Opinión

Las cuerdas rotas: la historia sin velos

photo_camera 8 de marzo de 2019 en Turquía

Tras varias semanas leyendo y escuchando opiniones sobre el velo, tengo un ruido interno ensordecedor. Quizás porque en lo más profundo de mí hay una niña indignada que no se rinde al discurso victimista latente. Aquel con el que tantas crecemos, dentro y fuera, y que nos acompaña el resto de nuestras vidas por ser mujeres. Supongo que mi rabia hacia el patriarcado que constituyen mujeres y hombres no me deja ver claramente que éste ha ganado la guerra en algún momento, y que realmente somos voces dispersas y amordazadas, las que hemos decidido recolocar un “statu quo”; que teñido de miedo por ambos lados (Oriente, Occidente), y lleno de discriminación, y de intereses ha creado el “relativismo cultural”.

Nada es relativo cuando maltratan a una mujer, nada es relativo cuando coartan a una mujer, nada es relativo cuando educan a una mujer en la aceptación completa y redundante del “yo inferior”, del “yo debo porque soy mujer”, del “yo hago porque soy mujer”. Nada es relativo cuando se te confina a condiciones por tu sexo, es discriminatorio, es sexista. No hace falta ser blanca, heterosexual, europea, eurocentrista, occidentalista, para decirlo, pero mucho menos para pensarlo. Nada es relativo cuando el miedo a ser manoseada o violada te lleva a taparte más. Nada es relativo cuando el miedo al qué dirán de ti te impide hacer lo que sientes que quieres hacer, con tu cuerpo, con tu vida, con tus sueños, contigo misma. Nada es relativo cuando quieres algo que socialmente no está bien visto que alcances, puestos, trabajos, proyectos. Nada es relativo cuando no puedes decir la verdad sobre lo que quieres, sobre lo que eres, y sobre en quién esperas convertirte. Nada es relativo cuando se te  discrimina, se te diferencia y se te marca la línea tan abismal entre una mujer y un hombre.

Las mujeres iraníes pensaron que la revolución de su país iría de la mano de los derechos de las mujeres. Que libertades populares e individuales nos incluirían en la lista, nos darían un pequeño recoveco de impulso, de esperanza, de bocanada de aire fresco. Nuestras mujeres suplicaron atención como mitad de la población que constituyen,  para que la libertad fuese real, fuese efectiva, fuese universal. Y nada de esto ocurrió, uno tras otro los nacionalismos cortaron visceralmente las venas de la libertad a todas sus mujeres, a todas las mujeres. 

Parece ser que siempre hubiere un tiempo oculto para tratar la libertad de las mujeres. En el mundo árabe y musulmán,  parece que nunca fue  el momento, siempre hubo  algo que precedía la dignidad del porcentaje vulnerado y violentado aunque fuese la mitad de la sociedad. A las mujeres árabo-musulmanas se les explicó que llegaría su momento, que se velaría por ellas, que fuesen pacientes a la espera de que su pueblo se liberara primero. Sin embargo, en la turbia confianza que feministas cedieron a quienes prometían en vano, siempre se acabó sustituyendo dicha causa por la de “los pueblos”, sin ver que “nosotras” las mujeres “somos el pueblo”, y que sin nosotras, este no existe. 

Durante muchos años en diferentes partes en las que impera el islam, se ha  tirado y extendido una cuerda que ya está rota. Que tras la revolución iraní, que pretendía destituir una gobernanza secular, y que jamás pensaron las mujeres que les traería tanta opresión, trajo encarcelamientos, torturas, y exilios a quienes no apoyaban la dictadura religiosa, que promovía consigo los matrimonios temporales, para “legitimar” violaciones en cárceles, “torturas”, “conversiones religiosas obligatorias”, y la imposición del velo. 

La misma cuerda se rompió en Argelia, cuando en 1958 el primer gesto de las mujeres fue retirar sus velos, en símbolo de libertad, prometiendo no volver a llevarlo nunca más No sabían que el islamismo llamaría pronto a las puertas de sus países y no sabían tampoco, que los defensores del nacionalismo post-colonialista se sentarían a ver como todo aquello sucedía. Nunca imaginaron que serían amenazadas de muerte, ellas y sus familias por no llevar un velo, las más notorias de ellas asesinadas, culpabilizadas por un perfume, por maquillaje, por música, por vivir. Sacrificadas en nombre de la discriminación obligatoria reglada a través del velo impuesto, que los islamistas introdujeron en la guerra civil. 

Y si la cuerda ya duele en su rotura, entre las muchas que creyeron en la libertad en todos sus vértices y ángulos sin velo, las egipcias una mañana de 1929, (antes de que las mujeres españolas pudiesen votar, antes de que las mujeres Americanas se quitasen el sujetador y lo blandieran por las calles de Nueva York), se despojaron de sus velos blanco en un Nilo que había sido testigo de cuanta opresión y sufrimiento les implicaba.

Veréis, soy feminista y no creo en el velo como en un símbolo feminista, justo porque mi identidad como mujer árabe, amazigh, marroquí, africana, o llámenlo X, me obliga a no olvidar la historia de mis antecesoras, las que comparten conmigo en memoria, en historia o en vida la injusticia que supone ser mujer en los contextos árabo-musulmanes, dado que le tengo un rechazo terrible a todo lo que está adjetivado con “islámico”.

No creo en el velo como símbolo feminista, ni como símbolo de libertad, porque por su culpa ha muerto y muere la libertad y la dignidad de muchas mujeres todos los días en muchas partes del mundo. 

Sé quien soy, en que creo, a qué cultura y país pertenezco, pero me niego a pasar por el aro de ninguno de los dos bandos. Ni por el que pretende enseñarme como salir de una cárcel de la que las mujeres árabo-musulmanas llevamos saliendo desde que el mundo es mundo, aunque nos vuelvan a meter irremediablemente; ni por el que pretenden decorarme el camino a la cárcel ni la cárcel en sí, o me quiere explicar y convencer de que hay libertad, igualdad y verdad en esta.


Jamás permitiré que a una mujer en mi presencia se la denigre por portar un velo, pero jamás permitiré tampoco que mi hija o ninguna otra niña  se críe sintiéndose mal por no llevarlo, por vivir en un lugar en el que la comunidad religiosa islamista europea que impone un referente único de mujer árabe en origen y musulmana en religión, le enseñe a pensar, a ser, a vivir en conformidad con una decisión.

Ni el racismo occidental, supremacista y lascivo,  ni el “feminismo islámico” contradictorio e incoherente, pueden simpatizar con la mitad de lo que transmito, porque por una vez ya no hay un concepto de “víctima”, y el poder, asusta a ambos grupos. 

Mi voz interior indignada, no se cansa de indignarse, augura un futuro convulso, quizás trágico en el entendimiento con quienes piensan que la mayoría “no pensamos”, y bastante estrafalario en no rendir cuentas a quienes pretenden llevarnos de la mano a una libertad prediseñada como si fuésemos ratas de laboratorio. 

Pero esa misma voz indignada quiere velar por las mujeres del mañana y su amor a la libertad, por eso sé que tengo más fe de la que tienen muchos y muchas que tanto predican con la religión , y por eso sé que pase lo que pase, las que no nos callemos hoy, allanaremos el camino de las que luchen el día de mañana, tal y como lo hicieron nuestras antecesoras con nosotras.  Por eso, no necesito que nada de esto convenza, sino que haga reflexionar, a que estamos en la cuerda floja de dar el salto magistral y promover el cambio, o caer una y otra vez rompiendo las cuerdas que pronto dejaremos de tener.