Opinión

Lilas marchitas

photo_camera Women's demonstration

En promedio, cada día en el mundo, se apaga la vida temprana de 137 mujeres víctimas de la violencia cegadora ejercida contra ellas por su pareja, expareja o bien, por algún familiar cercano.

De acuerdo con datos proporcionados por la Organización de las Naciones Unidas (ONU) las formas reconocidas de maltrato de género van más allá de los golpes y del daño físico para adentrarse en los agravios sexuales, psíquicos, psicológicos, verbales hasta en las coacciones, las amenazas, la vejación, la manipulación, el menosprecio y toda acción para coartar la libertad.

Estas lilas marchitas antes de tiempo han perdido una batalla ante una sociedad cada vez más preocupada y ocupada en borrar vestigios de un pasado machista y patriarcal para modernizar las bases de entendimiento en pro de una mejor convivencia entre hombres y mujeres en plenitud del siglo XXI.

En la violencia de género no hay un patrón establecido, ni un molde concreto homogéneo, porque el maltrato puede suceder lo mismo en un hogar de estrato humilde que en una casa con gente de elevado estatus económico.

La ONU apuesta por la educación como llave de la inclusión, de la equidad y del respeto a la igualdad de oportunidades para ambos géneros, habrá que trabajar colectivamente hasta el cansancio para que, en verdad, logren abrirse todos los cerrojos en aras de edificar un mejor entorno de convivencia dentro de la esfera de unas relaciones humanas que van a pasos agigantados hacia el entendimiento digital y el de las redes sociales.

No se sabe todavía el impacto real de ese mundo de relaciones en las redes sociales en el renglón de la violencia de género, si terminará siendo un acelerador del maltrato dadas “las reglas” implícitas por relacionarse con una persona virtual y que, pueda terminar evolucionando, en una relación física y después en la formación de una pareja.

El proceso de cortejo que, permite que las personas se conozcan en su forma de ser, la dinámica de la Sociedad de la Información o bien lo acelera o bien lo omite convirtiéndose en un asunto latente que en cualquier momento podría explotar por cualquier circunstancia y, lamentablemente, terminar con una mujer muerta a manos de su pareja.

A colación

No hay un único detonador: puede acontecer por alguna discusión familiar o bien planearse como un acto de venganza, lo cierto es que a la ONU le preocupa que, desde 2017, los casos de mujeres asesinadas a manos de sus parejas llevan una espiral ascendente.

Yo en especial recuerdo –con la piel erizada– el impacto que me provocó ver el documental de Netflix titulado ‘El caso Watts: El padre homicida’ basado además en un caso real de una joven familia en Estados Unidos; la pareja se conoció en las redes sociales y durante su relación estuvieron proclives a compartir constantemente su vida por Facebook e Instagram, hasta que aconteció un horrendo crimen a sangre fría.

La reconstrucción realizada por los criminólogos, a través de todo lo compartido por esta familia en sus redes sociales, provoca un devastador y desmoralizante shock emotivo. ¿Qué hace que un hombre aparentemente amoroso que lo tiene todo, termine matando a su mujer embarazada y a sus dos pequeñas hijas?

La educación debe ser una herramienta imprescindible en la lucha contra la violencia de género; así como contar con políticas más inclusivas y equitativas que reduzcan el estereotipo de la sociedad patriarcal.

Quizá sea tiempo de iniciar una cruzada para limitar los contenidos con escenas de violencia y todos aquellos que terminan cosificando a la mujer, el fenómeno de las llamadas “manadas” de jóvenes a veces adolescentes que violan en grupo a una chica no solo ha cimbrado a España también a India y a otras naciones.

La erradicación de la violencia contra la mujer no será ganada hasta que no se deje de cosificar al género femenino, hay mucho por lo que trabajar en los próximos años y décadas.

Muy probablemente nuestra generación morirá sin ver cambios fundamentales, pero todo cuanto lleva siendo abonado en los últimos años redundará en beneficios fructíferos para las generaciones más jóvenes y desde luego por todas las que están por venir; estoy convencida de que la persistencia dará sus frutos en la medida que también se eduque en el respeto porque eso significará salvar vidas… vidas que merecen ser vividas.