Perspectivas de la crisis pandémica en el hemisferio sur

Jair Bolsonaro

La pertenencia de la COVID-19 a la familia de otros coronavirus humanos, actualmente en circulación, como el resfriado común, alimenta la esperanza de que el factor estacional reduzca la virulencia de la pandemia una vez llegue el verano en el hemisferio norte. Sin embargo, la relativamente rápida propagación de la COVID-19 en el hemisferio sur durante la temporada de verano sugiere, por un lado que las condiciones más cálidas no bastan para detener los contagios, y por otro, que, dado que el hemisferio sur se encamina hacia la temporada de gripe, es posible que veamos un sensible aumento en el número de infecciones por coronavirus en África y Sudamérica durante los meses de julio y agosto, a poco que esta cepa de coronavirus se comporte de manera similar a otros virus estacionales.   

Si esta posibilidad se materializase, las ya de por sí desastrosas condiciones existentes en gran parte de los países del sur sufrirán un deterioro importante que puede crear serios problemas sociopolíticos, difícilmente contentibles sin recurrir a medidas draconianas, que inevitablemente tendrán un impacto geopolítico, como ya hemos visto en los flujos y reflujos migratorios que se están produciendo en Perú, Colombia, Ecuador y Venezuela y que, en buena medida, denotan que el epicentro de la pandemia ya se ha trasladado a Sudamérica, que ha llegado a 674.700 casos desde que el virus llegó a Brasil el 26 de febrero, fecha en la que se confirmó el primer caso en São Paulo.  

La heterodoxa acción política del presidente Bolsonaro frente a la crisis ha sido premiada hasta ahora en los sondeos, pasando de una aprobación del 30% en diciembre de 2019 a una del 76% en abril, a pesar de que el sistema de salud brasileño está operando al límite de su capacidad, como consecuencia de la decisión de priorizar la economía sobre la salud; al punto de que la reputada revista médica “The Lancet” tildó de peligrosa la gestión Bolsonaro. Los últimos datos de contagio señalan un aumento del 8,81%, situándolo en zona de crecimiento exponencial, cuando ya se ha alcanzado la cifra de 300.000 contagiados; lo que permite augurar tal número de muertes diarias que Brasil corre el riesgo de caer en una situación de Estado fallido, a menos que se imponga un confinamiento inmediato que pare en seco la movilidad de la población.  

Sin llegar a los niveles de Brasil, Perú, cuyo primer casó se dató el 6 de marzo, ocupa la segunda posición por número de casos contabilizados en Sudamérica. Sin embargo, en contraste con su homónimo brasileño, el presidente Martín Vizcarra no vaciló en decretar el estado de emergencia nacional, imponiendo un confinamiento general que ha tenido un éxito modesto. En el caso peruano, la casuística epidémica parece derivar de la fragilidad de la red de protección social, así como de la precariedad económica de grandes focos de la población, que les impele a sortear las restricciones para poder subsistir, habida cuenta de que numerosas familias no disponen de cuentas bancarias, por lo que se ven obligadas a desplazarse para recibir las ayudas del Gobierno en mano y para trabajar. En cualquier caso, y a pesar de haber superado ya a China en el número de casos, padeciendo un incremente semanal del 38%, Vizcarra no ha visto mermado el apoyo a su gestión, lo que a priori le confiere legitimidad para mantener las medidas de excepción e incrementarlas si llega el caso.  

Por debajo de Perú, y sin relativizar las graves circunstancias bajo las que se encuentran Chile, Bolivia, Guatemala y El Salvador, cabe destacar la catastrófica situación en Ecuador. Con 35.828 casos registrados, tiene en Guayaquil, ciudad a la que la COVID-19 llegó en febrero desde España, el equivalente sanitario de Bérgamo, con la diferencia de que la ciudad italiana dispone de uno de los sistemas de sanidad más avanzados de la unión Europea. Los sistemas sanitarios y funerarios de la provincia de Guayas colapsaron al poco del debut del brote epidémico, sin que la situación haya mejorado, ni tenga visos de hacerlo.  

Los países sudamericanos comparten un conjunto de debilidades estructurales y cuentas fiscales poco saneadas que han incrementado su vulnerabilidad social frente a la pandemia, acentuada por la paralización de la economía mundial y la consiguiente reducción de la entrada de divisas, fundamentales para sostener no solo la liquidez, sino la propia solvencia de unos países fuertemente endeudados, una endemia que ya ha llevado a Argentina y Ecuador al “default”.  

Inevitablemente, Sudamérica está entrando en una recesión importante, que agravará los problemas económicos y sociales existentes, por cuanto que la emergencia sanitaria consumirá recursos previamente destinados a políticas sociales. Se hace difícil descartar una renovada ola de agitación y protestas en Chile, Ecuador, Colombia, Bolivia, y Honduras, en un contexto en el que la pandemia ha puesto en manos de los Gobiernos mecanismos de control social extraordinarios.   

La situación sanitaria es por ahora mejor en África, que con el 17% de la población mundial, tiene menos del 2% de los casos registrados. La pandemia ha tenido un arranque más lento en África que en otros continentes, pero la OMS ha empezado a identificar focos de contagio preocupantes. Es posible que la pirámide poblacional africana, efectivamente inversa a la europea, haya amortiguado el impacto del coronavirus en África: tener un menor número relativo de mayores de 65 años con patologías previas hace que a priori los africanos hayan sufrido, al menos oficialmente, menos fallecimientos que los registrados en otros lugares del globo. Con todo, la limitada disponibilidad de pruebas serológicas y laboratorios (Sudáfrica y Ghana han realizado el 46% de todas las pruebas llevadas a cabo en África) obliga a trabajar con estimaciones, y, en cualquier caso, dados los niveles de desnutrición infantil que abundan en África, cabe esperar que la COVID-19 encuentre el camino para alcanzar a personas que se encuentran en un estado de emergencia sanitaria permanente, en países con carencias críticas de respiradores y ventiladores. 

En la OMS ya han empezado a saltar las alarmas; Yibuti tiene el mayor índice de contagios de todo el continente, mientras que en Nigeria ha visto aumentar rápidamente la cifra de muertes adicionales. Estos dos países, situados respectivamente en la costa este y oeste del vasto continente, comparten una serie de características, tales y como el hacinamiento urbano, que dificulta llevar a cabo el “distanciamiento social”; la complejidad de llevar a cabo campañas informativas útiles, y la carencia de suficiente material sanitario para la protección del personal médico, lo que ha causado un importante número de bajas, que ha debilitado sus ya de por sí frágiles sistemas de salud.   

El conjunto del continente africano tiene menos de una cama de cuidados intensivos por cada 100.000 personas, mientras que en los 3 países que suman entre sí 400 millones de habitantes (Egipto, Etiopía y Nigeria), solo se disponen de 1.920 camas de cuidados intensivos. El riesgo de que buena parte de África esté abocada a una situación descontrolada, similar a la que se está acercando Brasil, es innegable: una de las proyecciones publicadas por la OMS estima que una horquilla de entre 29 y 44 millones de africanos podrían infectarse este año, resultando en hasta 190.000 fallecimientos. 

A los retos sociales, políticos y de violencia que plagan el continente, las autoridades africanas se enfrentan a los cuellos de botella creados por la demanda global de productos sanitarios y el limitado número de proveedores internacionales -algunos sometidos a restricciones exportadoras- que ha creado un mercado de pujas que perjudica a los países africanos, urgentemente necesitados de cientos de millones de kits de pruebas rápidas. Al tiempo, países como la República Democrática del Congo se enfrentan a un nuevo brote de ébola y carecen de recursos para mantener las vacunaciones infantiles contra la poliomielitis, el sarampión y la fiebre amarilla.   

Irremediablemente, también África padecerá un impacto económico serio que, seguramente, hará que sufra una recesión por primera vez en 25 años, con una caída esperada del 5,1% en 2020: la pandemia ha causado interrupciones en las cadenas de suministro mundiales, lo cual priva a la agricultura africana de importaciones clave, como los fertilizantes procedentes de China, que se suma a los daños provocados por la plaga de langostas que afecta a enormes áreas del continente y puede terminar en grandes hambrunas, agravadas por las sequías.   

Al igual que el caso sudamericano, el tránsito de los problemas económicos al malestar social es corto, y si los peores pronósticos se cumplen, es previsible una exacerbación de las presiones migratorias sobre el Magreb para llegar hasta la otra orilla, del mismo modo que es de esperar un considerable aumento de las flujos migratorios con destino a la frontera sur de EEUU desde Iberoamérica.      

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