llama,no obstante la atención los lugares de honor que ocupan holandeses y luxemburgueses, sin duda alguna por su identificación como paraísos fiscales dentro de la propia UE. 

El otro dato negativo para España es indirecto, pero nos afecta emocionalmente y es objeto de nuestra gran preocupación. Se trata del escaso peso que tiene la UE en América Latina, y peor aún de la escasísima proyección exterior del continente iberoamericano en el mundo. Su propio ensimismamiento se traduce, en palabras de Emilio Lamo de Espinosa, en que “América Latina no es un gran problema para nadie, pero tampoco es una solución”. Y cuando eso sucede se produce la irrelevancia. Un escenario que solo es bueno para dictadores y tiranos a los que el mundo presta poca atención. Obviamente, una gran desgracia para quienes los padecen, y penan para atraer el foco sobre su propia tragedia.