Opinión

Madeleine Albright, histórica luchadora por la democracia

photo_camera Madeleine Albright

La muerte de Madaleine Albright deja en la memoria el recuerdo de una luchadora histórica por la recuperación de la democracia en los países que integraban la Unión Soviética. Su muerte coincide con la guerra entre dos de los países que ella se había empeñado con éxito en sacar de la opresión de la dictadura comunista cuyos rescoldos todavía perduran en el Kremlin donde aún gobierna uno de los protagonistas de aquella etapa, en exteniente coronel de la KGB.

Madaleine Albright conoció desde muy joven lo que era vivir bajo un régimen tiránico. Apenas tenía once años cuando su familia consiguió escapar de Checoslovaquia – actualmente dividida – e iniciar su nueva vida bajo la libertad que se respiraba en los Estados Unidos, donde habían encontrado refugio. Fue decisivo para ella el acceso a una educación ajena a consignas.

Tenía ochenta y cuatro años cuando el miércoles un cáncer le arrebató una vida, marcada por la defensa de las libertades y el empeño de contribuir a que todos podamos disfrutarlas. Se ganó el acceso a la carrera diplomática, entonces bastante difícil, escribiendo análisis sobre las relaciones internacionales, tan marcadas entonces por la influencia que la demagogia emanada de la URSS se extendía por los cinco continentes.

La clarividencia que revelaban sus análisis acabó abriéndole el acceso al poder en una parcela tan difícil como las relaciones en el marco de la Guerra Fría. Fue embajadora de los Estados Unidos en la ONU y desde ese puesto, en el que tuvo un protagonismo indiscutible, accedió a la Secretaría de Estado. Fue la primera mujer que había llegado a ese cargo, uno de los más importantes de la Administración norteamericana.

Fue durante la presidencia de Bill Clinton y ocupó el cargo entre 1997 y 2001. Eran tiempos complicados, pero especialmente importantes para el futuro que estaba comenzando con la desintegración de la Unión Soviética y la reincorporación a la normalidad política y diplomática de las repúblicas que permanecían bajo su paraguas lo cual anulaba su soberanía. Ella fue artífice de la rápida incorporación de muchos de ellos a la OTAN.

Era una defensora de la Alianza Atlántica y su actuación fue decisiva en su ampliación y adaptación a las nuevas condiciones derivadas del final de la Guerra Fría. Sólo un conflicto se le escapó de sus esfuerzos por conseguir la paz. Abandonó su mandato y también su vida sin conseguir otro de sus objetivos más ansiados, la solución del problema israelí y palestino.