Muerte de un icono del separatismo corso

Yvan Colonna

Yvan Colonna, 61 años, se pudría en la cárcel de Arlés. Arropado por sus cómplices, Pierre Alessandri y Alain Ferrandi, fue él mismo quién le descerrajó tres tiros en la nuca al prefecto de Córcega, Claude Erignac. Era el 6 de febrero de 1998, y el hombre que encarnaba la representación del Estado francés en la isla, acudía con su mujer y sin escolta a un concierto. Ahora ha muerto a causa de la brutal paliza que le propinó el pasado 2 de marzo otro preso, de origen camerunés.

Desde que se produjera esa agresión se han multiplicado las manifestaciones e incidentes en Córcega, que el Gobierno del presidente Emmanuel Macron ha intentado aplacar despachando a la isla a su ministro del Interior con la promesa de conceder a la isla el especial estatuto de autonomía que lleva reclamando desde hace medio siglo.

Es posible que esta vez sí, que Córcega lo consiga, lo que de algún modo representaría un logro póstumo de Colonna, convertido por sus partidarios en el principal icono de su empeño por la independencia. Una aspiración maximalista, que no obstante apenas cuenta ahora con un 15% de los 300.000 habitantes de esta isla, la cuarta más grande del Mediterráneo, incorporada a Francia en 1768, tras haberse declarado independiente de la República de Génova en 1729. Corso era Napoleón Bonaparte, que antes de incendiar a toda Europa, desde Cádiz a Moscú, se encargó de aplastar todos los intentos separatistas de sus paisanos.

El recrudecimiento del separatismo se intensifica a raíz del avance incontenible de las tropas alemanas y la ocupación de Francia. Tanto Bretaña como Córcega ven ahí la ocasión de sacudirse la tutela de París y pasarán a colaborar con el invasor. La derrota del nazismo supondrá en consecuencia la correspondiente depuración de todos los separatistas y la acentuación del centralismo de París en la administración de Francia.

En la retina, imágenes de la Guerra Civil

El desenlace de la guerra de Argelia, del que acaban de cumplirse 60 años, también influirá decisivamente en el resurgimiento del separatismo corso. En 1975 militantes autonomistas al mando de Edmond Simeoni asaltan una bodega vitivinícola en Aléria, en la parte oriental de la isla. El pretexto es protestar contra los métodos de vinificación implantados por los “pied-noirs” (franceses repatriados de Argelia), a los que se les había concedido tierras para que rehicieran sus vidas.

En aquel momento ocupa la presidencia de la República Valery Giscard d´Estaing, es primer ministro Jacques Chirac y titular de Interior Michel Poniatowski. Este impondrá la mano dura: enviará a la isla 1.200 CRS (Compañías Republicanas de Seguridad), con sus correspondientes helicópteros y vehículos blindados. Una exhibición de fuerza saldada con solo dos muertos, pero con la sensación entre los telespectadores franceses de la época de estar asistiendo a un violento episodio de Guerra Civil. Yvan Colonna contaba en aquel momento quince años, y aquellas imágenes le impulsarían definitivamente a abrazar la causa independentista, integrarse en el maquis y participar en la planificación y comisión de numerosos atentados. El Frente de Liberación Nacional de Córcega (FLNC) colocaría por ejemplo 463 bombas en toda Francia en 1980, una de ellas en las dependencias del Ayuntamiento de París.yvan colonna

Colonna, el acomodado burgués, hijo de Jean-Hugues y Cécile, ambos profesores de gimnasia, con una posición social desahogada y aficionados a las actividades deportivas más elitistas, pasa a la clandestinidad, sin domicilio fijo y perseguido con mayor o menor intensidad por las fuerzas encargadas de luchar contra el terrorismo.

Cumplido el objetivo de atentar contra el prefecto Erignac, detenido tras una persecución sin descanso y condenado definitivamente al cabo de tres juicios, Colonna ha muerto –ironías del destino- a causa de la paliza propinada por un inmigrante subsahariano, condición incompatible con su acendrado sentido identitario.

Aprovechar o no ser parte de la quinta potencia mundial

Muerto, pues, el principal icono de un separatismo cada vez más residual, queda por ver si el Gobierno francés accede a ampliar las competencias autonomistas de Córcega. Gilles Simeoni, separatista “autonomista”, hijo de aquel Edmond ocupante violento de aquella bodega de Aléria, es el actual presidente del Consejo Ejecutivo de la isla, respaldado por Jean-Guy Talamoni, separatista “independentista” y presidente de la Asamblea de Córcega.

Ambos exigen la cooficialidad del idioma corso; un estatuto de residente que impida a los franceses adquirir propiedades en la isla si no viven y tributan efectivamente allí; una amnistía para los “presos políticos”, que condenados a largas penas de prisión las cumplen en cárceles de la Francia continental, y el reconocimiento constitucional de la especificidad de Córcega.

El presidente Emmanuel Macron ya se negó en su primera visita oficial a reconocer otra lengua oficial que el francés. Tampoco admitió un Estatuto de Residente “por ser contrario a la Constitución francesa y al Derecho Europeo”. Rechazó que la recaudación fiscal de Córcega se quede íntegramente en la isla, porque “ello discriminaría al resto de las regiones de Francia”. Abrió la puerta en cambio a reconocer la singularidad de Córcega en la Constitución, “en razón de la geografía y sus especificidades”, pero sin exagerar, “que esto no es Nueva Caledonia”.

De aquel discurso de hace tres años veremos lo que varía ahora, especialmente si vuelve a ser reelegido presidente de la República. Bien es verdad que ya entonces espoleó a los corsos a que miraran un poco más allá de los límites isleños: “Córcega tiene que elegir: o mantener con la República un cara a cara que en ocasiones ha sido ruinoso y estéril, o mirar hacia el futuro. Formar parte de la quinta potencia mundial es una ventaja inaudita. Aprovéchenla”. En aquella ocasión, diez banderas constituían el decorado de fondo de su alocución: cinco francesas y cinco de la Unión Europea. Ninguna con la característica “cabeza de moro” de la enseña corsa.     

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