Opinión

Marruecos encara la COVID-19

photo_camera Coronavirus en Marruecos

Marruecos ha sido uno de los primeros países africanos que se ha tomado en serio la lucha contra el coronavirus. Se anticipó al cierra del espacio aéreo y -bien es verdad que con relativo éxito- al con confinamiento de las personas. Enseguida adoptó medidas dignas de elogio para proteger a las familias en mayores dificultades: sin ingresos para sustentarse y sin techo para cobijarse. 

Costó mucho a las autoridades hacer entrar en razón a muchos ciudadanos que no entendían la necesidad de decisiones tan drásticas. Las fuerzas de seguridad se veían impotentes para impedir las grandes concentraciones, incluidas las religiosas, y por el continuo reto a las prohibiciones de salir a la calle sin distinguir congregaciones familiares o sociales de actividades de primera necesidad. 

Marruecos ofrecía mucho riesgo por su proximidad con Europa, donde la presencia del virus se hizo sentir antes que en el resto de África. Es un país con muchas relaciones e intercambios de visitantes con Italia, Francia y España, donde la pandemia surgió antes y con mayor virulencia. Ganar tiempo fue fundamental para frenar que se expandiera, aunque su grado de incidencia ya es elevado.

Alrededor de 80.000 personas fueron multadas y muchas de ellas detenidas por violar las normas. Las comunicaciones, exceptuada la televisión, no llegan tanto a la gente y costó mucho a las autoridades convencer del peligro. La Policía alertaba por las calles con megáfonos. Tampoco allí el número de muertos ocasionados por el coronavirus u otras dolencias está tan claro.

El gran acierto logrado en las últimas semanas fue el recurso a los drones. Hasta hace poco estaba prohibido utilizarlos para cualquier actividad que no fuese oficial. Pero fue una suerte darse cuenta de que podían ser un instrumento interesante para luchar contra la pandemia. En China ya habían sido aprovechados y compraron un buen número de unidades antes de que otros países se apresuraran a hacer lo mismo y aumentase el precio. Pero la iniciativa no se quedó ahí: los ingenieros locales pusieron manos a la obra y empezaron a construir modelos que son los que actualmente están actuando. Es muy frecuente verlos sobrevolar sobre las ciudades apartadas, sobre las carreteras y sobre las zonas rurales donde el incumplimiento de la confinación está más relajado para atender a los trabajos agrícolas.

Su utilización es doble: en las carreteras y ciudades controlan los movimientos y vigilan que no se formen grupos de personas. Actúan como espías; ya han descubierto reuniones clandestinas nocturnas cuyos participantes se fueron encontrados sorprendidos y camino de las comisarias. Así cumplen su primer objetivo: que la gente se sienta más vigilada y el miedo haya cundido.

En otros lugares, incluidas algunos grandes centros de trabajo, se utilizan los drones para esparcir desinfectantes que reducen los riesgos de contagio. Como en la inmensa mayor parte de los países afectados, la pandemia está generando un daño económico brutal tanto a las finanzas públicas como a la industria y el comercio. La preocupación ahora es salvar lo que se pueda de la campaña turística.